sábado, 18 de diciembre de 2010

Cine y Pediatría (49). “Cruzando el límite”: una distopía que no logra ser la naranja mecánica española


Leemos en Wikipedia que una distopía (o antiutopía) es “una utopía perversa donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal. El término fue acuñado como antónimo de utopía y se usa principalmente para hacer referencia a una sociedad ficticia (frecuentemente emplazada en el futuro cercano) donde las consecuencias de la manipulación y el adoctrinamiento masivo (generalmente a cargo de un Estado autoritario o totalitario) llevan al control absoluto, condicionamiento o exterminio de sus miembros bajo una fachada de benevolencia”.

Algunas películas consideradas distópicas en el panorama cinematográfico son Metrópolis (Fritz Lang, 1927), Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966), Blade Runner (Ridley Scott, 1982), 1984 (Michael Radford, 1984), Terminator (James Cameron, 1984), Doce Monos (Terry Gilliam, 1995), Gattaca (Andrew Niccol, 1997), Battle Royale (Kinji Fukasaku, 2000), Minority Report (Steven Spielberg, 2002), La isla (Michael Bay, 2005), Aeon Flux (Karyn Kusama, 2005), Hijos de los hombres (Alfonso Cuaron, 2006), V de Vendetta (James McTeigue, 2006) y un largo etcétera.
Pero una película distópica destaca por encima de todas: una película con un contenido violento que facilita el comentario social y conductista en psiquiatría y psicología, el pandillerismo juvenil y otros tópicos ubicados en una sociedad futurista distópica, todo acompañado de una banda sonora especial (principalmente compuesta por pasajes de música clásica). Nos referimos a La naranja mecánica, dirigida en 1971 por Stanley Kubrick tras adaptar la obra homónima de Anthony Burgess. Pues cojamos al mejor Kubrick e intentemos mezclar las pandillas de adolescentes violentos y sus modelos de reinserción social de La naranja mecánica con el aluvión de insultos, humillaciones y abusos de los reclutas de La chaqueta metálica (1987), démosle un toque hispano actual e intente imaginar que esa ha sido la intención de la ópera prima de Xavi Gimémez con Cruzando el límite.

Xavi Gimémez es un director de fotografía muy reputado: recordemos sus colaboraciones principalmente con Jaume Balagueró (en Los sin nombre, 1999; Darkness, 2002; y Frágiles, 2005), pero también con Brad Anderson (El maquinista, 2004), Antonio Banderas (El camino de los ingleses, 2006) o Alejandro Amenábar (Ágora, 2009). Sin embargo, no parece haber acertado con el tono en la dirección de Cruzando el límite, pues él mismo ha cruzado un límite poco equilibrado en la historia y dirección de actores, un producto bastante burdo y poco convincente, aunque se nos cuenta además que la historia está basada en hechos reales. Una oportunidad perdida…

“Mi nombre es Luis. Tengo 51 años y vivo con mi hijo Fran. Mi hijo es un chaval que muchos denominaríamos problemático. Ha dejado los estudios, sé que se droga y, últimamente, se ha vuelto irascible y violento”. Es la confesión de un padre (Adolfo Fernández), ante un grupo de padres, sobre la problemática con su hijo adolescente (Marcel Borrás). Esta confesión y el primer tercio de la película, que nos muestra unos adolescentes que maltratan psicológica (y físicamente) a sus padres, puede acercarse a una cierta realidad en algunos casos. Una realidad infrecuente (por fortuna), pero existen casos de “maltrato inverso” en las familias. A partir de que estos desesperados progenitores deciden internar a sus hijos en una institución (CINCA: Centro Integral de Modificación de la Conducta de Adolescentes) que proclama que efectuará una cura psicológica sobre los chavales, la película pierde el tono. De nuevo una película cuyo tema fundamental es la educación (y también la disciplina). Pero los métodos expeditivos que utilizan en CINCA para que los adolescentes vuelvan al redil no parecen los más apropiados. Porque no hay profundización en los métodos de modificación de conducta ni tampoco existe la más mínima base científica para que, como ocurría con la turbadora película alemana El experimento (Olivier Hirschbiegel, 2001), se pueda observar una atrocidad (ya sea real, ya sea ficticia), pero capaz de extrapolar una realidad.

Como vemos, la adolescencia se convierte en un tema recurrente en el cine. Todos hemos sido adolescentes y sabemos que es una etapa de la vida que da de sí para muchas facetas, de ahí el filón del séptimo arte. Pero predominan las películas con adolescentes problemáticos: ya son varios ejemplos actuales los que hemos visto en el blog, desde Precious hasta Fish Tank, pasando por la inquietante visión de esta etapa de la vida que le dan directores como el australiano Peter Jackson, el sueco Lukas Moodysson o el estadounidense Todd Solondz.

¿Para cuándo una película utópica –y no distópica- sobre adolescentes con valores, que viven en familias estructuradas y en una sociedad que cree en ellos y les apoya?. Porque esta situación es la más frecuente… y no conviene que crucemos el límite pensando lo contrario.


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