martes, 2 de julio de 2013

Sexismo en el lenguaje: la polémica está servida


El lenguaje es un elemento esencial en nuestras vidas. El buen uso del lenguaje es de las virtudes que en ciencia que se hace necesidad. Y desde hace años ronda el tema del sexismo en el lenguaje, nada nuevo, pero que hoy comento en base a una reciente experiencia. 

En un documento científico oficial he tenido la oportunidad de sufrir la defensa de este sexismo en el lenguaje con frases como "los niños y las niñas recibirán amoxicilina oral cada 8 horas..." o "los pediatras y las pediatras revisarán al niño y niña al mes y tres meses...". Y uno que no está para muchas tonterías ya, pues no aceptó la propuesta y planteó un debate abierto al mismo. 

Una cosa es la igualdad de género y oportunidades y otra, bien distintas, coger el rábano por las hojas. En los últimos años se han publicado en España numerosas guías de lenguaje no sexista. Han sido editadas por universidades, comunidades autónomas, sindicatos, ayuntamientos y otras instituciones. La mayor parte de estas guías han sido escritas sin la participación de los lingüistas. Constituye una importante excepción el Manual de Lenguaje Administrativo No Sexista, que contiene abundante bibliografía. 

Me gustaría compartir algunas reflexiones de Ignacio Bosque, publicadas hace más de un año en El País
"Se ha señalado en varias ocasiones que estos textos contienen recomendaciones que contravienen no solo normas de la Real Academia Española y la Asociación de Academias, sino también de varias gramáticas normativas, así como de numerosas guías de estilo elaboradas en los últimos años por muy diversos medios de comunicación. Entre los aspectos que comparten las guías de lenguaje no sexista destaca sobre todo una argumentación implícita que me parece demasiado obvia para ser inconsciente. Consiste en extraer una conclusión incorrecta de varias premisas verdaderas, y dar a entender a continuación que quien niegue la conclusión estará negando también las premisas. 
La primera premisa verdadera es el hecho cierto de que existe la discriminación hacia la mujer en nuestra sociedad. Son alarmantes, en efecto, las cifras anuales de violencia doméstica, y se siguen registrando situaciones de acoso sexual no siempre atendidas debidamente por las autoridades competentes. Existen todavía diferencias salariales entre hombres y mujeres. Se atestiguan también diferencias en el trato personal en el trabajo, que a veces se extienden al grado de capacitación profesional exigible en la práctica, así como a las condiciones requeridas para acceder a puestos de responsabilidad. Además de en el mundo laboral, existe desigualdad entre hombres y mujeres en la distribución de las tareas domésticas. Es también real el sexismo en la publicidad, en la que la mujer es considerada a menudo un objeto sexual. Son igualmente verdaderas las actitudes paternalistas que algunos hombres muestran hacia las mujeres, sea dentro o fuera del trabajo, y son asimismo objetivos otros muchos signos sociales de desigualdad o de discriminación que las mujeres han denunciado repetidamente en los últimos años. 
La segunda premisa, igualmente correcta, es la existencia de comportamientos verbales sexistas. El lenguaje puede usarse, en efecto, con múltiples propósitos. Puede emplearse para describir, ordenar, preguntar, ensalzar o insultar, entre otras muchas acciones, y, desde luego, también puede usarse para discriminar a personas o a grupos sociales. 
La tercera premisa verdadera es el hecho de que numerosas instituciones autonómicas, nacionales e internacionales han abogado por el uso de un lenguaje no sexista. En casi todas las guías que menciono se alude, en efecto, a la abundante legislación que propugna abolirlo. 
La cuarta premisa, casi un corolario de las anteriores, es igualmente correcta. Es necesario extender la igualdad social de hombres y mujeres, y lograr que la presencia de la mujer en la sociedad sea más visible. 
De estas premisas correctas, en cierta forma subsumidas en la última, se deduce una y otra vez en estas guías una conclusión injustificada que muchos hispanohablantes (lingüistas y no lingüistas, españoles y extranjeros, mujeres y hombres) consideramos insostenible. Consiste en suponer que el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no garantizarían “la visibilidad de la mujer”. 

Estas guías defiende a capa y espada no caer en el "pensamiento androcéntrico, ya que la utilización de esta forma de lenguaje nos hace interpretar lo masculino como lo universal". En general, el rechazo a toda expresión del masculino destinada a abarcar los dos sexos es marcadísimo en las guías. Y se considera sexista escribir "los valencianos" y "todos los ciudadanos" (frente a "toda la ciudadanía"); se rechaza "los becarios" y propone en su lugar "las personas becarias"; y se considera discriminatorio escribir "número de parados" en lugar de "número de personas sin trabajo". 

Aconsejamos este artículo de la revista Panace@, escrito por Álvaro García Meseguer y con el título de "¿Es sexista la lengua española?"
En este artículo el artículo defiende la tesis de que el español, como sistema lingüístico, no es una lengua sexista, a diferencia de otras, como el inglés, cuyo sistema lingüístico sí presenta elementos sexistas. Dicho en otras palabras: de los tres agentes potencialmente responsables del sexismo lingüístico (el hablante y su contexto mental; el oyente y su contexto mental, y la lengua como sistema) en español solamente actúan los dos primeros, mientras que en inglés actúan los tres. Aplicando el verbo visibilizar en el sentido que recibe en estas guías, es cierto que esta última frase “no visibiliza a la mujer”, pero también lo es que las mujeres no se sienten excluidas de ella. Hay acuerdo general entre los lingüistas en que el uso no marcado (o uso genérico) del masculino para designar los dos sexos está firmemente asentado en el sistema gramatical del español, como lo está en el de otras muchas lenguas románicas y no románicas, y también en que no hay razón para censurarlo. Tiene, pues, pleno sentido preguntarse qué autoridad (profesional, científica, social, política, administrativa) poseen las personas que tan escrupulosamente dictaminan la presencia de sexismo en tales expresiones.

En este artículo se tratan con rigor los siguientes puntos:
1. Definición de sexismo lingüístico.
2. Formas de sexismo lingüístico
3. La importancia del contexto
4. Etapas recorridas en el estudio del sexismo lingüístico
5. El sexismo del oyente
6. Sexismo lingüístico en inglés
7. La confusión entre género y sexo
8. Relaciones entre género gramatical y sexo
9. Sexismo lingüístico, sensibilidad feminista y ambigüedad semántica
10. Cómo crear neologismos para mujer
11. Terminología engañosa de la gramática tradicional
12. Distintos hablantes, distintas percepciones
13. El futuro, una incógnita

Y concluyo con las palabras de Ignacio Bosque, que subrayo y hago mías: "No deja de resultar inquietante que, desde dependencias oficiales de universidades, comunidades autónomas, sindicatos y ayuntamientos, se sugiera la conveniencia de extender —y es de suponer que de enseñar— un conjunto de variantes lingüísticas que anulan distinciones sintácticas y léxicas conocidas y que prescinden de los matices que encierran las palabras con la intención de que perviva la absoluta visibilidad de la distinción entre género y sexo. La enseñanza de la lengua a los jóvenes constituye una tarea de vital importancia. Consiste, en buena medida, en ayudarlos a descubrir sus sutilezas y comprender sus secretos. Se trata de lograr que aprendan a usar el idioma para expresarse con corrección y con rigor; de contribuir a que lo empleen para argumentar, desarrollar sus pensamientos, defender sus ideas, luchar por sus derechos y realizarse personal y profesionalmente. En plena igualdad, por supuesto".

En fin, que todo lo anterior está escrito desde mi vida y mi mundo, rodeado de mujeres a las que respeto y quiero: mi madre, mi mujer, mi hija, mi suegra, mis cuñadas y el 80% de mis compañeras de trabajo (soy pediatra y, como es bien sabido, es la profesión médica con mayor grado de feminización). Y espero que esto no se malinterprete como polémicas sexistas previas ya comentadas en este blog y que titulé "Sobre el género, el número... y como liarla parda".

Pero aviso, el hijo de mi madre (que no es mi hermano) no va a escribir "los pediatras y las pediatras revisarán al niño y niña al mes y tres meses..." por mucho sindicato o ayuntamiento que lo diga.

1 comentario:

doctorin dijo...

Estoy muy de acuerdo en todo lo que se apunta en esta entrada. Es llamativo que países más avanzados que nososotros en materia de igualdad tengan costumbres "sexistas" como que las mujeres pierdan su apellido al casarse, lo cual hace pensar que ese tipo de detalles tienen poca importancia en los comportamientos sociales.

En todo caso, de haber una parte del lenguaje realmente sexista, sería consecuencia -y no causa- del sexismo de la sociedad que lo emplea. "Tratar" el problema centrándose en la consecuencia en lugar de en el origen del problema sería perder el tiempo. Igual que si tenemos un paciente con ictericia y le ponemos maquillaje en la piel para "solucionar" el problema.