sábado, 24 de mayo de 2014

Cine y Pediatría (228). “Hijos de un mismo Dios”… y de una misma guerra


Hemos dedicado en Cine y Pediatría una entrada especial a “La mirada inocente de la infancia ante el holocausto nazi” en el que realizamos una recopilación (no exhaustiva) de películas que hablan de la sinrazón de este conflicto bélico sobre la infancia, y ello entre los cientos de historias cinematográficas de esta Gran Guerra y el adyacente Holocausto Nazi. 

Después de tantos relatos sobre la invasión de Polonia por los nazis y sus consecuencias (y viene a nuestra memoria la oscarizada El pianista de Roman Polanski, 2002), aún es posible ofrecer un punto de vista personal, colocando el punto de mira en esos niños que sufren las consecuencias del conflicto creado por los adultos: Hijos de un mismo Dios (Yuran Bogayevicz, 2001), una película que aglutina drama y sentimientos encontrados, pero que nos lo presenta desde la lejanía y en el ambiente idílico de un pequeño pueblo rural embellecido por la propia fotografía. Pero la belleza de las imágenes de Bogayevicz no esconde, sino que potencia, la crueldad y el horror de la guerra, así como el peligroso doble filo de una presión religiosa que alivia y atormenta a un tiempo. En ambos casos, una forma brutal y descorazonadora forma de perder la inocencia que acompaña a la infancia, pues el conflicto bélico se traslada a sus pequeñas vidas. Y, por tanto, no es esta película un relato desde la inocencia y la nostalgia al estilo de, por ejemplo, Esperanza y gloria (John Boorman, 1987), sino que aquí los niños quedan tan profundamente afectados por el odio y el miedo que les rodea, que sus juegos se van empapando de cruel realidad, entre el misticismo y el odio racial. 

Hijos de un mismo Dios comienza en el momento en que las tropas nazis entran en Cracovia, cuando la familia judía de un niño de 11 años llamado Romek (Haley Joel Osment) decide esconder a su hijo en un saco de patatas para enviarlo con otra familia de un granjero católico, quien le ayuda a escapar. En dicha granja vive el matrimonio y dos hijos, Vladek, el mayor (quien rechaza a Romek), y Tolo, el menor (quien lo recibe con cariño). Romek, a partir de ese momento, se tiene que hacer pasar por católico, pero la gente del pueblo empieza a sospechar sobre su origen, motivo por lo que el sacerdote (William Dafoe) decide enseñarle más cosas sobre la religión católica y lo inicia en la preparación para la primera comunión. En esa enseñanza, el sacerdote les propone un juego: cada niño debe elegir a un apóstol y tratará de vivir como él, y es cuando Tolo decide interpretar el papel de Cristo y la amiga María el papel de Magdalena. 
Una película con momentos visuales intensos, tres principales: la escena del sacerdote que es obligado a coger cerdos para salvar la vida de inocentes, la escena en la que Vladek mata al hijo del hombre que mató a su padre o la escena en la que el pequeño Tolo, mimetizado como un pequeño Cristo, intenta sacrificarse por todos y lo hace como ofrenda para que su padre pudiera regresar a casa. 

Y es así como en esta reducida comunidad se reproducen a pequeña escala la violencia, la crueldad y la indefensión y lo hace través de estos niños, niños primero obsesionados con Jesucristo y la salvación y, luego, impelidos por el odio irracional generado. Con un inquietante aliento místico, y un desasosegante cruce entre imaginación y cruda realidad (por ejemplo, la escena de la crucifixión), Hijos de un mismo Dios impacta por la abierta representación del mal, la esperanza y la salvación en el mundo infantil, y el desconcierto de un niño judío atormentado y asombrado por las vueltas de su destino. Película impactante ya que nos evidencia la agresión física y psicológica que estos niños atraviesan, porque muestra cómo interiorizan la guerra, cuáles son sus miedos y esperanzas, cómo les transforma su pensamiento y su vida. Aún así, esta película es mucho menos impactante que la realidad. Y esta triste realidad sigue campeando en nuestra vida, especialmente en algunos países de Africa, en Colombia, El Salvador, Irak, Palestina, Israel, etc. países en los que existen niños soldados de los que se habla y sabe muy poco.

Y es por ello que esta película va dedicada a una sociedad científica valiente y en una semana en la que han revolucionado un país y nuestras conciencias: la Sociedad Colombiana de Pediatría (SCP). Desde esta sociedad amiga han creado la propuesta “No más niños en la guerra”, una propuesta que ha logrado que un país lleno de color y calor, lleno de gente buena y honesta, se vista de negro en apoyo a #Delutopornuestrosniños. Porque la SCP ha levantado su voz (todo un ejemplo) para denunciar una de las vergüenzas nacionales, en representación de los niños, niñas y adolescentes, y sus familias, especialmente de quienes son involucrados por los grupos armados irregulares del país en sus luchas y actividades terroristas. Porque la SCP, a través de las redes sociales, ha conmocionado el país, con la conciencia de sus pediatras de que si esta lacra no es superada y se impide que queden en la impunidad los crímenes causados, el país no llegará a la tan anhelada paz. Porque, como nos explica Hernando Villamizar, pediatra amigo, en su papel de expresidente de la SCP y de ALAPE (Asociación Latinoamericana de Pediatría), el fundamento filosófico de esta protesta tiene como base y perspectiva que la garantía de la vivencia de los derechos plenos de los niños parte de la tutela ofrecida por campos concéntricos de protección: Familia-Comunidad-Estado, una sumatoria de actores sociales que ofrecen toda su capacidad desde la interacción. 

Al borde de la guerra, al borde la supervivencia, al borde del despertar, al borde del miedo,…, eso y mucho más es lo que sienten y padecen los niños, esos hijos de un mismo Dios, ante la guerra.

 

2 comentarios:

xio dijo...

Es triste lo que haecn las guerras a estos niños y demás personas...si al menos hubiese mas respeto a la vida sin importar credo o pensamiento..Dios los proteja

Unknown dijo...

Cuando Hitler y Stalin acordaron la invasión a Polonia en 1939 y la destrucción de la sociedad de ese país y de la identidad cultural, política y religiosa polacas, mostraron como ideologías tan opuestas como el comunismo o el nazismo pueden coincidir en ver a un estado, sociedad o raza como más importante que los seres humanos. Se despreció la vida humana y esto sigue ocurriendo hoy con todo tipo de contradicciones, por ejemplo tratamos prematuros pero a la vez son eliminados con diferentes excusas, se justifica de lado y lado a los niños soldados, la limpieza social, etc, etc. La dignidad de la vida humana no depende de una decisión comunitaria, no depende de encuestas o de votaciones, no depende de acuerdos sociales o académicos, es algo superior a nosotros, que no podemos modificar. Que Dios nos ayude como profesionales de la pediatría a reconocer la dignidad de los niños y la nuestra. Hay mucha esperanza, Polonia revivió entre las cenizas de las invasiones alemana y soviética y recuperó su independencia, incluso uno de sus hijos de esa época de calamidades llegó a ser un Papa (Juan Pablo II).