sábado, 7 de junio de 2014

Cine y Pediatría (230). “Totó, el héroe” y la aceptación


Jaco Van Dormael es un director, guionista y dramaturgo belga que dirige complejas películas, aclamadas por la crítica, películas que se destacan por tres características: examinar el mundo desde una inocente perspectiva, a través de personajes llenos de imaginación (el niño Thomas de Toto el héroe -1991-, George, el protagonista con retraso mental de El Octavo Día -1996- o el niño no nacido de Mr. Nobody -2009-); personajes marcados por el signo de la orfandad; y, especialmente, por su representación respetuosa y comprensiva de las personas con discapacidad, tanto mental como física. 

Y es así como en 1991 Jaco Van Dormael dirigió la película que le dio a conocer y que se convertiría en el mayor éxito de su carrera (Totó, el héroe), proporcionándole el Premio de la Juventud del Festival de Cannes y otros numerosos galardones, como tres premios Félix del cine Europeo y un César francés a la mejor película extranjera. El director afirma que la génesis de este proyecto estuvo contenida en unas palabras del poeta francés Arthur Rimbaud: “Llegamos a ser lo que pensamos que nunca deberíamos ser, y lo que pensamos que nunca deberíamos hacer”

Totó el Héroe es una película sobre el desencanto, el de un hombre, Thomas Van Hasebroeck (Michel Bouquet de anciano, Jo De Backer de adulto y Thomas Godet de niño), que ya instalado en la tercera edad, rememora sus años de juventud y se da cuenta de que la única sensación que permanece intacta en su vida es la de odio, que se ha ido haciendo cada vez más fuerte con el tiempo hasta convertirse en una obsesión. Y todo porque Thomas cree que en el hospital donde nació, durante un incendio, fue intercambiado con otro niño, Alfred (Peter Böhlke de anciano, Didier Ferney de adulto y Hugo Harold Harrison de niño), y que éste le habría arrebatado la que hubiera sido su vida; una vida de privilegios, confortable, llena de comodidades, que le fue usurpada sin que nadie se diera cuenta. Sin embargo, todos esos delirios de infancia, que no hubieran consistido en otra cosa que “en envidiar la vida del vecino rico que tenía todos los juguetes a los que él no tenía acceso”, terminan derivando en una pérdida progresiva de la perspectiva: y es así como Thomas le echará a Alfred la culpa de todas las desgracias que, a partir de ese momento, ocurran en su vida. 

Por eso la película empieza con un disparo y una expresión de odio: “Te mataré”. Y comienza como lo hiciera todo un clásico: El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), pero aquí no es William Holden el cadáver que nos hace un flash back de su vida, sino el propio Thomas, cuyo cuerpo tumbado yace en una fuente y nos retrotrae hasta su infancia, cuando Thomas tiene ocho años y está convencido de que al nacer fue confundido con su vecino Alfred. Como consecuencia de ello, está viviendo la vida de Alfred, y éste la suya. Porque Thomas, pese a que tiene una hermosa familia, con sus afectuosos padres y dos hermanos (su hermana mayor Alice, de la que se encuentra secretamente enamorado y con la que comparte todo un imaginario infantil, y su hermano pequeño Célestin –interpretado por el genial Pascal Duquenne, el mismo que luego interpretaría El Octavo Día-, afecto de síndrome de Down, y al que cuidará toda la vida), no está feliz con lo que le ha tocado vivir. Los demás chicos lo ridiculizan (y le llaman “Van Sopa de Pollo”) y él se encerrará en su mundo, donde será el protagonista de sus propias aventuras, donde será el héroe. Y así se crea una vida paralela en el que él es un agente secreto, Totó el Héroe, encargado de proteger a sus seres queridos frente las hordas de sicarios capitaneados por el padre de Alfred. 

Los recuerdos se dividen en tres bloques temporales: su infancia, su madurez y su vejez actual. Estas etapas de la vida de Thomas están marcadas por objetivos idénticos: los deseos de venganza hacia su vecino Alfred y la búsqueda del amor que sentía hacia su hermana desaparecida.

Durante la infancia, al pequeño Thomas todavía le queda transitar por la larga cadena de acontecimientos trágicos que trufarían su infancia, marcándola para siempre, acontecimientos que incrementan su odio a Alfred y a su familia, a quienes hace culpables: el primero es la muerte de su padre en un accidente de avión y, posteriormente, la muerte de Alice en un incendio. Este será el hecho que fracturará la infancia de Thomas para siempre y, a partir de ese momento engarzamos con un Thomas adulto, un hombre gris y anodino que permanece anclado en el recuerdo de su hermana muerta, un Thomas que se pregunta sin cesar de dónde viene y adónde va, obsesionado por su destino, acaba por no vivirlo, porque se pregunta tantas veces quién debe ser, que no se atreve a ser nadie. 
Durante la madurez,  el Thomas adulto se mueve por inercia, dejándose llevar por las circunstancias y no tomando partido por nada. Se compadece a sí mismo, pero lo que le ocurre en realidad es que es incapaz de tomar las riendas de su destino. Para él, la vida no tiene sentido y no va hacia ninguna parte. Sólo es un héroe en sus fantasías, porque en su existencia cotidiana no tiene la valentía ni siquiera de intentar ser feliz, porque está encerrando en ese odio malsano que poco a poco va pudriendo su espíritu. Y es entonces cuando cree ver a un fantasma, al fantasma de Alice, convertida ahora en una joven de su edad, Evelyne, de la que se enamora, quien le ofrece su amor y él no sabe qué hacer con él. 
Durante su vejez, el Thomas anciano se pregunta si no habrá desperdiciado su vida. Y por eso intenta recuperar los sueños infantiles y se lanza en busca de Alfred para dar algo de sentido a su existencia. Y, por ello, es asesinado en lugar de Alfred, y así toma de una vez por todas lo que éste le había arrebatado por derecho: su vida. 

Y es así como lo que vemos en pantalla no es más que la visión distorsionada de un ser que ha perdido la noción de la realidad y vive en un universo paralelo donde todo se confunde: el pasado, el presente y las imaginaciones. Tenemos un Thomas escindido en cuatro personajes: el niño, el adulto, el anciano y el héroe, pero en ninguno encontramos los rasgos de un ser de carne y hueso. La figura de Thomas es casi una abstracción que trasciende cualquier plano de la realidad, quizás porque la voz en off que se encuentra narrando la historia pertenece a la de un muerto. Porque una de las virtudes más originales de Totó, el héroe es que la linealidad de la narración es mecánicamente deconstruida y recompuesta por el director a través de los recuerdos y la memoria, visualizados mediante flash backs de carácter episódico, tratados con maestría para que el rompecabezas tenga algún sentido y no caiga en la más absoluta incoherencia. Van Dormael no sólo lo consigue, sino que es capaz de articular un fascinante e hipnótico paisaje que, a pesar de su fragmentación, se encuentra dotado de una inusitada unidad. 

Y esa es la belleza de esta fábula, apoyada en la tradición surrealista belga, de la que André Delvaux sería el más ilustre representante. Una fábula surrealista de atmósfera densa, de naturaleza casi esquizoide y en el que late una insana locura procedente de las torturas psicológicas introspectivas y retrospectivas de un personaje enfermo e infeliz que antes de morir necesita reconciliarse consigo mismo y aceptar su propia identidad. 

Porque es vital la aceptación de nuestra condición y la capacidad de cada uno para vivir de acuerdo con sus principios. Y es así como Thomas no pudo cumplir con estas máximas de la vida y no pudo disfrutar de las cosas buenas que tuvo a su alrededor. Porque aceptarse a uno mismo y aceptar la vida, es el primer paso del camino a la felicidad. Un gran mensaje que agradezco a dos amigas que me aconsejaron esta película, dos amigas relacionadas con el mundo de la bióetica: Beatriz Ogando (médico de familia) y Carmen Martínez (pediatra). 

Y cuando uno ve esta escena de la canción “Boum” a uno le viene a la memoria otra película onírica como fue Amélie (Jean-Pierre Jeunet, 2001), que, a buen seguro, bebió de los sueños (y de las pesadillas) de este pequeño héroe llamado Totó.

3 comentarios:

Carmen Martínez dijo...

Mejor resumida e interpretada imposible Javier . Es una gran película que se merece un gran crítico!
Gracias a ti

Carmen Martínez dijo...

Fantástica película y crítica insuperable. Gracias a ti Javier que destilas tan bien la esencia del cine y lo compartes !
Carmen Martínez

Beatriz dijo...

Una bellísima película. La antítesis de una vida con la "presencia y aceptación" que nos propone el mindfulness... otra propuesta para alcanzar la sabiduría
Gracias por la crónica (por esta y todas las demás)
Un abrazo
Beatriz