sábado, 14 de marzo de 2015

Cine y Pediatría (270). L´enfant terrible, Xavier Dolan (1): "Yo maté a mi madre"


El cine que proviene de Canadá siempre es bienvenido en “Cine y Pediatría”, pues suele reflejar valores de una cultura muy madura. Hoy viene a nuestras páginas Xavier Dolan, un joven que plantea películas incómodas que nos enfrenta a realidades que nos duelen (y preferimos no mirar) y que le han valido el conocido apelativo de “enfant terrible”, como mucho otros artistas que ha dado el cine y otras artes a lo largo de la historia. 

Y hoy presentamos su ópera prima: Yo maté a mi madre. Xavier Dolan la escribió con 16 años, la dirigió, produjo e interpretó con 19 y la presentó en Cannes con 20. Ahora que tiene 26 y ya con cinco películas en su filmografía: tras Yo maté a mi madre vinieron Los amores imaginarios (2010), Laurence Anyways (2012), Tom à la Ferme (2013) y la recientemente estrenada Mommy (2014), de la que hablaremos la semana que viene. En todas sus obras Dolan crea con el espectador una colisión, películas que son como un puñetazo en el estómago. Dolan se ha dicho que es una extraña mezcla entre Sigmund Freud y Charles Bukowski llevada a la gran pantalla como el mejor John Cassavettes que recordamos. 

El largometraje arranca con una cita del escritor francés Guy de Maupassant que dice: “Amamos a nuestras madres casi sin saberlo, y sólo nos damos cuenta de lo arraigado que es ese amor en la separación última”. Y luego un monólogo del protagonista: “Yo no sé lo que pasó. Cuando era pequeño nos queríamos. Todavía la quiero. Puedo mirarla, decirle hola, estar a su lado. Pero… No puedo ser su hijo. Podría ser el hijo de cualquiera. Pero no el suyo”
De esta manera nos plantea, de una manera tan simple como eficaz, el punto de partida de un demoledor retrato de una turbulenta relación entre el adolescente de 16 años, Hubert Minel (Xavier Dolan) y su madre Chantale (Anne Dorval), un tour de forcé a dos de una familia de dos (los padres están separados y no tiene hermanos), con la aparición esporádica de personajes de su entorno. Hubert odia a su madre, pero no como todos los adolescentes odian un poco a sus madres, sino de un modo visceral e insoportable: no soporta su manera de comer, de vestir, de decorar la casa, de tratarle. Él es un adolescente un poco complicado e irascible, con una compleja vida interior que exterioriza en su vena artística y en su incipiente homosexualidad que no exterioriza a su madre. El motor de la tensión interna de la pareja protagonista no es otro que el de la incomunicación social

Es un ópera prima arriesgada y valiente, pero que descansa sobre un buen guión con diálogos (o monólogos) muy verosímiles, honestos y brutales en algunos momentos, y un duelo actoral de gran tensión. Algunos de estos monólogos proceden de imágenes de primer plano de Hubert en blanco y negro, mientras se graba cámara en mano: 
“Ella no quería tenerme. Soy una carga para ella. No está hecha para ser madre. Se casó y tuvo un hijo porque… eso es lo que todos esperaban de ella. De hecho, eso es lo que se espera de las mujeres. Bueno, casi todo el mundo”
“Deberíamos ser capaces de suicidarnos. En nuestras cabezas. Y luego renacer, Para poder hablar, mirarnos los unos a los otros, estar juntos. Como si nunca nos hubiéramos conocido antes. Si mi madre y yo nos conociéramos, seguro que nos llevaríamos bien”.
“Cuando lo digo, lo digo en serio. Es verdad, la quiero. Pero no es amor de hijo. Es extraño… si alguien le hiciera daño, querría matarle. Le mataría. Sin embargo, se me ocurren 100 personas a las que quiero más que a mi madre. Es bastante irónico…tener una madre a la que no eres capaz de querer, pero eres incapaz de no quererla”. 
“Cuando era pequeño mi madre y yo éramos amigos. Sus compañeros de trabajo le dijeron que estaba muy mimado, y que me merecía un cachete. Como esas señoras que dicen: es peculiar. Como me fastidia. Cuando la gente dice “peculiar” es porque les falta inteligencia para entender “diferente”. 
“Igual no mucho más, igual se han olvidado. No lo sé. Pero me da igual. Lo han hecho”. 

Película escasa de medios, pero brillante en la resolución de su puesta en escena, que en algunos momentos roza la teatralidad, para mostrarnos esta relación disfuncional que roza el maltrato inverso de un hijo a su madre, un hijo en ocasiones grosero, soez, brutal, violento…al que le cuesta más decir te quiero, que te odio, aunque en una ocasión llega a declarar a su madre: “Te amo. Te lo digo para que no se te olvide”. Pero también es capaz de lanzarle estos proyectiles dialécticos: “Cuando intento imaginar cómo es la peor madre del mundo, no se me ocurre nadie peor que tú” o “¿Nunca te has preguntado por qué no tienes marido?”…¿El propósito de tu vida es que seamos enemigos?”. Porque hay maltratos inversos, demasiados e intolerables, como no hay duda de que consideramos intolerante el maltrato de hijos. 

“La madre de un hijo nunca será su amiga (Cocteau)”, refiere esta sentencia la profesora a su alumno Hubert en referencia a las relaciones padres-hijos. Y él responde: “Honrarás a tu padre y a tu madre (Dios)” Con frases así se entiende que Yo maté a mi madre es una obra excesiva, exagerada y contundente, como la filmografía posterior de Xavier Dolan. Y en ella presenta los temas que va a tratar de ahí en adelante: la búsqueda de identidad y la soledad, la adolescencia y la incomprensión, la homosexualidad, las madres. Y en esta película profundiza en la compatibilidad psicológica entre padres e hijos, los límites de esa relación y la capacidad de soportarse. Y por ello, esta película (y él mismo) cuenta con tantos fans como detractores. 

Y quedan las imágenes finales sobre el lago, con la puesta de sol y las manos entrelazadas de madre e hijo. Y este pensamiento: “Eres un pez de grandes profundidades, ciego y luminoso. Nadas en aguas turbulentas con la rabia de la era moderna, pero con la delicada poesía de otro tiempo… Diez años de silencio, diez segundos de sonido. La vida es absurda”.

 

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