sábado, 26 de septiembre de 2015

Cine y Pediatría (298). “El bosque”, el pueblo al lado de los lobos y la fábula del miedo y el amor


M. Night Shyamalan es un director de cine y guionista indio criado en Pensilvania que logró sorprendernos en el año 1999 con la impactante El sexto sentido, gran éxito internacional de público y crítica con ese tour de forcé entre Bruce Willis y el niño Haley Joel Osment. Ya con esa película, con la que consiguió seis nominaciones a los Óscar (aunque no logró ninguna), marcó sus señas de identidad, amadas por algunos y criticada por otros: la sugestiva puesta en escena con ritmo pausado de corte casi clásico, planos fijos de larga duración, la alegoría narrativa, el tratamiento realista del terror y el suspense, sus giros inesperados, la aparición breve de Shyamalan en cada uno de sus filmes (como un Alfred Hitchcock del siglo XXI), el contar siempre con la música de James Newton Howard, y el rodar siempre en Filadelfia o en algún lugar del estado de Pensilvania. 

El cine de M. Night Shyamalan se construye sobre unas sólidas bases que tienen su sentido en una estética visual y perceptiva transformada, metáforas universales que le han descubierto como uno de los cineastas más sugerentes y visionarios del último cine de Hollywood. Pero también es un autor sometido a muchas críticas, principalmente por considerar su cine como tramposo, por esa constante utilización en todas sus obras de ese giro final que obliga al espectador a replantearse todo lo visto anteriormente.  El propio M. Night Shyamalan reconoce que El bosque (2004) es su película favorita de todas las que ha hecho hasta ahora. Esto evidentemente no implica que sea la mejor, pues para algunos sigue siendo El sexto sentido y para otros El protegido (2000), ese vigoroso y poético thriller entre el mito del Arcángel y del Demonio, con la osteogénesis imperfecta de trasfondo. 

El bosque se convirtió seguramente en una de las películas más polémicas en el año de su estreno. Una película dual, porque te puede gustar o no, y en la que nos encontramos con dos colores (el amarillo, protector, y el rojo, amenazante), con dos mundos (separados por ambos lados del bosque), con dos jóvenes personajes con capacidades disminuidas (uno físico por su ceguera, Ivy, el otro psíquico por su retraso mental, Noah) y con dos sentimientos (el miedo frente al amor)… Y también con dos actores que doblan en las películas de Shyamalan: Brice Dallas Howard (también presente en La joven del agua, 2006) y Joaquin Phoenix (también actor en Señales, 2002), como previamente lo hizo Bruce Willis (personaje principal de El sexto sentido y El protegido). 

Tras los títulos de crédito, acompañados por la arrebatadora partitura musical de James Newton Howard, vemos a un hombre llorar la muerte de su hijo, mientras un grupo de gente lo mira a cierta distancia, con profundo respeto. La tumba marca dos fechas: 1890-1897. Acto seguido, el mismo hombre estrecha afectuosamente la mano del que parece ser el alcalde del lugar, mientras éste habla a la comunidad de momentos difíciles, confianza, compromiso y seguridad. Todos se quedan congelados cuando entre el viento que azota los árboles se oyen los lejanos y amenazadores aullidos de lo que parecen ser bestias, terribles lobos. Sólo uno de los habitantes se ríe y aplaude, como si se burlara de toda aquella seriedad, pero es un joven con discapacidad mental, y todos aceptan su extraño comportamiento. 
Así arranca El bosque, abriendo incógnitas desde sus primeras escenas. Y una voz en off nos dice: “Desde el día que nos establecimos aquí, siempre hemos tenido un buen entendimiento con las criaturas que viven más allá de nuestros límites. Nosotros no nos adentramos en su bosque y ellos no vienen a nuestro poblado. Siempre los he considerado nuestros protectores, nos han permitido vivir aquí cobijados entre ellos en este lugar intacto”. Y pronto descubrimos que en este pueblo de Pensilvania de finales del siglo XIX hay reglas estrictas que nadie puede incumplir: está prohibido atravesar los bosques, pues es el territorio de unas criaturas terribles sin nombre (“aquellos de quienes no hablamos”) que mantienen una especie de tregua con los seres humanos; el color protector es el amarillo y el rojo simboliza peligro y agresividad. 
A pesar de los consejos de sus mayores, el curioso joven Lucius Hunt (Joaquin Phoenix) tiene el ardiente deseo de ir más allá de los límites del pueblo y hacia lo desconocido, pese a su timidez. El líder del pueblo, Edward Walker (William Hurt) le advierte del peligro que existe en las afueras de la ciudad, y la madre de Lucius (Sigourney Weaver) le aconseja que permanezca en su hogar y se olvide de la avaricia y de los deseos que existen en el mundo de afuera. La fuerza de Lucius es igualada solamente por Ivy Walker (Bryce Dallas Howard), una joven ciega fascinante con una inusual sabiduría que va más allá de su edad, a quien no le hace falta el sentido de la vista para ver lo que importa de verdad y para decir cosas tan sensatas como "A veces no hacemos cosas para evitar que los demás sepan que las hacemos". Lucius y también Noah Percy (Adrien Brody), un joven retrasado, admiran a Ivy apasionadamente, a pesar de que en el corazón de ella sólo hay lugar para uno de ellos y parece el prolegómeno de que la tregua entre el pueblo y las criaturas está llegando a su fin. Dos veces intenta Lucius cruzar el bosque, pero será Ivy quien lo consiga, porque lo solicita en el momento adecuado, cuando ha abrazado el amor y ha perdido el miedo (como una Caperucita amarilla) a los monstruos (los reales y los simbólicos) que viven entre tinieblas.

Hay que tener claro que El bosque no es una película de miedo, sino que habla del miedo, ese sentimiento tan primitivo y poderoso que todos los seres humanos hemos sentido alguna vez, tan poderoso que ha sido muchas veces utilizado como instrumento con el que alcanzar determinados fines, ya sean oscuros u honestos, planteándose la eterna duda de si el fin justifica los medios. Y en la película aparece otro sentimiento tan primitivo y poderoso como el miedo, entrando en conflicto con este: el amor. Porque el amor intenta llenarlo todo. Como cuando Ivy le dice a Lucius: "Cuanto estemos casados, ¿querrás bailar conmigo? Bailar me resulta muy agradable" o la sentencia "No es bueno sacrificar un amor por otro amor".  O la justificación del padre de Ivy al pueblo, justificando por qué le ha dejado cruzar el bosque: "El mundo se mueve por amor".

Y es así como Shyamalan ofrece con El bosque un cuento moral, una historia de múltiples lecturas que analiza el miedo a lo desconocido y al progreso, como una fábula entre el miedo y el amor. Un ensayo bastante demoledor e inquietante sobre el terrible poder que puede llegar a tener el miedo no sólo para ejercer el dominio sobre una sociedad, sino para la misma construcción de esa sociedad. 

En definitiva, El bosque termina transmitiendo un mensaje ciertamente demoledor acerca del ser humano, al reconocer que la sociedad en sí misma no es causante de los males del mundo, sino que es el propio ser humano quien lo produce. Nunca la famosa frase del filósofo inglés Thomas Hobbes (Homo homini lupus, “el hombre es un lobo para el hombre”) ha adquirido tanto sentido como en este largometraje. Shyamalan nos vuelve a iluminar desde su cine para repetirnos que el monstruo nunca está en el exterior, sino que descansa dentro de cada uno de nosotros. Y no podemos alimentarlo,… y menos desde la infancia.  Ojo al que lo alimente, ojo a aquellas personas y políticos que, por motivos sectarios, alimentan el miedo y rencor y no el amor y la integración.

 

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