sábado, 11 de julio de 2020

Cine y Pediatría (548). “Adú” y las encrucijadas de los refugiados


Es África un continente con enormes riquezas naturales y humanas, que algunos refieren como el continente de la juventud y el futuro, pero un continente que sueña con la dignidad, como soñó en su día con las palabras de Nelson Mandela: "Sueño con un África que esté en paz consigo misma". Justicia, paz y dignidad son las divisas de la organización Africans Rising, los pilares sobre los que construir una nueva África que intenta levantarse. El #AfricaWeWant (el África que queremos) que proyectan los participantes en esta aventura se construye a través de la exigencia de transparencia, de la demanda de responsabilidad a la ciudadanía y a las autoridades, de la lucha contra la corrupción, de la regeneración de los círculos de poder y, en resumen, de un avance en el camino de la justicia social. 

El continente africano, compuesto por 46 países y 740 millones de habitantes, se presenta con que  el 72% de las muertes se deben a enfermedades contagiosas. En estos tiempos de la pandemia COVID-19, cabe no olvidar que desde hace décadas la mortalidad africana lleva el nombre de enfermedades como el sida, la tuberculosis, la malaria, las infecciones respiratorias y las complicaciones durante el embarazo y el parto. Y datos más pormenorizados ayudan a comprender lo anterior, por ejemplo: África concentra el 60 % de las personas que viven con VIH en todo el mundo, aunque sólo supone un 11 % de la población mundial; cada año se registran unos 2,4 millones de casos de tuberculosis en la región africana - el 25% de todos los casos notificados en el mundo - y medio millón de muertes por ese motivo; de los 20 países con mayores tasas de mortalidad materna, 19 se encuentran en África, donde su tasa de mortalidad en recién nacidos es la más alta del mundo (se estima que unos 50 de cada 1.000 bebés nacidos mueren durante sus primeros veintiocho días de vida); la mortalidad infantil está en aumento en su proporcionalidad respecto al resto del mundo: si en 1960 se registraban en esos países el 14 % de todas las muertes de niños menores de 5 años ocurridas en todo el mundo, ese porcentaje se incrementó hasta el 23 % en 1980 y el 43 % en 2003 y en esas cifras se mantiene. 

Un continente que atrapa y te contagia de “el mal de África”. Como le ha pasado el cine que nos ha regalado películas del estilo de Tarzán de los monos (W.S. Van Dyke, 1932), Casablanca (Michael Curtiz, 1942), Sahara (Zoltan Korda, 1943), Las minas del rey Salomón (Andrew Marton, Compton Bennett, 1950), La reina de África (John Huston, 1951), Las nieves del Kilimanjaro (Henry King, 1952), Mogambo (John Ford, 1953), Historia de una monja (Fred Zinnemann, 1959), Hatari! (Howard Hawks, 1962), Lawrence de Arabia (David Lean, 1962), Patton (Franklin J. Schaffner, 1970), Los dioses deben estar locos (Jamie Uys, 1980), Memoria de África (Sydney Pollack, 1985), Grita libertad (Richard Attenborough, 1987), Gorilas en la niebla (Michael Apted, 1988), El cielo protector (Bernardo Bertolucci, 1990), Cazador blanco, corazón negro (Clint Eastwood, 1990), El rey león (Rob Minkoff, Roger Allers, 1994 y Jon Favreau, 2019), Congo (Frank Marshall, 1995), Soñé con África (Hugh Hudson, 2000), Black Hawk derribado (Ridley Scott, 2001), Hotel Rwanda (Terry George, 2004), Madagascar (Eric Darnell, Tom McGrath 2005), Diamante de sangre (Edward Zwick, 2006), Días de gloria (Indigènes) (Rachid Bouchareb, 2006), Invictus (Clint Eastwood, 2009), El niño que domó el viento (Chiwetel Ejiofor, 2019), entre otras muchas. Y Cine y Pediatría ya ha tenido un buen número de películas con este continente como protagonista, como Moolaadé (Ousmane Sembene, 2004),  El jardinero fiel (Fernando Meirelles, 2005),  Flor del desierto (Sherry Hormann, 2009),  Blue Bird (Gust Van Den Berghe, 2011), Mary y Martha (Phillip Noyce, 2013),  Timbuktu (Abderrahmane Sissako, 2014),  Difret (Zeresenay Mehari, 2014),  La buena mentira (Philippe Falardeau, 2014),  El cuaderno de Sara (Norberto López Amado, 2018).  

Y hoy, a estas películas, se suma una más, actual y producida por Netflix, absolutamente recomendable: Adú (Salvador Calvo, 2020). Una película circular sobre tres historias en África y con epicentro en los refugiados, y que toma el título del nombre de ese niño camerunés de seis años por nombre Adú. Una película bien construida y dosificada, con claridad de ideas en los sentimientos que se debaten, desde los más puros y necesarios hasta los banales y accesorios, y con la expresividad natural del niño Moustapha Oumarou, que nos arrastra con su sonrisa y su mirada.  Una invitación a reflexionar sobre las barreras que nos separan de África y la indiferencia con la que seguimos mirando por encima del hombro al tercer mundo

Todo comienza en una escena nocturna en la valla de Melilla, donde refugiados subsaharianos intentan saltarla con la oposición de nuestra Guardia Civil. Uno de estos refugiados muere al caer de la valla. Y ya la siguiente escena nos traslada a la increíble naturaleza de la Reserva Natural de DuDja (Camerún) donde cazadores furtivos abaten elefantes en busca de sus colmillos, y es allí donde conocemos a Gonzalo (Luis Tosar), un activista medioambietal destinado aquí para evitar estas matanzas, y también al pequeño Adú y a su hermana Alika de 11 años, quienes observan la escena y reconocen que es Kimba el elefante abatido. Y a partir de ahí viajamos con los distintos personajes por Yaudé (Camerún), Dakar (Senegal), Nuakchot (Mauritania), Alhucemas (Marruecos), Monte Gurugú (Marruecos) y Centro de Menores de Melilla. Tres historias que se entrecruzan y donde nada volverá a ser lo mismo

La historia de los hermanos Adú y Alika, quienes viven felices en su poblado, allí donde el pequeño Adú juega al fútbol con el “7 de Ronaldo” escrito a tiza en su piel. Una felicidad que se trunca cuando asesinan a su madre y tienen que huir del poblado en busca de su padre en España. Una aventura desesperada por alcanzar Europa, donde Adú le pregunta a su hermana, “Qué hubieras hecho si hubiera muerto?” y ella le contesta, “Continuar”. Y en realidad eso es lo que ocurre, pero con los papeles cambiados. Y en el camino, Adú encuentra al joven Massar, otro refugiado, y entre ellos se establece una bonita amistad de supervivencia, donde llegan a entenderse bien, aunque Adú sea de Camerún y hable francés y Massar sea de Somalia y hable inglés. Y Massar le defiende con su “magia”, una dolorosa magia entre los camioneros que encuentran en el trayecto. Y, de nuevo, la pregunta de Adú a su amigo: “¿No te vas a morir, verdad?, ¿tú me lo prometes?”. Un trayecto de refugiados sembrado de dificultades, pobreza, hambre, pederastia, prostitución y violencia

La historia de Gonzalo y su hija Sandra (Anna Castillo), producto de uno de sus dos matrimonios, quien le viene a visitar a África, intuyéndose una relación complicada entre ellos, donde la adicción a las drogas de la joven no es ajena (y donde el padre le realiza constantes controles de orina). Una Sandra que entiende con dificultad a su padre, cuando dice “Se le da genial lo de llevarse bien con sus ex… Y es que él se lleva bien con ellas y con los elefantes”, y porque ella en realidad le pide una paternidad responsable: “Pero es que tú no eres mi amigo, eres mi padre”

La historia de Mateo (Álvaro Cervantes) y sus dos amigos guardias civiles, sometidos a juicio por los hechos acaecidos aquella noche en la valla. Y uno de ellos le dice a Mateo: “¿Tú sabes cuál es el problema en África? Que todos se van, maestros, políticos, enfermeras. Si todos se van, ¿quién arregla aquello?”

Tres historias en las que sobresale la eterna sonrisa de Adú, su mirada y las lágrimas que nos deja su historia, una historia inspirada en millones de historias reales. Y donde destaca el dúo interpretativo de Luis Tosar y Anna Castillo, dos actores que ya nos han regalado grandes papeles en Cine y Pediatría: el primero en A cambio de nada (Daniel Guzmán, 2015) y en ma ma (Julio Medem, 2015) ; la segunda en El olivo (Icíar Bollaín, 2016). 

Y esta pequeña epopeya de trasfondo humano – por lo mejor y peor del alma – nos abre un pequeño resquicio a la esperanza. Aunque el final nos deje este dato: “En 2018 más de 70 millones de personas abandonaron su hogar en busca de un mundo mejor. La mitad de ellos eran niños”. Fin. Fundido en negro.


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