sábado, 11 de junio de 2022

Cine y Pediatría (648) “Hijos del sol” y esclavos del trabajo



"Esta película está dedicada a los 152 millones de niños trabajadores y a todos aquellos que luchan por sus derechos en el nombre de Dios”. Así comienza Hijos del sol (Majid Majidi, 2020), una película más del contundente cine iraní alrededor de la infancia y que publica un día antes de celebrar el Día Mundial contra el Trabajo Infantil. Este día se celebra cada 12 de junio para recordar y denunciar los millones de niños de todo el mundo (tantos como 1 de cada 10) que se dedican a algún tipo de trabajo peligroso o en el que son explotados, por lo general a expensas de su salud y su educación y, sobre todo, de su bienestar general y desarrollo. En este año 2022 el lema es “Protección social universal para poner fin al trabajo infantil”. 

Ya hemos hablado varias veces en Cine y Pediatría de las peculiaridades del cine iraní, de esa gravedad y autenticidad que se vislumbra en lo estético, en lo temático y en lo narrativo. Y, especialmente de esa reflexión que nos devuelve en los ojos de sus niños y niñas protagonistas, en su mayoría no actores, sino personajes reales de la calle. Y entre sus directores destacan Abbas Kiarostami, Jafar Panahi, Abolfazl Jalili, Bahman Ghobadi, Marziyeh Meshkini, los varios miembros de la familia Makhmalbaf y también Majid Majidi. Y es este último director el que hoy nos convoca con sus Hijos del sol, al igual que hace años lo hiciera con dos películas alrededor de su particular paraíso, con títulos como Niños del paraíso (1997) y El color del paraíso (1999). Porque el veterano Majid Majidi retoma aquí su interés por reflejar las duras condiciones de los niños de la calle de Teherán, los niños trabajadores y los refugiados afganos en Irán.  

Es Hijos del sol una odisea infantil, con parte de cine de aventuras y parte de suspense, que fue seleccionada por Irán para competir en los Óscar en la categoría de Mejor película internacional. En ella conocemos al niño de 12 años, Alí (Roohollah Zamani, premiado en el Festival de Venecia como mejor actor emergente), y a sus tres amigos (Abolfazl, Reza y Amad), quienes sobreviven haciendo trabajos en un desguace de coches y cometiendo pequeños delitos para conseguir dinero rápido y poder ayudar a sus familias. En un giro de los acontecimientos, Alí recibe el encargo de un capo de encontrar un tesoro oculto bajo subterráneo al que solo se puede llegar por el sótano de un colegio. Para ello recluta a sus amigos, pero antes de empezar la misión deben matricularse en este colegio, por nombre Escuela del Sol, una institución caritativa que intenta educar a niños sin hogar y que está ubicada cerca de donde se halla el tesoro. 

Es la Escuela del Sol un peculiar colegio para niños sin hogar, niños explotados expuestos a toda clase de daños sociales y donde se les intenta ayudar a gestionar sus emociones para evitar conflictos y actos violentos, para sacarles de la calle. Y en realidad, nuestros amigos cumplen ese perfil, pues cuándo les preguntan por sus padres, el de Ali murió (y ahora su madre está postrada y enferma en la cama de un hospital), el de dos de sus amigos son adictos a drogas y el del otro está en la cárcel. Pero el primer día Ali ya tiene una reyerta con otros chicos del colegio y son expulsados; por fortuna, un profesor les readmite de nuevo. Y ahí resuenan la recriminación de la niña Zahra (Shamila Shirzad), hermana de Abolfazl y vendedora ambulante en el metro: “¿Así es como cuidas de mi hermano?, ¿te das cuenta de lo que has hecho?, ¿sabes lo que nos harán como la escuela se entere? A ti nada, claro, pero nosotros somos afganos. Nos mandarán a un campo de refugiados y luego nos echarán del país”. 

Los cuatro amigos se dedican a excavar en los sótanos en los tiempos que las obligaciones de la escuela les permite, un día tras otro. Y a medida que pasan los días y avanza el túnel, conocemos un poco más a sus protagonistas y los avatares que rodean la institución. Porque llegan a cerrar y desalojar el colegio por impago del alquiler, aunque profesores y alumnos saltan la verja. Y Alí casi se queda solo en el empeño, hasta poner en peligro su vida y darse cuenta de que todo era un engaño y, en realidad, aquel tesoro solo era un alijo de droga que se les había caído por la alcantarilla y querían recuperar, sin importar nada o nadie, sin importar la vida de estos chicos de la calle, que son continua carne de cañón. 

Y ese timbre de escuela que ya no llama a ningún alumno del abandonado colegio Escuela del Sol sirve de colofón a esta dura obra del cine iraní, en la que es la décima cinta de Majid Majidi, una propuesta emotiva a la par que dura. Porque son varios los núcleos conflictivos que nos presenta la película Hijos del Sol: la pobreza, la injusticia, la criminalidad, el racismo, el trabajo infantil y… la realidad. Una realidad que nos devuelve la espontaneidad de sus jóvenes protagonistas, una muy buena fotografía de Hooman Behmanesh y una sencilla banda sonora, a manos de Ramin Kousha, que sintoniza perfectamente con algunas de las escenas más destacables. Una denuncia en tono de fábula donde hay un tesoro, un héroe, un ogro y una sorpresa final. La búsqueda del tesoro es un “macguffin”, algo con lo que mantener toda la acción en movimiento, pero es en el resto de las subtramas de la película donde cabe escarbar. 

Porque la infancia es para el cine iraní como los superhéroes para el actual cine norteamericano. Es el sujeto imprescindible, el héroe de las mil caras al que le sucede todo, desde ¿Dónde está la casa de mi amigo? (Abbas Kiarostami, 1987) a este Hijos del sol, pasando por El espejo (Jafar Panahi, 1997), Las tortugas también vuelan (Bahman Ghobadi, 2004), o Buda explotó por vergüenza (Hana Makhmalbaf, 2007), entre otras. Y hoy, con motivo del Día Mundial contra el Trabajo Infantil, hemos hablado de Hijos del sol, que algunos han realizado algún parangón con la conocida Slumdog Millionaire (Danny Boyle, Loveleen Tandan, 2008).
     

 

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