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sábado, 24 de junio de 2017

Cine y Pediatría (389). "St. Vincent" y esos otros tipos de santos


"Los santos son seres humanos que honramos por su compromiso y dedicación con otros seres humanos. Superficialmente uno podría pensar que mi santo es el candidato menos probable a la santidad. No le agrada a la gente. Es gruñón, irascible y está enojado con el mundo. Bebe, apuesta, maldice, fuma, miente y hace trampas. Es lo que se ve a primera vista. Si profundiza, verás a un hombre más allá de sus defectos. La mejor manera de describir a St. Vincent es contándoles lo que hizo por mí. Cuando mi mamá y yo nos mudamos aquí, no conocíamos a nadie. El señor Vincent me recibió en su casa cuando no tenía por qué hacerlo, pero lo hizo porque eso es lo que hacen los santos. Visitamos a su esposa que falleció recientemente. Vin lavó su ropa cada semana durante los últimos 8 años, mucho tiempos después que ya no lo reconocía, porque los santos nunca se dan por vencidos. Él me enseñó a pelear, a mantenerme firme y ser valiente, a hablar y ser audaz, porque los santos luchan por sí mismos y por los demás para que puedan ser escuchados. Aprendí a tomar riesgos y a arriesgarlo todo, porque en la vida las probabilidades se pueden volver en tu contra. El gato de Vin se llama Félix. Él come comida gourmet para gatos, mientras Vin come sardinas, porque los santos hacen sacrificios. Sí, el señor Vin tiene defectos, graves deficiencias al igual que todos los otros santos que estudiamos, porque después de todo, los santos son seres humanos, muy humanos. El valor, el sacrificio, la compasión, la humanidad,... esas son las características de un santo. En eso, el señor Vincent no se diferencia mucho de un santo. Por eso, postulo a mi amigo y niñero St. Vincent a la Santidad". 

Hay películas que no necesitan ser espectaculares, ni épicas, ni costosas, para brillar. Esas aparentes pequeñas películas cuyo recuerdo nos arranca una sonrisa y que consiguen el beneplácito de público y crítica, películas a las que hacemos un hueco en el corazón. Y más si finalizan con un discurso así, lleno de buenas intenciones. Pues algo así es St. Vincent, la ópera prima en el largometrje de Theodore Melfi en el año 2014. Una película que entra en la categoría de esas películas que incluyen la relación entre niño desamparado y adulto ermitaño, como lo pudieran ser en su momento El profesional (Luc Besson, 1994), Un niño grande (Chris Weitz y Paul Weitz, 2002) o El gran Torino (Clint Eastwood, 2008). 

En St. Vincent se establece un especial dueto de amistad entre Vincent (Bill Murray), un adulto gruñón veterano de guerra y de vuelta de todo, y el inteligente y desprotegido niño de 10 año Oliver (Jaeden Lieberher, en su primer papel), su nuevo vecino en el barrio de Brooklyn y de quien acaba siendo su niñero, por azares de la vida. Y ello porque Oliver vive solo con su madre Maggie (Melissa McCarthy), recientemente separada, y quien debe trabajar muchas horas haciendo TACs en el hospital para sacar a la familia adelante. Pero Vincent no lo cuida por amor al arte: "Todo tiene un precio, deberías saberlo"

Vin está de vuelta de la guerra de Vietnam y de una querida esposa con Alzheimer, vive en una casa tan desvencijada como su persona, tiene un coche más antiguo que él, y ya no le quedan más pretensiones en la vida que jugarse el (poco) dinero que tiene en carreras de caballos, darse a la bebida y pasar algún rato con "una dama de la noche" embarazada y malhablada (sorprendente Naomi Watts). Y con estas premisas se nos presenta lo que será el inicio de una extraña amistad con Oliver y que nos desvelará que las cosas jamás son lo que parecen y que bajo las pieles más insensibles se esconde un mundo opuesto. Y ese doble rasero entre la superficie y el fondo, nos hace recordar, de alguna manera, a personajes como Walt Kowalski de El gran Torino o a Melvin Udall de Mejor... imposible (James L. Brooks, 1997). 

Una película políticamente incorrecta que se convierte en cinematográficamente hermosa, una película con un ritmo ágil y un contundente mensaje, cuyo colofón es el pensamiento que hemos presentado al principio cuando Oliver presenta en el concurso de su colegio religioso a su nuevo vecino como candidato a la santidad. Una película en la que parece que Bill Murray no interpreta, sino "que es" el propio Vincent... y que adquiere su cénit en la última escena, cuando Murray/Vincent sale cantando la canción que escucha con los cascos, el "Shelter from the Storm’" de Bob Dylan. Y no tienen desperdicio, pues así es su personaje... un refugio en la tormenta. 

Una película que puede recordarse por distintos motivos, pero uno será unánime y es la sintonía entre sus dos personajes principales, Vincent y Oliver. Donde Bill Murray nos demuestra, una vez más, que soporta cualquier personaje y lo hace suyo (salga a cazar fantasmas, se pierda en Tokio con Scarlett Johansson o viva todos los días el día de la marmota), y donde Jaeden Lieberher no solo resulta un niño creíble, sino dulce sin empalagar. Y donde hay motivos para la sonrisa y para reflexión, especialmente sobre la amistad y la pérdida. Y uno de los momentos más emocionantes es cuando Oliver le da el pésame por la muerte de su mujer: "Lamento tu pérdida". Y él le contesta: "¿Qué significa esa frase?, ¿por qué la gente repite eso? Es una reflexión, un modismo... por qué nadie se acerca y te pregunta: ¿cómo era ella?, ¿la echas de menos?, ¿qué vas a hacer ahora?". 

Y sí, es posible que con esta película pasemos buenos momentos y también nos ayude a pensar que en la vida hay otro tipo de santos. Y a nuestro alrededor... Hoy que precisamente celebramos San Juan, la fiesta por antonomasia de Alicante, en lo que es el día más largo del año (y la noche más corta).

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