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sábado, 4 de agosto de 2018

Cine y Pediatría (447). “Sparrows”, esos gorriones entre el fuego y el hielo


Después de nuestro viaje iniciático por Islandia, estaba claro que la siguiente película de Cine y Pediatría debía proceder de ese país. Una cinematografía, la islandesa, que se desconoce y que no llega a las salas de cine de España y muchos otros países. Y de la tierra del fuego y del hielo compartimos hoy la vivencia de una película que es fuego y hielo, una “coming of age” auténtica y transgresora que se hizo con la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián del año 2015, año de su estreno: hablamos de Sparrows (Gorriones) del guionista y director de Reikiavic, Rúna Rúnarsson. 

Se entiende por “coming of age” a un género literario y cinematográfico que se centra en el crecimiento psicológico y moral del protagonista, a menudo desde la juventud hasta la vida adulta. Y hay muchas películas alrededor de esa reivindicación que desde Cine y Pediatría hacemos de la adolescencia como género cinematográfico, pero en concreto Sparrows se le ha llegado a definir como el Submarine rural e islandés. Ya tuvimos oportunidad de definir a la británica Submarine (Richard Ayoade, 2010) como la metamorfosis de todo adolescente, el cual se despierta un día convertido en un “bicho raro” en esa tierra de nadie que nos lleva de la tierna irresponsabilidad de la infancia a la dura responsabilidad de ser adulto: y como un submarino los adolescentes navegan entre la ingenuidad infantil, la efervescencia hormonal de la adolescencia y la supuesta sensatez de la madurez. 

Pues bien, hoy Sparrows (Gorriones) nos sitúa en una tierra de nadie que ya es de todos (o al menos un poco mía): Islandia. Y es un placer sentir como todo en esta película me es próximo y cercano: el idioma (porque toda película debería verse en su versión original subtitulada), el perfil de Reikiavic y sus poco habitados pueblos, las montañas y costas (con ese inmenso y bello paisaje, casi lunar en ocasiones), los cielos, las iglesias luteranas, las piscinas de agua termal, los eternos días de verano… 

Y todo comienza con un mensaje subliminal en Sparrows. Porque el film se inicia con los arcos de una bóveda de una iglesia luterana para ir descendiendo hasta situarse en la cabeza de nuestro protagonista, Ari (Atli Oskar Fjalarsson), un adolescente de 16 años, que canta en el coro de la iglesia con su aún voz angelical. Con ese principio, en apariencia tan sencillo, se condensa gran parte de la carga simbólica que estructura el relato: la convivencia de cierta idea de lo espiritual con lo humano. Techos blancos, Ari vestido de un blanco inmaculado junto con el resto de niños cantores del coro: todos blancos, todo blanco, como la nieve y el hielo de Islandia. Una secuencia onírica para los títulos de crédito… que tras 100 minutos de metraje nos transportarán a un final tan duro como poético. 

Y todo arranca cuando la madre de Ari se marcha con su novio a África y como no puede llevarse a su hijo consigo le pide que vaya a vivir con su padre, Gunnar (Ingvar E. Sigurdsson), con el que no tiene relación desde hace seis años y que vive en la zona rural de Westfords. La evidente distancia que siente respecto a su padre la compensa con su abuela, que le da el único apoyo emocional que ninguno de sus progenitores le da en ese trance que tiene que vivir, ya sea desde la ausencia (la madre) o desde la incapacidad (el padre). Una compleja adolescencia en la que tiene que lidiar con la difícil relación con su padre (“No creo que él me entienda más que yo a él” dice el padre a la pregunta de la abuela de qué tal se entienden) y el reencuentro con sus viejos amigos de la infancia en lo que es un retorno forzado a su pueblo natal, en ese momento en que se celebra la Fiesta de Solsticio de Verano y siempre es de día. Un verano en Islandia en el que tendrá que combinar el alcoholismo y descontrol de vida de su padre y la aparición del primer amor y el primer contacto con el sexo, todo lo cual le llevará a un inevitable vértigo emocional. 

“Supera ya esa autocompasión que te atormenta desde el divorcio. Afronta el hecho de que apenas has visto a tu hijo en años. Deberías ser un ejemplo para él. Tienes una segunda oportunidad” le dice la abuela a su hijo Gunnar, claramente un mal ejemplo para Ari, su nieto. Y vamos intuyendo que el alcoholismo debió ser uno de los problemas de la separación de su mujer, separación que no ha superado, y que le hace regresar al alcohol y a las fiestas descontroladas con los amigos. Y todo esto acaba por hacer explotar a Ari: “Nunca te acordaste de mi cumpleaños. Siento vergüenza de ser tu hijo, ¿me oyes? ¡ Eres un puto perdedor !”

Al problema familiar se suma el hecho de que el alcohol, la marihuana, la ketamina y otras drogas ronden a los jóvenes, en lo que sin duda parece que fue un gran problema en Islandia (y que se ha logrado combatir). Y todo ello nos lleva a un final demoledor que viven Ari y su amiga Lára (y conviene no realizar spoiler), pero basta decir que es una de las secuencias en silencio más sorprendentes que haya visto. Y con la frase final de ella:”¿Lo he hecho bien? Me alegro de que haya sido contigo”… 

Todo lo anterior se entiende cuando se ve la película… Al igual que ese abrazo final que el hijo busca del padre dormido… Porque todos somos gorriones y necesitamos ese abrazo protector de los padres (y también de los amigos). 

Y este argumento es el que nos regala Sparrows (Gorriones) en donde, como es habitual en la cinematografía de Islandia, la naturaleza resulta omnipresente y hegemónica en el diseño de los espacios físicos que se filman, como un personaje más. Abundan los planos generales en amplia panorámica, como en los westerns con ampulosa épica, donde hay una focalización absoluta de las montañas, filmadas como entes superiores, magnánimos e imponentes, un paisaje superior en la isla que es tierra de fuego y de hielo, como la propia película. 

Tierra y fuego en  Sparrows (Gorriones) gracias a su sentido dominio del tempo en busca del clímax al que nos lleva desde ese inicio angelical a un dudoso purgatorio. Y por ello, no es otra típica película adolescente: ni estúpida, ni comedia ni made in USA, sino realizada en Islandia. Y, por tanto, como no podía ser de otra forma, es un retrato íntimo de esta volcánica etapa de tránsito, un viaje iniciático filmado con implacable, austero y en ocasiones helado temple. La arrebatada fotografía de Sophia Olsson y la celestial banda sonora de Kjartan Sveinsson (miembro de la banda Sigur Rós), son los sustentos del discurso de Rúnarsson, atonal en apariencia hasta que rompe, con mínimo artificio y máxima efectividad, en un tercer acto que nos llena de sentido y sensibilidad. Un momento en el que Ari, nuestro hierático protagonista deja escapar una lágrima por la infancia que se va, y la incertidumbre que domina, como las brumas islandesas, la vida adulta. 

Y es así como Sparrows (Gorriones) se constituye en una película que siempre busca una melodía en medio del caos, un aliento de lo trascendente entre el desconcierto existencial. Una joya de cine hecha desde el corazón y realizada en el corazón de Islandia. Una película que dedico a Bergþóra y Stephan, nuestros nuevos amigos islandeses, nuestros cicerones entre volcanes, glaciares y cataratas.

 

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