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sábado, 3 de diciembre de 2022

Cine y Pediatría (673) “Fue la mano de Dios” una catarsis autobiográfica desde el cine


«“Yo hice lo que pude. Creo que tan mal no me fue”. Diego Armando Maradona, el mejor futbolista de todos los tiempos». Con este texto previo comienza esta película que con la cámara nos transporta desde el mar a la costa y apreciamos el perfil de la ciudad de Nápoles en los años 80. Nos referimos a Fue la mano de Dios (Paolo Sorrentino, 2021)

La mano de Dios es el nombre con el que se conoce al gol anotado con dicha parte del cuerpo por el futbolista Diego Maradona en el partido entre Argentina e Inglaterra en los cuartos de final de la Copa Mundial de Fútbol de 1986, disputado el 22 de junio (cuatro años después de la Guerra de las Malvinas) en el Estadio Azteca de la Ciudad de México. Y en ese mismo partido metió el considerado el “gol del siglo”. Un partido y dos goles para la historia… en un Mundial que finalmente ganaría la propia Argentina en su final frente a Alemania. Y de esta anécdota mundialista tan apropiada para estas fechas de este atípico Mundial de Qatar que estamos viviendo nos sirve para comentar la película más autobiográfica del italiano Paolo Sorrentino, toda una catarsis cinematográfica de su adolescencia alrededor de su familia y sus sueños, en este caso con el joven Fabietto Schisa como su alter ego, quien nos demuestra su pasión por el fútbol, mientras una tragedia familiar da forma a su futuro incierto, aunque prometedor, como cineasta. 

Paolo Sorrentino es un director y guionista napolitano que inicia su carrera cinematográfica en 2001, y consigue en 2008 el Gran Premio del Jurado de Cannes con El divo, sobre la figura de uno de los personajes más controvertidos de la política italiana, Giulio Andreotti. Aunque su gran éxito internacional llega en 2013 con La gran belleza, con la que consigue el Óscar a mejor película de habla no inglesa, amén de otros muchos galardones. Le siguen otras obras entre las que cabe destacar La juventud en 2015 (basada en una novela homónima de la que es autor), Silvio (y los otros) en 2018, película ficcionada sobre Silvio Berlusconi, y las series de televisión The Young Pope (2016) y The New Pope (2020). Y es con Fue la mano de Dios con la que llega su película autobiográfica, pues su infancia y adolescencia es la de Fabietto Schisa (Filippo Scotti, quien recibiera el Premio Marcello Mastroianni al mejor actor revelación), y para ello Sorrentino vuelve a la ciudad que lo vio nacer para contar su historia más personal: un relato sobre el destino y la familia, los deportes y el cine, el amor y la pérdida

Porque Sorrentino comenzó siendo un escritor de éxito, y eso se deriva en su filmografía que tiene un estilo personal entre surrealista, barroco y existencialista, y en donde analiza personajes, grupos de poder político y autoridades religiosas, una trayectoria que aporta un retrato de la Italia contemporánea. Para muchos críticos de cine es el gran sucesor de Federico Fellini por sus montajes y composición estética coral, por la combinación de fotografía y banda sonora. 

Su crianza en una típica familia napolitana se identifica con el personaje principal de Fue la mano de Dios, su historia personal y familiar. Allí donde se nos presenta a Fabietto y sus padres, Saverio Schisa (Toni Servillo, su actor fetiche) y María Schisa (Teresa Saponangelo), así como su protector hermano Marchino (Marlon Joubert). Tras ellos, la admirada erotizada tía Patrizia (Luisa Ranieri) y su celosísimo esposo Franco (Massimiliano Gallo), así como la excéntrica baronesa Focale (Betty Pedrazzi) o el paternal y varonil Alfredo (Renato Carpentieri). Y muchos otros personajes peculiares como la Sra. Gentile con su abrigo perenne de visón (incluso en verano), Geppino, Capuano, Maurizio, Marriettiello, Graziella,… Una película coral napolitana y universal, con personajes y escenas que se cruzan en un meditado desorden. 

Una familia que se sigue preguntando si Maradona llegará al Nápoles desde el F.C. Barcelona: “Si Maradona no viene al Napoli, me suicido”, dice el abuelo; aunque hay opiniones para todos los gustos: “Yo creo que Pelé y Di Stéfano son mejores que Maradona”. Y Fabietto comparte sus pensamientos de adolescente entre el fútbol, su tía Patrizia (quien compromete a todos tomando el sol desnuda) y el cine que le va rodeando poco a poco (los castings a los que acude su hermano o Graziella, entre Fellini y Zefirelli) y cuya magia descubre en una grabación en la Gallería Humberto I (una de las galerías más populares del país junto con la Galleria Vittorio Emanuele II de Milán). 

Pero por esta historia de Fabietto (alter ego del director) se mezclan escenas muy diversas, que forman parte de su particular catarsis cinematográfica, y que van de su escuela Don Bosco Salesianos a sus escapadas a las playas nudistas de Capri y Estrómboli o al propio Vesubio, con sus vivencias en aquella familia que se las daba de comunista (y por ello cambiaban de canal con un palo de escoba, pues no iban a comprar un mando a distancia), pero cuyo epicentro es la peculiar relación beligerante entre sus padres y ese accidente por una fuga de gas que le dejó huérfano por una mortal intoxicación por monóxido de carbono. Y a partir de entonces decide que quiere ser director de cine y que su tía Patrizia sea su musa, aunque acaba ingresada en un centro psiquiátrico ante la depresión por no poder ser madre. 

Y de ahí surge su declaración: “La vida, ahora que mi familia se ha desintegrado, ya no me gusta. Quiero otra imaginaria, igual que la que tenía antes. La realidad ya no me gusta. La realidad es mediocre. Por eso quiero hacer cine. Aunque solo haya visto tres o cuatro películas”. Y aunque le recomiendan que no se vaya a Roma y se quede en Nápoles, finalmente se marcha…y ve al monachello, personaje de leyenda napolitano, ese niño con un vestido largo de monje y un sombrero puntiagudo en la cabeza y que suele aparecer en las frías noches de invierno y en la oscuridad de las horas nocturnas. 

Y ven en familia el partido del Mundial de México contra Inglaterra, y al ver la realidad de aquel gol, el abuelo dice: “¡Ha metido el gol con la mano! Ha vengado al pueblo argentino, vejado por el infame ataque imperialista en las Malvinas ¡Es un genio! Es un acto político. Es la revolución. Los ha humillado, ¿entiendes?”. Y luego Maradona seguiría haciendo historia en Nápoles donde jugó 8 años (1984-1992), a donde llegó como un héroe y consiguió dos Scudettos, pero en 1991 dio positivo en cocaína tras un partido y le cayeron 15 meses de suspensión. Ese fue su fin en el Nápoles, se marchó por la puerta de atrás, muy bajo de forma y con un sinfín de líos a sus espaldas. Pero Nápoles no le ha olvidado de él (como no lo hacen del Dr. Moscati), y de hecho el estadio San Paolo pasó a denominarse Diego Armando Maradona tras su fallecimiento hace ahora dos años. 

Se denomina catarsis a ese instante de lucidez en el cual vemos más de lo que normalmente vemos, y que nos permite una visión de quiénes somos, de cómo somos o de qué nos sucede y nos devuelve emociones y reflexiones. Algo así es para Paolo Sorrentino su película Fue la mano de Dios - y quizás también para los espectadores -, pues esta catarsis ayuda a cerrar la herida de quedarse huérfano en el camino de su adolescencia. Y para ello nos regala ese paseo en lancha por el golfo napolitano bañado con la luz dorada de un atardecer de finales de verano, esa euforia al celebrar el gol de "El Pelusa" en el balcón de casa o ese creer estar enamorado tantas veces como sea necesario. Y todo muy a la italiana, con ese cosmos que es la familia, donde caos y orden suceden en muy poco espacio de tiempo. Porque, salvando las diferencias, Fellini lo hizo desde la ciudad eterna, y Sorrentino lo hace desde Nápoles.

 

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