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sábado, 24 de diciembre de 2022

Cine y Pediatría (676) “El camino” que llega a Belén… y al amor de tu pueblo de infancia


“Visto así a la ligera, el pueblo no se diferenciaba de tantos otros. Sin embargo, para Daniel el Mochuelo aquel valle significaba mucho. En él había nacido y jamás franqueó la cadena de sus montañas. Le gustaba el olor de la hierba o escuchar el murmullo oscuro de las aguas del río que discurría con fuerza de catarata entre las piedras. El suyo era un pueblecito pequeño, retraído y vulgar, pero para Daniel el Mochuelo su pueblo era muy distinto al de los demás”. Tras esta voz en off aparece el título de la película, El camino, con la nota “de una novela de Miguel Delibes” y continúa que está producida y dirigida por Ana Mariscal (que es la propia narradora de la voz en off). 

Y así se nos presenta una película en blanco y negro del año 1963, en lo que es el encuentro de dos personajes importantes en una España no próxima, pero quizás no tan lejana: el del escritor vallisoletano Miguel Delibes y la actriz, directora y productora cinematográfica madrileña, Ana Mariscal. 

Miguel Delibes tiene una extensa obra literaria en el que nueve novelas han sido adaptadas al cine: “El camino”, “Mi idolatrado hijo Sisí”; “El príncipe destronado”; “Los santos inocentes”, “El disputado voto del señor Cayo”, “El tesoro”, “La sombra del ciprés es alargada”, “Las ratas” y “Diario de un jubilado”. Esta unión cinematográfica de Delibes la revisamos de forma pormenorizada en la película La guerra de papá (Antonio Mercer, 1977), adaptación de la novel “El príncipe destronado”; pero todo comenzó con la novela y la película “El camino”, en lo que es un canto de amor al paraíso perdido de los pueblos de nuestra infancia.  

Ana Mariscal comenzó de casualidad en el cine, ella que comienza a estudiar Ciencias Exactas, con El último húsar (Luis Marquina, 1940). Pero es con su papel protagonista de Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1941) con el que pasa a convertirse una de las actrices más importantes de la época. Y así lo atesoran películas como Vidas cruzadas (Luis Marquina, 1942), Mañana como hoy (Mariano Pombo, 1947), La princesa de los Ursinos (Luis Lucia, 1947), El tambor del Bruch (Ignacio F. Iquino, 1947), Pacto de silencio (Antonio Román, 1949), Un hombre va por el camino (Manuel Mur Oti, 1949) o La reina del Chantecler (Rafael Gil, 1962), y compaginó su presencia en la gran pantalla con interpretaciones sobre los escenarios. En 1943, en el ámbito de la creación artística, escribe la novela “Hombres”, que será prohibida por la censura de la época y no podrá ser leída hasta su reedición en el año 1992. Y en 1953 lleva a cabo su película más ambiciosa con la producción, dirección e interpretación de Segundo López, aventurero urbano (1953), al que le seguirán Misa en Compostela (1954), Con la vida hicieron fuego (1957)…, siendo El camino (1963) la que más repercusión e importancia tuvo en la época, consiguiendo el reconocimiento de la crítica a su labor detrás de la cámara. Una función de directora que la ha consagrado entre las directoras pioneras en España, posterior a Elena Jordi, Helena Cortesina o Rosario Pi, coetánea de Margarita Alexandre y Labarga, y predecesora de Emma Cohen, Pilar Miró, Cecilia Bartolomé o Josefina Molina, entre muchas otras. 

La película fue rodada en Candeleda (Ávila), interpretada con una mezcla de actores profesionales y gente del propio pueblo. Y nos acerca a una etapa concreta de la vida de Daniel, el Mochuelo (José Antonio Mejías) y sus dos amigos Germán, el Tiñoso (Jesús Crespo) y Roque, el Moñigo (Ángel Díaz), tres chicos de 11 años que viven en libertad en el valle. Y la historia es en ese verano previo a que Daniel, hijo único, tenga que marchar a la capital para recibir la formación adecuada que le labre un buen futuro y progrese, según el deseo de su padre, el quesero del pueblo. 

Y cuando la Mariuca-uca (Maribel Martín), la pecosa niña enamorada de Daniel, le pregunta qué es progresar, él le responde: “Ganar más dinero que tu padre trabajando menos. Eso es progresar”. Y la reflexión de sus amigos no deja duda: “Es lo que yo digo. Habrá algo tan difícil que haga falta 14 años para estudiarlo… Y después de tanto estudiarlo los señoritos de la ciudad no saben distinguir un arrendajo de un jilguero, ni un cagajón de una boñiga”, según Roque, el Moñigo; o “Mi padre me dice que no se puede progresar cuando se tienen nueve hermanos”, según Germán, el Tiñoso. Y es que las divagaciones de estos tres amigos mientras merodean por el pueblo, por el campo, por el río… no tienen desperdicio: “Las señoritas de la ciudad tienen la piel que parece de seda… Eso se llama cutis, tener cutis. En las capitales hay muchas mujeres que lo tienen, en los pueblos no porque el sol les quema el pellejo”. 

Y en sus correrías se nos presentan otros muchos personajes, con esa costumbre de los pueblos de llamar a la gente por el apodo. Así conocemos a Lola, La Guindilla (Julia Caba Alba), prototipo de mojigata, que regenta una tienda de ultramarinos por nombre La Purísima, y que vive con sus dudas religiosas que ponen a prueba paciencia del cura: “Creo que soy una hereje”. Su hermana Irene (Maruchi Fresno), que anda en boca de todos porque se va del pueblo con su novio y regresa engañada, momento en el que Lola cierra la tienda con el cartel “Cerrado por deshonra”, y al regresar le impone luto perpetuo y cinco años sin salir a la calle. El cura Don José (Joaquín Roa), que lee el libro “Cine, fe y moral” y que desde el púlpito da los sermones con algunas verdades como panes: “La felicidad no está en lo más alto, ni en lo más grande, ni en lo más excelso. La felicidad está en acomodar nuestros pasos al camino que Dios nos ha destinado en la tierra, aunque sea humilde”. Don Moisés (José Orjas), el maestro chapado a la antigua con aquellos habituales castigos para la época, vara en mano, y al que intentan buscarle novia. El Indiano, el más rico del pueblo, y su hija, La Mica (Mary Paz Pondal), de la que está enamorado platónicamente Daniel y por ello rebate a sus amigos: “La Mica no olerá mal ni cuando se muera”. Cuco, el interventor de la estación de tren, que avisa a todo el pueblo de las novedades. Quino, El Manco, dueño del bar y padre de la Mariuca-uca. El padre de Roque, el herrero del pueblo, aguerrido hasta en sus consejos a los chicos, cuando llega la desgracia: “Los hombres se hacen, las montañas ya están hechas”. Un elenco de personajes y de actores de época, a los que se suman los nombres de Asunción Balaguer, Juan Luis Galiardo, María Isbert, José Sepúlveda, Mary Delgado, Xan das Bolas, Julia Gutiérrez Caba, Rafael Luis Calvo, … clásicos de aquel cine en blanco y negro. 

Y durante los 90 minutos de metraje acompañamos a el Mochuelo, el Tiñoso y el Moñigo – como a ellos les gusta llamarse entre sí – en sus paseos por el pueblo y por el campo, a sus clases, a los juegos en el túnel del tren, a robar manzanas del huerto, a cantar en el coro, a las fiestas del pueblo (y el juego de la cucaña), a las tardes de cine de películas religiosas (como El milagro de Fátima o Marcelino, pan y vino), allí donde los novios aprovechaban la oscuridad de la sala, y las viudas mojigatas exclaman: “No hay solución. Todo el pueblo está en pecado mortal”. Y estas viudas, con La Guindilla a la cabeza, se unen al cura en la comisión de censura, llegando incluso a quemar en una pira el proyector del cine; y cómo olvidar esa escena en la que ella acude al bosque con una linterna a descubrir a las parejas besándose y anunciándoles que están en pecado mortal. 

Pero el final de ese verano llega con una desgracia en una de sus andanzas por el río. Y aún en esos momentos, continuamos sintiendo el amor y la amistad que impregna toda la película, a cada uno de sus personajes y al pueblo. Y ese grito final antes de la partida del Mochuelo a la ciudad: “Uca, Uca, no dejes que la Guindilla te quite las pecas”. Y así es como Daniel tomará un camino diferente al que él hubiera escogido, lejos de ese doble paraíso que abandona, el geográfico (ese pueblo del valle entre montañas) y el figurado (su infancia). 

Porque es El camino una oda a la bondad de la vida en el pueblo, al concepto de la amistad (junto al concepto de la muerte) y el cuestionamiento de la falsa moral cristiana. Y es por ello que guarda cierta similitud con Secretos del corazón (Montxo Arméndariz, 1997), una película en color que no olvidan en la localidad navarra de Ochagavía, donde se grabó, al igual que El camino, una película en blanco y negro no la olvidarán en la localidad abulense de Candeleda. 

Y esta película, una joya casi olvidada, la recuperamos hoy, día de Nochebuena. Para ser El camino que llega a Belén… y al amor de tu pueblo de infancia. Porque esta película no encontró el camino del éxito en su momento y está considerada como una de las películas malditas del cine español, quizás por su crítica velada o quizás porque entre aquella corriente de directores no tenía cabida una mujer, y menos si se trataba de quien había protagonizado Raza. Y es hora de romper el techo de cristal y reivindicar esta película que nos habla de la vida, del amor y de la muerte bajo la mirada de Daniel, el Mochuelo, de Germán, el Tiñoso y de Roque, el Moñigo. Bajo la magia escrita de Miguel Delibes y la versión cinematográfica delicada, pícara y reflexiva de Ana Mariscal.

 

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