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miércoles, 15 de marzo de 2023

Epónimos en Medicina: argumentos a favor y en contra


Los epónimos son muy frecuentes en ciencias de la salud y una parte fundamental del lenguaje y de la cultura histórica de los médicos, ya que numerosas personas han dado nombre a enfermedades, síndromes y signos, partes anatómicas, procesos fisiológicos y patológicos. A pesar de ser términos etimológicamente vacíos, están ampliamente arraigados en la educación médica y en historia de la medicina, de manera que sería muy difícil prescindir de ellos, o incluso, como proponen algunos, erradicarlos. En la actualidad, no es frecuente que surjan nuevos epónimos médicos, ya que todos los desarrollos importantes de la medicina son fruto del trabajo en equipo y, por ello, es difícil bautizarlos con nombres que incluyan a todas las personas involucradas. 

Continúa el debate científico en la literatura médica con argumentos a favor y en contra de su uso, tal como revisamos en este artículo de la serie Comunicación científica y que os aconsejamos revisar en toda su extensión. 

El mayor número de epónimos proceden de finales del siglo XIX y principios del XX, cuando los idiomas científicos predominantes eran el inglés y el alemán. Desde el siglo pasado, el nombramiento de nuevos hallazgos con epónimos se empezó a dejar de lado y los términos pasaron a ser más descriptivos, denominando a los nuevos hallazgos con nombres de objetos naturales que permitieran hacer una asociación directa con la enfermedad, técnica, estructura anatómica, etc. 

A) Argumentos a favor del uso de epónimos 

1. Uno de los argumentos más fuertes tiene que ver con que el uso de epónimos supone un respeto a la tradición y a la historia, ya que reconocen el descubrimiento y al descubridor. 

2. Los epónimos son parte integrante del lenguaje médico aprendido, pues fuimos educados, tanto en la etapa de grado como en la de postgrado, con el aprendizaje de los epónimos. 

3. Una vez aceptados universalmente, son signos lingüísticos unívocos que facilitan la comprensión de muchos términos sin necesidad de explicar su concepto, facilitando la comunicación. Aportan precisión al lenguaje pues evitan, en algunos casos, las largas letanías de síntomas encadenados con los que se denominan algunas enfermedades y que resultan poco prácticas por ser excesivamente prolijas. Un ejemplo es la “tetralogía de Fallot”, que es mucho más fácil de decir que “enfermedad cardiaca congénita cianótica por defecto septal ventricular, estenosis pulmonar, hipertrofia ventricular derecha y dextroposición aórtica”. 

B) Argumentos en contra del uso de epónimos 

1. Los epónimos son denominaciones etimológicamente vacías. Las denominaciones de las enfermedades deberían ser descriptivas, indicando los principales síntomas y signos con los que se manifiestan. Por ejemplo, "herniación de las amígdalas del cerebelo" se entiende mejor que su epónimo "malformación de Arnold-Chiari". 

2. Los epónimos son a menudo criticados por su falta de exactitud histórica, prestando por ello un tributo inmerecido a quienes no fueron los verdaderos descubridores. La historia de la medicina está llena de ejemplos de personas que describieron una enfermedad mucho antes de la persona a la que finalmente se le adjudicó el descubrimiento. 

3. Los epónimos están sometidos a procesos de homonimia, polisemia y sinonimia La polisemia es el significado múltiple de una palabra, como el “signo de Babinski”, que designa, al menos, cinco fenómenos distintos de la exploración neurológica. La homonimia consiste en la identidad fónica (homofonía) y gráfica (homografía) de dos palabras con significados diferentes producida por la evolución coincidente de dos palabras que tienen significados distintos; por ejemplo el epónimo “Pick”, que puede referirse a la enfermedad de Pick (en honor al psiquiatra checo Arnold Pick), la pericarditis de Pick (cuyo nombre se debe al médico checo-austríaco Friedel Pick) y la célula de Pick (en honor al patólogo alemán Ludwig Pick). 

4. Su utilización constituye un abuso del culto a la personalidad y, en determinados casos, perpetúan nombres de individuos vanidosos que accidentalmente y con poco merecimiento intervinieron en la descripción de una enfermedad o proceso. Un caso especial son las atrocidades cometidas por los médicos nazis. 

5. No siempre existe unanimidad sobre el descubridor de la enfermedad, como lo demuestra el hecho de que existan epónimos compuestos por varios nombres o enfermedades para las que se emplean varios epónimos diferentes, lo que puede apreciarse fácilmente consultando alguno de los diccionarios de epónimos publicados. Un buen ejemplo de esto es la enfermedad de Jakob-Creutzfeldt, que también puede llamarse enfermedad de Creutzfeldt-Jakob19. 

6. El nombre propio también puede ser engañoso o confuso. Por ejemplo, "quiste de Baker" no tiene nada que ver con el quiste de los panaderos (baker en inglés), sino que es un quiste lleno de líquido que se produce detrás de la rodilla en las personas con artritis, nombrado por el cirujano inglés William Morrant Baker. 

7. Existen epónimos que se definen con otros epónimos. Por ejemplo, el síndrome de Dandy-Walker se define como “atresia del agujero de Magendie”; a su vez, “agujero de Magendie” se define como “orificio central ubicado entre los dos agujeros de Luschka”, que están situados en los ángulos laterales del ventrículo y dan paso a vasos sanguíneos de la piamadre que, entrando en la cavidad ventricular, se arborizan, constituyendo los plexos coroides. 

Así pues, los epónimos están ampliamente arraigados en la historia de la medicina, la educación y el lenguaje médico. A pesar del debate científico existente en la literatura médica a favor o en contra de su uso, su erradicación, aunque fuera deseable, requeriría un esfuerzo extraordinario y supondría realizar una purga de proporciones colosales. Existe una propuesta para que las enfermedades, las estructuras y los fenómenos fisiológicos o patológicos se denominen de acuerdo con sus características descriptivas como el color (por ejemplo, “el núcleo rojo” y “la sustancia negra” del mesencéfalo), su similitud morfológica con un objeto natural (“hipocampo”, estructura cerebral descrita por el anatomista del siglo XVI Giulio Cesare Aranzio, que advirtió una gran semejanza con la forma del caballito de mar o hipocampo), localización (“corteza cerebral”), etc., que utilizar epónimos; sin embargo, los epónimos pueden ser útiles para nombrar condiciones médicas multisintomáticas o procedimientos quirúrgicos complejos que no pueden condensarse de forma conveniente y razonable en uno o varios términos. 

Algunos epónimos tienden a ser reemplazados en la literatura, como enfermedad de Hirschsprung, que está siendo sustituida por megacolon agangliónico o aganglionosis; enfermedad de Pompe, sustituida por glucogenosis II; enfermedad de Christmas, sustituida por hemofilia B; enfermedad o mal de Pott, sustituida por espondilitis tuberculosa o tuberculosis vertebral; síndrome de Edwars, al que se prefiere trisomía 18; tumor de Wilms, para el que se propone nefroblastoma. 

Lo razonable parece ser mantener los epónimos clásicos que han perdurado en el tiempo, sea porque tienen mayor importancia clínica, mayor sensibilidad, especificidad y significación diagnóstica, o por su mayor importancia histórica.

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