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sábado, 10 de noviembre de 2012

Cine y Pediatría (148). “El camino a casa”,… un poema visual dedicado a las abuelas


En la entrada de la semana previa hablamos de Zhang Yimou y de la épica cinematográfica de sus películas, entre ellas la magnífica El camino a casa. No es que hoy volvamos a hablar de la misma película, sino que por motivos de la traducción al español hoy comentaremos otra película de similar título, también procedente de extremo oriente, pero diferente. No es la primera vez que comentamos el problema que supone a veces la traducción de un título original (ver Cine y Pediatría 78). 

El camino a casa de Zhan Yimou (1999) es una película de China cuyo título original es “Wo de fu qin mu qin”. Nos relata el recuerdo de una gran historia de un amor; y acaba siendo un poema sobre la pedagogía y sobre la necesidad de honrar el esfuerzo y el trabajo de los padres. El camino a casa de Jeong-Hyang Lee (2002) es una película de Corea del Sur cuyo título original es “Jibeuro”. Nos narra con extrema sencillez la relación entre una abuela y su nieto; y acaba siendo un poema visual sobre la necesidad de honrar el esfuerzo y el amor de las abuelas (y abuelos), según consta en los créditos finales. 
La historia de esta película coreana es de una sencillez que puede alarmar a quien no la vea con los ojos de la simplicidad en el sentimiento. Una madre divorciada, que está buscando trabajo, lleva a su hijo de 7 años a pasar una temporada con su abuela, a quien no conocía. La abuela es muy anciana y vive en una zona rural aislada casi del mundo, no puede hablar, camina con dificultad y muy encorvada (lo que parece una espondilodiscitis anquilopoyética) y está perdiendo la vista. El niño procede de la ciudad y resulta ser muy caprichoso y algo maleducado. Una película de dos personajes (abuela y nieto), de dos mundos, de dos extraños y su encuentro sentimental a través del contacto. Nada que no se haya contado, pero, como ocurre muchas veces, no es el qué, sino el cómo. 

El camino a casa no es una película pretenciosa, y si una película real. Y basta para ello reconocer cómo fue la elección de los personajes. En el papel de la abuela se eligió a Kim Eul-Boon, una anciana quien, hasta ese momento, jamás había visto una película, ni sabía lo que eran; la casa que vemos es la suya en la realidad; y para los esporádicos papeles secundarios de otra gente de la aldea cercana eligió a personas corrientes de la zona, con lo cual se hace más creíble la relación entre la anciana y ellos. En el papel del niño Sang Woo se eligió a Yoo Seung-Ho, quien si tenía cierta experiencia ante las cámaras (trabajó previamente en una serie de televisión) y si logra convencernos de que es un niño malcriado. 
La película atesora largos silencios (fiel al clásico cine coreano, en donde destacan a nivel internacional el tétrico Chan-Wook Park y el poético Kim Ki-duk) y con ello nos dirige a la demostración de un amor a toda prueba, un amor sin límites que le da fuerza y paciencia a la anciana para hacer entender al niño que no es correcta su visión del mundo. El primer gesto de la abuela hacia su desconocido nieto es frotarse el pecho con una mano. Pero este rehúsa cualquier muestra de afecto y se pasa la mayor parte del tiempo jugando con un videojuego; e ignora sistemáticamente a su abuela, a quien incluso insulta. Las rabietas y el descontento inicial de Sang Woo cambiarán poco a poco, aunque éste se esfuerce en no demostrar afecto. Y vemos como Sang Woo regresa con su madre sin abrazar a su abuela, aunque finalmente corre hacia el fondo del autobús y le dice adiós, mientras él se frota el pecho con la mano. Una muestra sencilla de cómo consigue ver el mundo que le rodea con una nueva mirada de respeto y aprecio; y todo gracias a las manifestaciones de amabilidad y afecto por parte de su abuela, de quien aprende a aceptar y comprender los simples placeres de la naturaleza y de su vida cotidiana. 
Y este cambio de Sang Woo lo vamos apreciando en pequeñas dosis y en pequeñas escenas: la escena de la ropa tendida durante la tormenta; la simpática secuencia alrededor del pollo que la abuela cocina para su nieto y las reacciones de éste; la conversación de las dos abuelas en el mercado; la de las agujas enhebradas; cuando Sang Woo intenta que su abuela aprenda a escribir “estoy bien” y “te extraño”… y la recomendación de que si se enferma, le envíe una hoja en blanco y él “vendrá corriendo”; la referida despedida en el autobús; y la escena final de la abuela ascendiendo hacia su casa solitaria. 

El camino a casa es una película pequeña en su estructura, pero grande en su mensaje. Porque toca un tema que no es muy habitual: el respeto hacia los ancianos, el respecto a nuestros mayores, a nuestros abuelos. Esa figura tan importante en el desarrollo sentimental y anímico de los nietos y, por ende, de las familias y de la sociedad. Porque una sociedad que no respeta a sus abuelos es una sociedad que no se respeta a sí misma. Porque la realidad es que muchos ancianos viven, con demasiada frecuencia, ese tipo de maltrato afectivo y ese tipo de abandono,… y no hablamos de zonas rurales en Corea, hablamos de nuestras ciudades, hablamos de nuestro alrededor. Tal vez, entonces, esta película (aunque en otro contexto cultural) permita un poco de autocrítica, como para admitir por qué puede molestar tanto ver algo que sucede en la realidad, y no sólo en una película. 

Según la directora, ella ve a la abuela como un símbolo de la Naturaleza, que nos nutre y nos cobija. Porque para quienes tuvimos una abuela que nos cuidó de niños y a la que tuvimos la fortuna de corresponder como lo merecía, esta película nos llena de amor y de nostalgia.

 

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