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sábado, 9 de febrero de 2019

Cine y Pediatría (474). “¿Quién puede matar a un niño?”, nos preguntamos…


Acabamos de vivir hace una semana la gala de la 33 edición de los Premios Goya, acto en el que puedo destacar estos tres momentos. El primero fue el emotivo discurso de Jesús Vidal, quien recibió el Goya a Mejor actor revelación por Campeones (Javier Fesser, 2018), la primera persona con discapacidad visual en recibir este premio. Y resulta que cuando la mayoría de los discursos de los premiados a los Goya vienen a ser planos, vacíos de contenido, repetitivos, soporíferos o con reivindicaciones oportunistas, Jesús Vidal nos dio una lección de este momento de oro, bien aprovechado, en fondo y en forma. “Señoras y señores de la Academia han distinguido a un actor con discapacidad. No saben lo que han hecho. Me vienen a la cabeza inclusión, diversidad, visibilidad. ¡Qué emoción, muchísimas gracias!”, empezaba su discurso. El segundo momento lo protagonizó la joven cantante Rosalía, versionando, junto con el Cor Jove de l’Orfeó Català, la canción "Me quedo contigo” de los Chunguitos, canción que formó parte de la película Deprisa, deprisa (Carlos Saura, 1981). Y el tercer momento fue la entrega del Goya de Honor a Narciso "Chicho" Ibáñez Serrador, quien por su delicado estado de salud no pudo estar presente. 

Pero hay ausencias que son más fuertes que la presencia, y el homenaje a “Chicho” corrió a cargo de sus discípulos, ocho premiados directores de la talla de Juan José Bayona (Un monstruo viene a verme, 2016), Alejandro Amenábar (Los otros, 2001), Jaume Balagueró (Frágiles, 2005), Rodrigo Cortés, Alex de la Iglesia, Juan Carlos Fresnadillo, Paco Plaza y Nacho Vigalondo. Y como vemos, algunos ya forman parte con sus películas de la familia de Cine y Pediatría. 

Y curiosamente un Goya de Honor en los premios más importantes del cine español para Narciso Ibáñez Serrador, un director que solo tiene dos largometrajes en su haber: La residencia (1969) y ¿Quién puede matar a un niño? (1976). Porque con estas dos películas y algunas de sus series de televisión (Historias para no dormir, Mañana puede ser verdad, Mis terrores favoritos), este reconocido admirador de Alfred Hitchcock, se convirtió en un artesano de nuestras pesadillas por su gusto por lo siniestro. Y curiosamente su contribución al cine fantástico y de terror lo combinó con programas de televisión del estilo de Waku Waku, El semáforo y, sobre todo, el hiperconocido programa Un, dos, tres… responda otra vez, probablemente el programa de mayor éxito de la historia de nuestra televisión (411 programas entre los años 1972 y 2004), que forma parte de nuestra vida ya… y en el que este que escribe tuvo la oportunidad de participar en aquellos programas especiales para universitarios (inolvidable, quizás uno de los recuerdos destacados de nuestra promoción de Medicina). 

La residencia es su primera película, basada en una historia de Juan Tebar, sobre un internado de señoritas a finales del siglo XIX, donde se combina intriga, terror y asesinos en serie. Pero fue su segunda - y última película -, ¿Quién puede matar a un niño? la que revolucionó el panorama del cine de terror de la década de los 70 (tanto en España como en otros países), una pesadilla a pleno solo que dinamita cualquier idea preconcebida sobre la inocencia. 

¿Quién puede matar a un niño? está basada en la novela “El juego de los niños” de Juan José Plans, publicada ese mismo año 1976, aunque el propio director alude a cierta inspiración, pero a notables diferencias entre ellas. Y la convierte en una película de terror universal a pleno sol (sin oscuridad, sin noche, sin sombras) y con niños (en lugar de monstruos), de la mano de la excelente fotografía de José Luis Alcaine y la acertada banda sonora de Waldo de los Ríos, que sumaron a la tensión del guión en busca del terror cotidiano que le puede pasar a cualquiera, contribuyendo todos ellos al mito de esta película inclasificable

La película empieza en blanco y negro con varias escenas reales de adultos torturando y maltratando niños en distintas guerras y hambrunas, sobre las que se intercalan los títulos de crédito. Una introducción de unos 8 minutos que es lo más criticado de la película - quizás por prescindible -, aunque su director lo defiende para poder entender el resto del relato que transcurre bajo un sol de justicia y entre cegadoras paredes encaladas de blanco de un pueblo costero, entre el azul del mar y el azul del cielo. 

Son esas escenas iniciales las que corresponden con un documental televisivo que están viendo Tom (Lewis Fiander) y Evelyn (Prunella Ransome), una pareja de turistas extranjeros de habla inglesa que llegan a la localidad española de Benavís, una ciudad ficticia en la costa mediterránea. Deciden alquilar una barca para alejarse del ruido de las fiestas y descansar en una apartada isla con pocos habitantes, la igualmente ficticia isla de Almanzora. 

Evelyn se encuentra embarazada de siete meses de su tercer hijo y vienen dispuestos a relajarse al máximo en la isla, en la que Tom pasó una temporada cuando era pequeño. Sin embargo, nada más llegar a Almanzora, empiezan a notar que todo está muy raro en el lugar: todo parece abandonado, solamente se ven niños y no hay ni rastro de los adultos, las tiendas y bares están sin atención. El extraño comportamiento de los niños de la zona anuncia, poco a poco, la inesperada realidad que respiran sus calles; los niños, de algún modo, se han convertido en crueles homicidas. Por otra parte, los turistas no han tenido ocasión de leer las noticias que habían llegado a la costa, acerca de varios cadáveres que iban llegando al continente arrastrados por el agua. 

Y con ello la película se convierte en una especie de venganza de los niños hacia sus mayores enemigos: los adultos. De hecho, la cinta se publicitaría con la leyenda “Una película en defensa de los niños de todo el mundo”. Porque los adultos matan a niños en guerras, en bombardeos, en hambrunas, también en abortos. Y los niños se vengan, porque – según el director – la violencia y la maldad es algo innato en nosotros. Inicialmente censurada en varios países del mundo (una polémica que se inició en Italia y se extendió a Estados Unidos, donde se le cambió hasta el título) y que uno puede llegar a relacionar con El Señor de las Moscas (Peter Brook, 1963 dirigió la versión en blanco y negro, y Harry Hook, 1990, la versión en color), pero también con El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960 y John Carpenter, 1995), Los pájaros (Alfred Hitchcok, 1963), La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968) y Los chicos del maíz (Fritz Kiersch, 1984), películas inspiradoras para esta película de Chicho. Porque es recurrente en el cine ver transformado el candor de la infancia en mal, y estos son algunos ejemplos: A las nueva cada noche (Jack Clayton, 1967), Los últimos juegos prohibidos (Michael Winner, 1971), El exorcista (William Friedkin, 1973), La profecía (Richard Donner, 1976), El resplandor (Stanley Kubrick, 1980), Otra vuelta de tuerca (Eloy de la Iglesia, 1985), Verano de corrupción (Bryan Singer, 1998), El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, 2001), etc. 

Es ¿Quién puede matar a un niño? una película llena de anécdotas. 1) La primera anécdota procede de la elección de autores: para el papel de Tom el director barajó los nombres de Anthony Hopkins (El silencio de los corderos - Jonathan Demme, 1991 -), Anthony Perkins (Psicosis - Alfred Hitchcock, 1960 -) o Michael Caine (Las normas de la casa de la sidra - Lasse Hallström, 1999 -), y más le hubiera valido, pues nunca le convenció a Chicho la labor de Lewis Fiander; para el papel de Evelyn se pensó en Mia Farrow (La semilla del diablo - Roman Polanski, 1968 -), aunque finalmente se contó con Prunella Ransome, de quien sí quedaría satisfecho por su interpretación. 2) La segunda anécdota procede de las localizaciones de la película, pues se transformó un pequeño pueblo del interior (Ciruelos, en la provincia de Toledo) en un aparente isla mediterránea; y para ello las localizaciones con mar se grabaron en puerto Fornells en Menorca, Almuñecar y Sitges, que por aquel entonces ya se postulaba como la capital espiritual del cine español de terror y donde la cinta inmortalizó su famosa Festa Major. 3) La tercera por el recibimiento complicado, dado que la idea de niños asesinos parecía demasiado atrevida y adelantada a su tiempo como para ser digerida sin más por crítica y público. Y aún resuenan los gritos de Evelyn, “Es uno de ellos. Está matándome”, mientras golpea sobre su abdomen de avanzado embarazo, ya aterrorizada por los niños que le rodean. 4) La cuarta, por la mala distribución que tuvo, pues se difundió en vídeo en una de las peores calidades que se recuerdan y, además, en su fallida versión doblada al español, por lo que se perdía la esencia del inglés de los turistas y su contraste con los lugareños. 5) Y, finalmente, porque ¿Quién puede matar a un niño?, lejos de inaugurar ninguna nueva etapa, nos recordó el final de una.
Menos mal que hoy, más de 40 años después, la cinta se ha convertido en película de culto para diferentes generaciones, sus ediciones se multiplican por todo el mundo y, por tener, hasta goza de un remake con un título menos provocador: Juego de niños (Makinov, 2012).

Y esta es la esencia de lo que para algunos es la mejor película de terror del cine español. En la que siguen resonando algunas escenas terribles como la piñata de los niños con una persona desangrándose, los niños en la plaza con el primer plano de las piernas y la metralleta , o la pareja corriendo despavoridos entre las calles blancas vacías del pueblo,… Y aunque han pasado más de cuatro décadas, la película sigue manteniendo gancho y seguimos preguntándonos, "¿Quién puede matar a un niño?" Espero que nadie... 

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