sábado, 3 de octubre de 2015

Cine y Pediatría (299). “Los Otros” y las otras enfermedades raras


El golpe de estado de Augusto Pinochet instauró el Régimen Militar en Chile en 1973, justo un año antes que naciera allí un niño que le tocó emigrar con sus padres a Madrid a los pocos meses de vida. Este niño devino en un gran director que mantiene la doble nacionalidad, no obstante sentirse y declararse español. Su película favorita en la infancia fue 2001: una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968), que vio decenas de veces, pero con una visión distinta desde joven: el pensar que las imágenes eran indisolubles de la música de fondo. Por ello, tenía la convicción de que si no fuera director de cine, sería músico. Pero fue ambas cosas, pues no solo escribe todos los guiones de sus películas, sino que, con un ordenador, un secuenciador y varios sintetizadores, ha compuesto la música no sólo de todas sus películas, sino también de Nadie conoce a nadie (Mateo Gil, 1999) y La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999). Y si bien parece poco probable que haga cine político, dado el estilo de su filmografía, no descarta rodar en el futuro una película sobre aquellos funestos acontecimientos que cambiaron la historia de su país el 11 de septiembre de 1973. Y que nos regalaron a uno de los jóvenes directores del cine español más internacional y con más proyección.

A estas alturas está claro que hablamos de Alejandro Amenábar. Y, aunque no logró terminar sus estudios en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, ha logrado encumbrarse a lo más alto con tan solo seis películas en casi 20 años y gracias al mecenazgo inicial de José Luis Cuerda. Todo comenzó en 1996 con su exitoso debut a los 23 años en Tesis, rodada en la propia Facultad en la que estudiaba Amenábar y rodeado de amigos casi desconocidos en aquel momento (Eduardo Noriega, Fele Martínez), salvo Ana Torrent (la que fuera los ojos de El espíritu de la colmena y El Nido),y donde nos mostraba su dominio de la intriga en un tema tan morboso y macabro como el de las "snuff movies". Un año después el tándem Amenábar-Cuerda realizó Abre los ojos (1997), película que mereció un remake "made in USA" con Tom Cruise en Vanilla Sky (Cameron Crowe, 2001). Es con Los Otros (2001) cuando logra el espaldarazo internacional, siendo el primer caso en la industria española de una coproducción de estas características (rodada con actores británicos y la australiana Nicole Kidman como estrella, equipo español y rodada en inglés en una mansión cántabra que figura situarse en la isla de Jersey), lo que redundó en beneficio para la película, considerada norteamericana en Estados Unidos y española en España. Y con Mar adentro (2004), la historia real de Ramón Sampedro y la polémica de la eutanasia, es donde logra su cima y su Oscar a Mejor película de habla no inglesa. En Ágora (2009), alrededor de la figura de Hipatia de Alejandría, repite el esquema de Los Otros, al rodar en inglés y con actores extranjeros y con una estrella, en este caso Rachel Weisz. Y justo esta entrada ocurre el día después que se estrena en España la última película de Amenábar, Regresión (2015), ambientada en un pequeño pueblo de Minesota y que sigue la filosofía de su anterior película: rodada en inglés y con dos estrellas extranjeras, Ethan Hawke y Emma Watson.

Hay un punto en común en el cine de Amenábar y es que la muerte, de una forma u otra, se convierte en el personaje principal de sus películas, tramas donde la muerte todo lo envuelve y los demás personajes van de su mano. Y así ocurre con la película que hoy llega a Cine y Pediatría: Los Otros, la gran ganadora de los Goya 2002 con 8 galardones (de sus 15 nominaciones). En ella toma influencias de sus tres realizadores favoritos, como él mismo diría: en el caso de Hitchcock, directamente relacionada con el suspense (y la figura de Nicole Kidman como remedo a la mejor Grace Kelly, que como un guiño no casual adquiere el nombre de Grace en la película); en el caso de Kubrick, con la búsqueda de la mayor simplicidad y precisión a la hora de narrar; y en el caso de Spielberg, por colocarse en la posición del espectador y hacer la película que a él le gustaría ver.

Es Los Otros una película de intriga y de corte clásico, con pocos protagonistas, un caserón y el excelente trabajo de fotografía que hace Javier Aguirresarobe, donde los claroscuros cobran vida y personalidad propia. Grace (Nicole Kidman) es una mujer de fuertes creencias religiosas que vive en un caserón apartado con sus hijos Anne (Alakina Mann) y Nicholas (James Bentley), mientras espera el regreso de su esposo que se encuentra combatiendo en la Segunda Guerra Mundial. Sus hijos sufren una extraña enfermedad que les impide mantener un contacto con la luz y por ello viven enclaustrados, como en la novela de Henry James, “Otras vuelta”: “Los niños padecen una grave alergia a la luz”, sentencia Grace. Por eso, la casa ha de estar siempre en penumbra y no pueden abrir una puerta si previamente no han cerrado la anterior: tal es la regla que deben seguir y que deben obedecer los tres misteriosos sirvientes, entre ellos el ama de llaves (Fionnula Flanagan). “Hay que contener la luz como si fuera agua, abriendo y cerrando las puertas” dice la madre al personal de servicio y remarca, “Lo único que se mueve aquí es la luz, pero eso lo cambia todo”.
Una película con un final sorpresa, siguiendo la estela del Sexto sentido de M. Night Shyamalan (1999) y que fue el protagonista de nuestra entrada previa en esta serie. Y así surgen dos declaraciones finales: la de los criados a Grace: “Debemos aprender a vivir juntos. Los vivos y los muertos” y la de Grace a sus hijos: “La casa es nuestra”.

Es evidente que Amenábar conoce muy bien los códigos del relato terrorífico, y en particular los de las historias que transcurren dentro de una casa encantada, de una “haunted house”, casi un subgénero cinematográfico que incluye obras como La caída de la casa Usher (Roger Corman, 1960), Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), La mansión encantada (Roger Wise, 1963), El resplandor (Stanley Kubrick, 1980), Al final de la escalera (Peter Medak, 1980), El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, 2001), Frágiles (Jaume Balagueró, 2005), Insensibles (Juan Carlos Medina, 2013) y muchas más.
Y al igual que en las dos últimas películas citadas, ya parte de esta serie de Cine y Pediatría, donde la casa encantada (en ambos casos, dos hospitales) vienen asociados a enfermedades raras en la infancia (en Frágiles con la osteogénesis imperfecta y en Insensibles con la Insensibilidad congénita al dolor con anhidrosis), algo parecido ocurre en Los Otros. Y aquí el genio de Amenábar nos adentra en una película del mejor cine inteligente de terror con un “macguffing” sobre el que se ha especulado mucho: la enfermedad de los hijos que se agrava con el contacto de la luz. Para muchos esta posible entidad de los hijos de Grace pudiera corresponder al xeroderma pigmentoso, una enfermedad hereditaria muy infrecuente que se caracteriza por la no capacidad para regenerar el DNA, por lo que cuando se exponen a los rayos ultravioletas se produce una alteración de las células, de forma que estas degeneran y facilita el desarrollo de cánceres de todo tipo.
El xeroderma pigmentoso fue descubierto hace 150 años en Viena por el Dr. Moritz Kaposi y en este tiempo se han reconocido ya ocho variantes de la enfermedad, dependiendo de donde se produce el daño que causan los rayos ultravioletas. El principal órgano afectado es la piel, pero también puede causar ceguera y hasta retraso mental, además de la potencial tendencia a desarrollar otros tipos de cánceres aparte de los de la piel. No es de extrañar que, por todo esto, las personas que lo padecen padezcan fotofobia (rechazo a la luz).

Sea xeroderma pigmentoso u otra enfermedad rara en la infancia la que padecen Anne y Nicholas, resulta curioso que sigan siendo estas entidades casi elementos conscientes o inconscientes del terror psicológico, y ese misterio vaga también en esta película ya casi clásica del mejor cine y lo hace entre el desván lleno de maniquís cubiertos con sábanas blancas, entre los compases de una melodía de Chopin que resuenan en el piano de una sala de música vacía, entre la niebla, entre el inquietante baile de la niña con su vestido de comunión o la lectura de la Biblia en la escalera, entre álbumes de fotos misteriosas.

Pero los niños y niñas con enfermedades raras no son “los otros”, son los nuestros. Y son mucho más que elementos de ficción, son realidad, y merecen todo nuestro apoyo, así como sus familias.

 

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