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sábado, 16 de noviembre de 2019

Cine y Pediatría (514). “Cero en conducta”, demoledora crítica al sistema educativo


Pese a su corta vida y a su escasa filmografía, Jean Vigo fue un revolucionario del séptimo arte, olvidado en su tiempo, pero reinventado con la Nouvelle Vague, allí donde su cine tuvo gran influencia en este movimiento fílmico dispuesto a hacer tambalear los cimientos del cine académico francés. Con solo cuatro películas en su haber, su temprana muerte por tuberculosis a los 29 años acabó de fraguar el mito. Ejerció su dirección en la primera mitad del siglo XX, especialmente en ese periodo de transición del cine mudo al cine sonoro y que la historia del séptimo arte encuadra entre los años 1927-1933. Su primera obra data del año 1930, Á propos de Nice, un documental experimental crítico con la vida de la alta burguesía, y continuaría al año siguiente con un corto promocional de un campeón de natación y bajo el título de Taris, roi de l´eau. Y a continuación sus dos obras clave, aquellas que fueron toda una influencia para el posterior desarrollo del cine francés: Cero en conducta (1933), una crítica demoledora al sistema educativo francés de la época, y L´Atalante (1934), un trabajo que entremezcla realismo y surrealismo para dar vida a la historia de amor de Jean y Juliette. 

Y es que toda la obra de Jean Vigo dura poco menos de 200 minutos, una obra que pasó de la casi total indiferencia a convertirse, años más tarde, en una de las imprescindibles por su capacidad para conmover, entretener y por convertir la cámara en una herramienta más de lucha, en un actor por el cambio mediante el cual quiso plasmar sus convicciones y su compromiso social. Porque a Jean Vigo se le considera el precursor del Realismo poético francés, movimiento de cine europeo caracterizado fundamentalmente por plasmar con naturalidad la realidad, buscando la belleza en los elementos más cotidianos. 

Y hoy llega a Cine y Pediatría, Cero en conducta (con el subtítulo de Pequeños diablos en la escuela), que se presenta en un formato de mediometraje (solo 42 minutos), una película del más puro cine en blanco y negro, ya todo un clásico que no fue ajeno a la censura, pues el propio Vigo escribió esta historia que pasó 13 años en un cajón hasta que pudo ser expuesta. Este mediometraje se convirtió en un ajuste de cuentas personal, ya que tras la muerte de su padre, Vigo pasó parte importante de su infancia en internados, bajo una estricta disciplina y severidad. Pero había llegado el momento de la reivindicación y, aunque fuese en la pantalla y en la ficción, llevó a cabo ese motín tantas veces soñado y que nunca pudo llevar adelante en la realidad. 

Y hoy revisamos Cero en conducta, una película dividida en tres partes: "Acabada las vacaciones, la vuelta al colegio"; "El complot de los chavales"; "Domingo, Caussat en casa de su tutor y Colin con la Sra. Alubia, su madre". Y se desgranan las escenas con estos alumnos y profesores, especialmente alrededor de esos cuatro chicos (Bruel, Caussat, Colin y Tabard), adolescentes transgresores que fuman en el vagón de tren para no fumadores, que son castigados en su única salida de los domingos por su “cero en conducta”, que se revolucionan en el comedor donde siempre comen alubias o en el pabellón de dormir donde vuelan las plumas de las almohadas o en los paseos por la ciudad. Porque si peculiares son los alumnos, mucho más son los profesores, verdaderos personajes caricaturizados por el propio Vigo: el vigilante Hughet que imita a Charlot en el patio de recreo y sale a pasear con los alumnos, el supervisor que tiene su cama entre cortinas en medio del pabellón de los alumnos y su pregunta: “¿Es un cero en conducta lo que queréis?”, el profesor que hace ejercicios gimnásticos malabares en clase, el supervisor general que aprovecha los recreos para entrar en clase y robar comida y objetos a los alumnos - y que fisgonea por la ventana mientras están en clase con sus profesores -, o ese director general que es un enano barbudo. 

Y esa escena en la que el gordo profesor de ciencias soba a Tabard y éste se rebela. Y cuando el chico es convidado por el director y todo el elenco de profesores a pedir perdón, es cuando el resto de alumnos se levantan y gritan: “¡La guerra está declarada! ¡Abajo los maestros! ¡Abajo los castigos! ¡Viva la revolución! Libertad o muerte. ¡Nuestra bandera debe ser izada! ¡Mañana, todos! ¡Lucharemos con libros viejos y viejas latas de metal, y zapatos viejos! La munición está en la boardilla. ¡Bombardearemos a los viejos monigotes del Día de la Conmemoración! ¡Adelante!". Porque los ánimos están desatados y a cámara lenta empiezan a volar las almohadas, las plumas inundan las habitaciones y se toma al primer rehén; la bandera pirata cuelga de la azotea y empiezan a llover calderos, libros y todo lo que tuviesen a mano contra los representantes de ese sistema educativo – aprovechando la visita del Gobernador - sobre el que por fin Vigo consumaba su venganza. Una venganza convertida en obra maestra, cuyo testigo años después lo tomaría Truffaut con Los cuatrocientos golpes, donde plasma a través de Antoine Doinel su particular visión de una infancia difícil, y refleja el espíritu rebelde que Vigo nos trasmitió en cada una de las escenas de Cero en conducta

Al visionar hoy esta película, podemos confirmar que fue rodada con muy escaso presupuesto, pero mantiene la rebeldía que los recuerdos de Vigo quería poner sobre la pantalla, un canto a la rebelión contra la imposición sin sentido, una nostálgica mirada a la niñez y al idealismo de la infancia, algo que conocía bien pues pasó gran parte de su infancia en internados y la severidad tradicional del sistema escolar francés marcó la infancia del artista. Por ello, Cero en conducta es una crítica frontal a un sistema educativo basado en el castigo, la disciplina rígida y la permanente frustración sin expectativas de mejora. Jean Vigo mediante este mediometraje dibuja el absurdo de las clases aburridas, de los regímenes estrictos, de profesores que abusan de su autoridad de forma cruel y arbitraria. En ese ambiente se genera la rebeldía como la única forma de escapatoria posible, como último recurso para ser escuchados. De tal manera que los alumnos planean combatir el autoritarismo mediante la ironía y la burla, sin armas, simplemente con su imaginación. Como si de un juego más se tratara planean su revolución, reivindican su deseo de seguir siendo niños. 

La especial sensibilidad y sentido estético de Jean Vigo le hizo marcar su propio estilo al dotar a sus imágenes de esa de fantasía y onirismo que tan ingeniosamente supo mezclar con las realidades más cotidianas. Con esta pequeña rebelión de Cero en conducta - infantil, lúdica, rozando con el absurdo de sus personajes y las situaciones - nos deja la nostálgica poesía de unos niños que se manifiestan por una libertad perdida o jamás alcanzada. Francois Truffaut solía decir que esta película era el más poderoso y auténtico retrato de la infancia jamás filmado y le rindió un claro homenaje en su película Los cuatrocientos golpes (1959), copiando casi fotograma a fotograma la escena en la que una línea de escolares que corren por París va perdiendo uno a uno sus miembros. También la película If (Lindsay Anderson, 19689 puede considerarse la versión que el Free cinema hizo de este mediometraje. 

La severidad tradicional del sistema escolar francés dejó una huella imborrable en el alma del joven, de la que nunca pudo liberarse. Vigo hace en este film un informe sobre la vida en un internado francés, un estudio de la psicología infantil, un feroz ataque contra las escuelas, y un relato autobiográfico. Y esta película, como el resto de la corta filmografía de Vigo, se mantiene como una fuente de inspiración inagotable. 

Os dejamos este pequeño vídeo de Cero en conducta, en el que poder revisar las bases ideológicas y estéticas que, pese al paso del tiempo, permanecen en pie. 

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