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sábado, 12 de junio de 2021

Cine y Pediatría (596). “Jean François y el sentido de la vida” entre Camus, Sísifo y el Café de Flore

 

París está repleto de lugares míticos, desde iglesias y palacios, hasta cafeterías. Y hoy vienen al recuerdo dos de sus cafés más famosos, situados en el emblemático Boulevard Saint Germain y a pocos pasos de la iglesia más antigua de París, la Iglesia de Saint Germain des Pres. Estos cafés son Les deux Magots y el Café de Flore, similares pero tan diferentes, incluso en su posicionamiento político, el primero más de izquierdas y el segundo más de derechas. 

El Café de Flore apareció a principios de la Tercera República, en los albores del siglo XIX y el devenir de la historia le ha deparado permanecer como un establecimiento vinculado al arte y a la filosofía de la vida, con el surrealismo y el existencialismo como bandera. El surrealismo surgió en este entorno en los albores del fin de la Primera Guerra Mundial cuando el poeta y escritor francés Guillaume Apollinaire tomó posesión del lugar e invitó a sus amigos André Breton, Paul Réverdy, Louis Aragon y Paul Eluard. Y algo similar ocurrió con el existencialismo durante el periodo más incipiente de mitad del siglo XX, pues Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus y otros solían encontrarse con regularidad en sus mesas, en un París revolucionado y rebelde. Pero también fue un entorno frecuentado por otros artistas como Modigliani, Picasso y Soutine. Y allí permanece esta cafetería decorada en Art Decó, con sus muebles y espejos de caoba y sus asientos de color rojo. 

Pues bien, este Café de Flore se constituye en un especial “macguffin” en esta especial “coming of age” de un adolescente alrededor de su particular “road movie” en busca de Albert Camus y que viene acompañado de un exquisito “leitmotiv” musical. Cuatro anglicismos para esta ópera prima del cineasta catalán Sergi Portabella en el año 2018, por título Jean François y el sentido de la vida, una película co-producida por Filmin. Una película narrada en ocho partes (Francesc, Jean François, Jean François y Lluna, El deseo, Las mentiras, La muerte de Camus, El absurdo y El mito de Sísifo) y con una sorprendente banda sonora del joven compositor Gerard Pastor, una música con remembranzas barrocas y cuya sorprendente elección funciona bien, tanto para enhebrar la alocada historia, como para empatizar con nuestro particular protagonista. 

La película nos presenta a Francesc Rubió (Max Megías), un adolescente de 13 años con ambliopía (no muy constante en la aplicación de su parche oclusivo en el ojo izquierdo), un alumno sometido a acoso escolar (“bullying”, otro dichoso anglicismo más), hijo único sin referencia de figura paterna en su hogar. Un día, mientras huye de un acosador en el colegio, encuentra en un lavabo el libro “El mito de Sísifo”, una de las novelas emblemáticas del filósofo Camus, allí donde discute la cuestión del suicidio y el valor de la vida, presentando el mito de Sísifo como metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre. Y es con esa lectura, cuando decide convertirse en existencialista, se sube el cuello de la chaqueta como Camus y se hace llamar Jean-François, mientras digiere el mensaje de la novela: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale la pena o no vale la pena vivirla es responder a la cuestión fundamental de la filosofía… Quien toma conciencia de lo absurdo queda ligado a ello para siempre. Un hombre sin esperanza y consciente de ello… Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de la montaña desde donde la roca volvía a caer por su propio peso. Habían pensado, con algún fundamento, la misma lucha para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz”

En una de las sesiones de Francesc con su psicólogo, éste le dice que Camus y los existencialistas se reunían en el Café de Flore. Es entonces cuando el joven decide huir de su casa y viajar a París para conocer a Camus, y en el inicio de esta aventura conoce a Lluna (Claudia Vega, la protagonista infantil de Eva, otra peculiar ópera prima), una adolescente de17 años que vive el presente y que le acompañará en su aventura con una única condición: parar por el camino para reencontrarse con el chico francés con el que tuvo una historia el verano pasado. Juntos emprenden un viaje para, con Camus o sin él, descubrir cuál es el sentido de la vida o, cuanto menos, el sentido de sus vidas.  

Al llegar a su destino, el Café de Flore, descubren que Camus había muerto hace más de medio siglo. Francesc/Jean François no consiguió su objetivo, pero en el camino vivió algunas experiencias, algún aprendizaje, si bien con una persistente sensación de querer llamar la atención, incluso con un intento de suicidio. Y Francesc siente no haberse encontrado cara a cara con Camus para decirle que se equivoca porque “dice que el suicidio es un acto cobarde, pero hay que ser valiente para hacerlo”. Para entonces ya ha regresado a su vida de nuevo, y descubre un nuevo libro en el lavabo del colegio, ahora “El castillo” de Franz Kafka, que le impondrá un nuevo reto para el camino de incorporarse a la vida adulta: “Esta noche cerrada cuando K llegó, una densa capa de niebla cubría el pueblo". Y es entonces cuando escribe de nuevo su carta de amor… 

Una película atípica con una partitura atípica. La búsqueda del sentido de la vida de dos adolescentes entre Camus, Sísifo y Café de Flore. Un nuevo viaje a la adolescencia y, de nuevo, como en nuestra película de la semana pasada, Yo, adolescente (Lucas Santa Ana, 2019), el suicidio ronda alrededor de esta edad. No es lo común, pero tampoco la excepción. Y deberemos estar atentos, porque es puro existencialismo. Y cabe preguntarse por el sentido de la vida y, en concreto, el sentido de cada adolescencia.

 

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