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sábado, 4 de marzo de 2023

Cine y Pediatría (686) “Lunana: un yak en la escuela” o la Felicidad Interior Bruta


La primera película de Bután en ser nominada al Óscar a mejor película internacional es una reciente ópera prima llena de sentido, sensibilidad y simplicidad, con un título tan peculiar como Lunana: un yak en la escuela (Pawo Choyning Dorji, 2019). Una película que nos introduce a una filmografía casi desconocida, la de este pequeño país en el Himalaya con frontera entre dos gigantes como China e India, y que tiene una población total inferior a los 800.000 habitantes. En Cine y Pediatría solo recordamos una película de esto lares, La copa (Khyentse Norbu, 1999), alrededor de dos niños que inician la vida monástica budista al pie del Himalaya, en donde el misticismo se mezcla con su pasión por el fútbol (con la Copa del Mundo de fútbol de Francia 1998 de fondo), en una historia basada en hechos reales.  

Es Lunana: un yak en la escuela una historia alrededor de la educación, la infancia y los valores de la vida que nos hace recordar a la película francesa Camino a la escuela (Pascal Plisson, 2013) y la película china Ni uno menos (Zhang Yimou, 1999), pero rodada en uno de los colegios más remotos del mundo, a 5500 metros de altura, donde el equipo tuvo que filmarla usando baterías solares recargables, así como transportar allí los alimentos no perecederos o leñas en mulas hasta un valle que precisaba de ocho jornadas de camino con mulas de carga.   

Ugyen (Sherab Dorji) es un joven profesor en Bután muy desmotivado y que no quiere ser funcionario del gobierno, sino que su sueños es viajar a Australia para abrirse camino como cantante. Pero aún le queda un año de contrato y sus superiores le envían a la escuela más remota del mundo, una aldea glacial del Himalaya llamada Lunana: “No solo es la escuela más aislada de Bután, es probable que sea la más aislada del mundo”. Y la directora le explica: “Porque la búsqueda de la Felicidad Interior Bruta por parte del Gobierno exige que todos los niños reciban una educación, ya sea en la ciudad o en los pueblos más remotos”

Y, sí, hemos dicho bien: Felicidad Interior Bruta (que no Producto Interior Bruto, PIB, que es lo que más se nos asemeja), también conocido como Felicidad Nacional Bruta. Y es que hemos aprendido que existe, y el término de Felicidad Interior Bruta (FIB) fue propuesto por Jigme Singye Wangchuck, rey de Bután, en 1972, como respuesta a las críticas de la constante pobreza económica de su país. Este concepto se aplicaba a las peculiaridades de la economía de Bután, cuya cultura estaba basada principalmente en el budismo, y se convertía en un indicador que mide la calidad de vida en términos más holísticos y psicológicos que el PIB. Y los cuatro pilares de la FIB son: la promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de valores culturales, la conservación del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno. 

Pues tras este receso a un concepto poco conocido - como poco conocido es Bután – y, aunque nuestro protagonista aduce problemas de altitud para no acudir a ese poblado como maestro, la directora le recuerda con clarividencia que lo suyo no es un problema de altitud sino de actitud. Así que Ugyen inicia un largo viaje a su destino, primero en autobús desde la capital, Timbu, donde vive, hasta Gasa; pero desde allí, le acompañan a un viaje ascendente de varios días por las cordilleras, atravesando paisajes increíbles en esa primavera que despunta. 

Tras un agotador viaje, llega a su destino donde todo el pequeño poblado ha salido a recibirle, y el jefe le explica: “Usted es nuestro maestro. Tengo la esperanza de que dé a estos niños la educación necesaria para que se conviertan en algo más que simples pastores de yaks y recolectores de cordyceps” (aclarando que el cordyceps es una hierba medicinal conocida como hongo de la oruga china). Y al llegar se encuentra en un lugar donde no hay electricidad ni calefacción, en una escuela sin pizarra y con los pocos libros que dejó el viejo maestro anterior. Aún así, la presentación es muy especial: “Esta es nuestra escuela. No tenemos mucho. Pero los niños tienen mucha ilusión por aprender y están entusiasmados por su llegada”. 

Pese a la cálida bienvenida a su nuevo maestro, ante lo que ve aún está más convencido de abandonar y marcharse cuanto antes a la ciudad. Pero no tarda en ser conquistado por la sencillez, bondad, respeto y ganas de aprender de los pequeños y sus familias, con esa maravillosa delegada de clase, la pequeña Pem Zam (que se interpreta a sí misma), cuyo brillo en los ojos y sonrisa resulta difícil de olvidar. Comienza con desazón dándoles clase, pero no tarda en quedar atrapado por estos alumnos: “De mayor quiero ser maestro como usted. Quiero ser maestro porque los maestros tocan el futuro”

Y por ello decide quedarse y trabajar por sus alumnos y la escuela. Conoce a la joven Saldon (Kelden Lhamo Gurung), a quien le gusta cantar como agradecimiento a la vida, en especial esa canción que es un canto entre un pastor y su yak, ese animal clave para la vida en esos lares, fuente también de ese estiércol seco que les sirve para iniciar el fuego en los hogares. Y Saldon le regala el yak más antiguo, quien empieza a vivir en la escuela y comparte las clases con los alumnos. La implicación de Ugyen se demuestra en actos como arrancar el papel de sus ventanas para que los niños puedan escribir o en las canciones que comparten en la escuela, con letras tan bellas como “A un corazón puro, limpio y humilde, le sigue la felicidad como una sombra”. 

Con la inminente llegada del invierno, y ante el aislamiento por las nieves y hielo en que quedará la aldea durante meses, le invitan a regresar a la ciudad, con la esperanza de que pueda regresar a la escuela la próxima primavera. Le despiden con mayor respeto que en su llegada, y a todos afecta su partida; la carta de despedida de Pem Zam en nombre de todos sus compañeros, es un colofón increíble. 

Una película con la emoción a flor de piel a miles de metros de altura. Y cuando Ugyen está tocando en un pub de Sidney recuerda sus palabras de despedida: “La primavera traerá un nuevo maestro”. Porque Lunana: un yak en la escuela es un documento antropológico y una alabanza a la pureza del corazón en esas tierras puras e incontaminadas donde la nieve permanece todo el año. Es una apuesta segura a la Felicidad Interior Bruta… que tanto necesitamos.

 

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