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sábado, 23 de septiembre de 2023

Cine y Pediatría (716). “Las ocho montañas”, una amistad de altura

 

En el mundo del cine, como en la vida, hay nombres que marcan el buen camino. Nombres de actores, actrices o directores que, de antemano, auguran que será una buena película o, no siendo excelente, la mejorarán por su sola presencia y saber ser y estar. Algo así le ocurre en mi caso con el director belga Felix Van Groeningen, quien en su no extensa filmografía ya nos ha sorprendido en Cine y Pediatría con dos películas: la película belga Alabama Monroe (2016), una historia de amor alrededor del bluegrass truncada por la enfermedad de la hija, y la película estadounidense Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo (2018), una drama alrededor de la drogodependencia de la que intenta salir un adolescente. Y ahora llega la película italiana Las ocho montañas (2022) codirigida con su pareja, la también directora Charlotte Vandermeersch, una historia de amistad de dos chicos, uno de la ciudad y otro del campo, desde la infancia a la vida adulta con el fondo de la alta montaña (de los Alpes al Himalaya). Y esta pareja de directores no solo dirigen, sino que participan en el guion, en este caso fundamentado en la novela de Paolo Cognetti “Le otto montagne”, ganadora el Premio Strega 2017 (el máximo galardón literario en Italia). Película multipremiada (Premio del Jurado en Cannes, Mejor fotografía en Seminci y cuatro Premios David di Donatello, entre ellos mejor película) y que, pese a su largo metraje (147 minutos) ha sabido gustar al público. 

Bruno (Cristiano Sassella) es el único niño del pequeño pueblo alpino de Grana, ya casi vaciado, quien vive con sus tíos, pues el padre es emigrante y no habla de su madre. Allí viene de vacaciones Pietro (Lupo Barbiero) con sus padres, quienes viven en Turín. Ambos tienen 12 años y establecen una particular amistad, cimentada por la afición del padre de Pietro por hacer montañismo y alcanzar los glaciares, pues ambos le acompañan. Con el paso del tiempo, intentan ayudar en los estudios a Bruno (incluso en la lectura) y llegan a plantear el que fuera a vivir con ellos a Turín, lo cual provoca una reacción negativa en Pietro. 

Y tras la primera media hora en la que se desgrana esa amistad de infancia y adolescencia, Pietro (Luca Marinelli) nos confiesa que estuvo 15 años sin volver a ver a Bruno (Alessandro Borghi): "El ansia de mis padres por ayudar a Bruno para educarlo fue lo que nos separó". Y es el fallecimiento de su padre, al que Pietro llegó a decir que no quería ser como él, lo que provoca el reencuentro con Bruno. Porque Pietro estuvo una década sin hablar con su padre, pero si lo hacía Bruno, al que siempre protegió. Y es cuando Bruno le comenta que le había prometido construir una cabaña en la montaña, y ese proyecto les une de nuevo y se convierte en un símbolo para volver a estar juntos y para honrar el pasado. Y las reflexión de Pietro deja clara la diferencia de madurez de ambos: "Mi vida parecía ser una mezcla entre la de un hombre y la de un niño". Y se levanta la amistad como se levanta la cabaña de la montaña, en un paisaje increíblemente hermoso, entre bellas escenas y conversaciones al calor de una fogata. La casa de verano donde ya se verán cada año, la cabaña como metáfora de la amistad, edulcorado con una gran BSO, especialmente las canciones de Daniel Norgren. 

Pietro sigue de cocinero en Turín y va y viene de la ciudad a la montaña (de los Alpes italianos al Himalaya nepalí), sin encontrar el camino de su vida. Mientras Bruno permanece en la montaña donde nació y siempre tuvo claro su camino, y allí incluso se casa con Lara, una amiga de Pietro, y tienen una hija. Mientras la vida de cada uno transcurre por cursos diferentes, el reencuentro de la cabaña ocurre cada año. Pietro descubre el diario de su padre y las breves descripciones de sus ascensiones, siempre con Bruno a su lado, y su último mensaje: "Sería bonito quedarnos aquí arriba todos juntos, sin volver a ver a nadie más. Sin tener que bajar más al valle"´. Y es entonces cuando entiende que había tenido dos padres: el primero era un extraño con el que había vivido 20 años en la ciudad, pero el segundo era el padre de la montaña, al que apenas pudo vislumbrar, pero que ya conocía mejor. 

Transcurren los años. Y mientras Pietro busca su lugar en la vida, aunque sea en otras montañas, Bruno se aferra a su montaña, aunque acaba sin su mujer ni su hija: "Pietro, no te preocupes por mí. Esta montaña nunca me ha hecho daño". Y el colofón final, de nuevo con la tan presente voz en off de Pietro: "No puedes volver a la montaña que está en el centro del resto. Ni tampoco al inicio de tu propia historia. Solo queda vagar por las ocho montañas para los que, como yo, en la primera y más alta han perdido un amigo". Y así finaliza una película que viene ser como un bálsamo para la vida que vivimos, cocinada con tempo lento, quizás con excesivo metraje (o no). 

Es Las ocho montañas una conmovedora historia de amistad de infancia, juventud y adultez, en la que cabe todo lo importante. Ya Miguel Delibes nos decía que los ingredientes de una novela son, esencialmente, tres: una persona, una pasión y un paisaje. Y esos ingredientes (pero con dos personajes, dos amigos) es lo que usan Paolo Cognetti en la novela y Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch en la dirección cinematográfica. Una historia de amistad de altura, con la simplicidad y pureza de la infancia, y con emotiva complejidad de estos dos adultos desorientados y en busca de sí mismos, con el único apoyo constante e incondicional del otro. Y para ello se trabaja el guion rodando en los mismos escenarios que la novela, pero usando no el formato panorámico, sino el cuadrado (aquel que se utilizaba en la década de los 40 para películas como Casablanca, La diligencia o Ciudadano Kane). Y ello para que el sublime paisaje no dejara en un segundo plano a los personajes, equilibrio formal de paisajes y personajes que el director de fotografía, Ruben Impens, ha sabido sacar todas las implicaciones estéticas, de fondo y forma. 

Cuando uno ve descrita esta película de amistad de dos hombres entre bellos paisajes, regresa a la memoria Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005), con ese melodrama de amor carnal de sus protagonistas: Pero la diferencia con Las ocho montañas es que aquí el amor es el de la amistad y es igual de conmovedora. 

Y una nota final para entender el título de la novela y de la película. Según la leyenda nepalí, el centro del mundo es una gran montaña, el monte Sumeru, desde donde puede divisarse todo. Alrededor de ella hay ocho montañas más pequeñas y ocho mares. Y la pregunta que nos deja la historia es quién ha visto más mundo, ¿el que lo observa todo desde el gran monte central (Bruno) o el que recorre penosamente las otras ocho montañas (Pietro)? Son dos formas no sólo de observar el mundo, sino de conocerse a sí mismos. Y de ahí la frase final de Pietro en la película…

 

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