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sábado, 21 de mayo de 2016

Cine y Pediatría (332). "El olivo" mantiene sus raíces de abuelo a nieta


Las culturas mediterráneas están trenzadas alrededor del olivo, este árbol que ha sido venerado, cultivado y expandido desde los mismos tiempos en que se originan sus propias culturas. Ya sea en forma mitológica, religiosa o histórica, el origen de las civilizaciones o episodios destacados de su historia están vinculados al olivo. 
Un olivo creció en la tumba del propio Adán. Una pequeña rama de olivo llevada en el pico de una paloma anunció a Noé el principio del resurgir del mundo vivo que él rescató. Jesucristo entró en Jerusalén y fue recibido con palmas y ramos de olivo. Y Jesús de Nazaret lloró en el huerto de olivos ante la proximidad de su muerte que se consumaría en una cruz de olivo, según antiguas versiones cristianas. 
El olivo, al ser considerado un árbol sagrado servía como ofrenda de los mortales hacia los dioses en numerosas ocasiones. El olivo en Grecia simbolizaba la paz y la prosperidad, así como la resurrección, la fertilidad y la esperanza. Además se consideraba el aceite de oliva virgen como un elemento de gran valor al ofrecérselo como recompensa a los vencedores en las competiciones, junto con ramas trenzadas de olivo (y, originalmente, la rama no provenía de cualquier olivo, sino justamente del árbol sagrado de la Acrópolis, cuya historia está ligada a los orígenes de la cultura griega). Además, en época romana, la Bética fue la principal provincia productora de aceite de oliva durante los siglos de esplendor del imperio romano. 

Esta es una pequeña historia de la magia de un olivo, cuyo aspecto solemne y noble representaba lo que los hombres esperaban de una vida tranquila y serena. Y hoy la magia del olivo se conjuga con la magia de una actriz-directora madrileña: Iciar Bollaín. Ella debutó como actriz con tan solo 15 años para ser la Estrella adolescente de esa obra de luz y poesía fílmica que nos regaló Víctor Erice con El Sur (1983), pero también actuó en Malaventura (Manuel Gutiérrez Aragón, 1989), Sublet (Chus Gutiérrez, 1991), Tierra y Libertad (Ken Loach, 1994) o Niño Nadie (José Luis Borau, 1997), entre otras muchas. Y debutó como directora con tan solo 28 años en Hola, ¿estás sola? (1995), y hasta hoy ha dirigido un total de siete largometrajes, incluido la gran ganadora de los Goya 2003, Te doy mis ojos, con un total de siete estatuillas, incluido el de Mejor película. Y es precisamente su última película, la que lleva el título de El olivo, donde echa mano de una metáfora de la vida misma para mostrar el viaje emocional de su protagonista de la raíces del árbol a las raíces de su abuelo.

Alma (Anna Castillo) es una joven de 20 años que trabaja en una granja de pollos en el interior de Castellón, rodeada por la naturaleza y con una sencilla vida que gravita más en su abuelo que en sus padres. Su abuelo (Manuel Cucala) es la persona que más le importa en este mundo, cuyos recuerdos la transportan a la niñez que compartía con él entre juegos y risas, algunos muy simbólicos junto a un olivo milenario de gran tronco y que en su base simulaba la cara de un personaje de fábula. 
Un día, la familia deciden vender el olivo milenario en contra del abuelo, quien reconoce en él su propia memoria de la vida y las raíces familiares. Y les dice en su defensa: "El olivo es un árbol sagrado". Pero no lo consigue y, tras vender el olivo, el abuelo dejó de hablar y dejó de querer vivir: "Silencio. Ese castigo ya me lo conozco yo", le dicen sus hijos. Pero él sigue acudiendo al lugar que dejó el olivo, sentado allí dejando pasar el tiempo. Su nieta Alma está obsesionada con la idea de que lo único que puede devolverle el habla y la alegría a su abuelo es recuperar el olivo que vendió la familia contra su voluntad hace 12 años. 
Con la ayuda de unas amigas, consiguen localizar el olivo en una multinacional de Dusseldorf, y cuya figura se ha constituido en el eslogán de la compañía. Sin decir la verdad, sin un plan, y sin apenas dinero, Alma embarca a su tío "Alcachofa" (siempre magnífico Javier Gutiérrez, quien ya diera el do de pecho en La isla mínima), arruinado por la crisis, y a su compañero de trabajo Rafa (Pep Ambrós), quien está silenciosamente enamorado de Alma. Los tres inician una loca road movie con un destino indefinido, pero con el objetivo de traer el olivo de vuelta a la masía familiar. Y es en Dusseldorf donde consigue movilizar conciencias a través de las redes sociales (Facebook)... hoy una realidad. 

Y así, la propia Icíar Bollaín nos dice que la esencia de esta película procede de un poema de Mario Benedetti, un poeta tan querido en mi familia: “El olvido no es victoria sobre el mal ni sobre nada, y si es la forma velada de burlarse de la historia, para eso está la memoria que se abre de par en par, en busca de algún lugar que devuelva lo perdido; no olvida el que finge olvido, sino el que puede olvidar”. Porque ese olvido en esta película viene relatado de la mano de un olivo, y que une de manera certera e imborrable los lazos de cariño entre un abuelo y su nieta. El anciano silenciado ya en ese olvido, la nieta dispuesta a todo por mantener viva la memoria. Y el olivo, un símbolo de esa unión, el vínculo y la historia de toda una vida. Raíces, muchas raíces... dirigidas a la tierra y a los corazones. "Lo siento yayo, lo siento. He hecho todo lo que he podido. Es nuestro árbol, lo he encontrado... Te quiero tanto, yayo"

Al final de la película, cuando toda la familia planta un esqueje del olivo centenario en el lugar donde se encontraba, Alma comenta: "¿Os imagináis cómo será la vida dentro de dos mil años? A ver si esta vez lo hacemos un poco mejor...".  

Y poco más (ni nada menos) es la vida: tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. Y porque este nuevo olivo se planta coincidiendo con el nacimiento de un nuevo "hijo": el libro Cine y Pediatría 5. 

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