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sábado, 9 de julio de 2016

Cine y Pediatría (339). "El arte de pasar de todo"... si es para algo


“Desde los inicios de la historia, han nacido unos ciento diez mil millones de personas en el mundo. Ni una sola de ellas ha sobrevivido. Hay seis mil ochocientos millones de habitantes en el planeta. Y cada año mueren unos sesenta millones. ¡Sesenta millones de personas! Alrededor de ciento sesenta mil al día. De niño leí una vez esta frase: “Vivimos solos y morimos solos. Lo demás es todo una ilusión.” Si morimos solos, ¿por qué tengo que pasarme la vida trabajando, sudando y luchando? ¿Por una ilusión? Porque ni tener amigos, o novia, ni realizar tareas como conjugar el pluscuamperfecto, o calcular la raíz cuadrada de la hipotenusa, me ayudarán a evitar mi destino. Tengo cosas mejores en las que emplear mi tiempo".  

Con este pensamiento de un adolescente en estado de gracia (como suelen estar ellos y como alguna vez nos sentimos) comienza esta película tan particular, Sundance en estado puro. Un pensamiento original para una película con un título original (en España) y de esos que llaman la atención y no dejan insensible: El arte de pasar de todo, la ópera prima del estadounidense Gavin Wiesen, una película amable y positiva que es algo más que la historia de amistad entre George (Freddie Highmore) y Sally (Emma Roberts). 
Dos jóvenes actores que ya han formado parte de Cine y Pediatría. Freddie Highmore estuvo en Descubriendo Nunca Jamás (Marc Forster, 2004) como el pequeño Peter, el hijo menor de la familia Davies que inspiró a J.M. Barrie para crear el mundo de Peter Pan, y en El triunfo de un sueño (Kirsten Sheridan, 2007), una reinterpretación de Oliver Twist al ritmo de la música en el pequeño genio August Rush. Emma Roberts hizo lo mismo en la genial Una historia casi divertida (Ryan Fleck y Anna Boden, 2010), esa más que recomendable comedia dramática sobre las tribulaciones de la adolescencia entre las paredes de un especial psiquiátrico para adolescentes. Dos actores deliciosos y que hacen también la delicia de esta película, por su especial complicidad. 

George es un adolescente solitario y fatalista, sensible e inteligente, que ha decidido no dar importancia a trivialidades diarias como hacer los deberes del colegio o disfrutar de lo que la vida le ofrece. Su cabeza está hecha un lío, por ser un adolescente especial y porque supongo que el que su padre lo abandonara siendo niño no le ha reconfortado mucho. Y ahí anda, más preocupado por entender el sentido de la muerte y de la misma vida, más interesado por plasmar en dibujos lo que siente su corazón y su cabeza manipula que por aprobar exámenes. George es lo que se dice un frikie en toda regla, con su eterna gabardina oscura, pero la luz llega un poco a su soledad cuando conoce a Sally, algo así como la la reina de la belleza del instituto, en la que encontrará compresión y amistad (algo así como su alma gemela), inspiración y, como pasa a veces y no se puede evitar, un atisbo de enamoramiento. 

Algunas frases y pensamientos de George le definen claramente: "Soy un poco misántropo. No por elección, sino porque sí", "Tú temes a la muerte... yo en cambio temo a la vida", "Soy alérgico a las hormonas. A las mías", "Creía que eras un tío guay. No conozco a nadie guay", "Sentía nostalgia del presente que tenía... Soy raro, ¿verdad?"

El mundo adolescente vuelve a ser el terreno elegido para mostrar los cambios del corazón y la madurez de la personalidad, mientras que la cámara trata de indagar en lo que ocurre en el interior de esos dos amigos que tratan de ocultar sus sentimientos. George respira inocencia y fragilidad a pesar del caparazón intelectual bajo el que se protege, mientras que Sally sabe más de la vida (que no fue fácil): "Mi padre me tuvo con 16 años. Mi padre era camionero. Un día se marchó y no le volvimos a ver". Y quizá por eso tenga miedo a herir los sentimientos de su nuevo amigo, especialmente cuando le propone ella el acostarse: "Eres mi único amigo de verdad. No lo estropeemos... Piensas demasiado George"

George, como pintor en búsqueda continua, en su arte de “pasar de todo” como estrategia de maduración, el joven escéptico tiene aún un par de lecciones que aprender: cómo curar la herida de un pasado que creía sin afecto y cómo saber vivir en un mundo imperfecto. Y cuando todo se hunde (en la familia y en el amor con Sally) es cuando se renace de las cenizas y se produce la transformación de nuestro protagonista. Su madre le aconseja "La felicidad es algo que tienes que cuidar, que vigilar siempre" y Sally le pide "Necesito que seas mi amigo de verdad"

Finalmente resuelven sus sentimientos. Cuando George le confiesa: "En parte tenías razón. Debí decirte todo lo que sentía. Estoy enamorado de ti desde siempre... Yo no era nadie, sentía que no era nadie. Y eso lo cambiaste tú.". Y cuando Sally le contesta: "Sabes que algún día estaremos juntos. Pero tenemos que resolver un montón de asuntos... La vida es muy larga"

Porque la adolescencia es bastantes veces el arte de pasar de todo (que se lo digan a algunos padres y a muchos educadores), pero nos quedamos con dos frases finales para sentir que hay solución: una esperanzadora, la que le dice el director del instituto cuando le concede el título de la graduación ("No hay nada imposible") y otra una duda, como lo es esta misma etapa de la vida, y es la conversación final entre nuestros protagonistas (George: "Y entonces qué vas a hacer, ¿te quedas"; Sally: "No lo sé"). Y fin de la adolescencia...o quizás el comienzo. Porque se puede pasar de todo si es para algo, como nos dijera el gran François Truffaut y que la semana pasada recordábamos en la VI Jornada de Medicina y Cultura: "La adolescencia es como un segundo parto. En el primero nace un niño y en el segundo, un hombre o una mujer. Y siempre es doloroso”.

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