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sábado, 7 de enero de 2017

Cine y Pediatría (365): “Carreteras secundarias”, pero sentimientos primarios de hijo a padre


Emilio Martínez-Lázaro, realizador madrileño todo-terreno, es más que posible que haya conseguido sus mejores éxitos ahondando en las amarguras de la adolescencia y la juventud (Amo tu cama rica, 1991; Los peores años de nuestra vida, 1994; El otro lado de la cama, 2002), si excluimos claro está, su gran éxito comercial con Ocho apellidos vascos (2014) - la película española más vista de la historia - y menos, con la secuela de Ocho apellidos catalanes (2015). Y es justamente en este territorio de la adolescencia donde se sitúa nuestra película de hoy, Carreteras secundarias (1997): la mirada del adolescente que está a punto de dejar de serlo, en búsqueda de una identidad que sin saberlo ha estado siempre junto a él, y es la de persona que aparentemente más desdeña, su propio padre. Y para ello se vale el director de un recurso nada nuevo, una "road movie" (en este caso en un Citroen Tiburón) con dos personajes principales, padre e hijo, Antonio y Felipe, y un viaje interior de ambos, pero principalmente de nuestro adolescente. Un viaje a los sentimientos esenciales que unen a un hijo con su padre, separados por un abismo generacional y, sin embargo, más cerca el uno del otro de lo que están dispuestos a creer. 

Carreteras secundarias se inscribe en el subgénero de las películas de iniciación, que es aquella ficción donde un niño u adolescente despierta a la realidad de la vida. En literatura, clásicos como "La isla del tesoro" de R.L. Stevenson o "El guardián entre el centeno" de J.D. Salinger, han afianzado este modelo con protagonistas que alcanzan la madurez en el transcurso de dolorosas peripecias. Y se constituye en una película que bien pudiera ser una mezcla de dos películas de David Trueba que ya hemos analizado en Cine y Pediatría, un cóctel entre La buena vida (1996), con la que comparte protagonista principal, Fernando Ramallo, y Vivir es fácil con los ojos cerrados (2012). Pero que atesora también retazos de esa relación padre e hijo que nos dibujaron obras como Rómulo, mi padre (Richard Roxburgh, 2007) o L.I.E. (Michael Cuesta, 2001). 

Carreteras secundarias está basada en un relato homónimo del escritor Ignacio Martínez de Pisón y nos ofrece una peculiar visión de la situación social en nuestro país el año antes de iniciarse la transición de la dictadura de Franco a la nueva democracia española, 1974. La película comienza en una playa y termina en una playa, con nuestros dos protagonistas: Antonio, el padre (Antonio Resines) y Felipe, el hijo adolescente  (Fernando Ramallo). La película arranca en una playa solitaria y en un día gris, donde un adolescente camina sobre la arena, cabizbajo y sumido en sus reflexiones, y la voz de su padre le llama. Y en la escena final ambos regresan a la playa, pero en esta ocasión es un lugar de sol y ocio poblado de veraneantes. Dos planos subjetivos, el primero de color gris y el último con todos los colores del verano. Y entre medias, el camino de transformación de Felipe hasta llegar allí. Todo parece indicar al comienzo que es una comedia, pero no es así. 

Padre e hijo viajan por la España de 1974 en su Citroën Tiburón, que es lo único que tienen. Descubrimos que el padre es viudo y un buscavidas, situación que él mismo se la explica a su hijo: "De pronto me encontré viudo, con un niño de 2 años y en la calle". Felipe es un adolescente aniñado que se coloca calcomanías por todo el cuerpo y que mira con recelo las aventuras amorosas de su padre, primero con Estrella (Miriam Díaz Aroca), la nueva voz de la canción española, y luego con Paquita (Maribel Verdú), a las que utiliza más que ama. 
En las distintas aventuras que transcurren, sobreviven con trapicheos (compra-venta de coches, alquiler de llamadas de teléfono en sus pisos alquilados, etc.), huyendo continuamente por carreteras secundarias: "De los escarmentados salen los avisados", recuerda el padre a su hijo. Poco a poco, Felipe va reconociendo a su padre, como también va descubriendo el amor: "Me encanta que no me entiendas, porque así puedo decirte todo lo que siento", le dice a Miranda, ese primer amor platónico que descubre en la Base Americana, y ello mientras que Paquita, la joven novia de su padre, le enseña a besar. 

Finalmente el padre va a la cárcel y el hijo es acogido temporalmente por la familia paterna, que descubrimos que es rica. Y también somos testigos de cómo Felipe descubre que su madre cayó enferma y su padre robaba dinero por amor y para curarla. "Yo siempre quise que te sintieras orgulloso de mí", le confiesa Antonio a su hijo. Y es cuando Felipe conoce la verdad, cuando comenzó a amar y respetar a su padre. Porque en ese viaje de iniciación que hace y que conlleva la búsqueda de sus propias raíces (su verdadera familia, la madre fallecida), recaba finalmente en el propio padre, el cual se revela como único modelo. Tal es así, que si Felipe se formulara la pregunta ¿quién soy yo?, al final obtendrá una respuesta categórica: soy mi padre. 

Y es así como Carreteras secundarias nos ha transportado a los sentimientos primarios de hijo a padre, esa figura paterna que tanto necesitamos. Como necesitamos la figura materna, como necesitamos a la familia. Y a veces no caminamos por carreteras de primer nivel para llegar allí, sino que el camino nos lleva por carreteras secundarias...

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