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sábado, 29 de julio de 2017

Cine y Pediatría (394). "La vida de Calabacín" reconstruye la infancia maltratada


El año pasado el Oscar a la Mejor película de animación fue para una cinta maravillosa para todos los públicos, pero especialmente para adultos, una película sobre la mente y las emociones que todos recordamos bien: Del revés (Pete Docter y Ronnie del Carmen, 2015), Y en la última edición, cinco películas competían por este galardón, las estadounidenses Valana, Kubo y la cuerda mágica y Zootrópolis, la francesa (en coproducción con Bélgica y Japón) La tortuga roja y la suiza (en coproducción con Francia) La vida de Calabacín. Pues bien, el galardón lo obtuvo Zootrópolis, pero la emoción lo puso La vida de Calabacín, la obra en stop motion que hoy nos convoca. 

La vida de Calabacín (Claude Barras, 2016) es una historia dura que tiene a la infancia como protagonista, relatando una realidad más común de la que fuera deseable. Calabacín es el extraño apodo de Simon, un niño de 9 años que, después de la repentina muerte de su madre alcohólica, se hace amigo de un policía llamado Raymond, quien le acompaña a su nuevo hogar, un hogar de acogida donde viven otros niños de su edad, niños y niñas huérfanos, cada uno de ellos con duras historias en la mochila. Calabacín lucha por adaptarse a ese nuevo hogar que siente en principio extraño y hostil, pues es un orfanato que recoge un crisol de abusos sobre la infancia y que en la película se nos presenta como un lugar de reconstrucción vital. Un lugar donde Calabacín tendrá un grupo de amigos en los que confiar, en el que se enamorará y que le servirá de paño de lágrimas para borrar las huellas de un pasado terrible. Un mensaje directo y profundo, con bellas imágenes animadas y que se nos devuelve como un bofetada de emociones, un puñetazo a eso que se viene en llamar como la sociedad de bienestar, ajena a todo tipo de abusos. 

La producción suiza del realizador Claude Barras es una película agridulce que evoca los trazos de un dibujo infantil, cuyos personajes se identifican con los ojos grandes y muy abiertos, para ver con asombro un mundo hostil y, a la vez, crear emoción y empatía. Y lo hace a través de algo que Barras conoce bien, como es el corto (y este su primer largo dura solo 66 minutos) y la técnica del stop motion, donde los muñecos se animan fotograma a fotograma, muñecos de látex en este caso y que dan la sensación de movimiento al reproducirse a 24 tomas por segundo, con oficio y paciencia para dotar de fluidez y expresividad a los personajes. La imaginación (y el corazón) del espectador hace el resto. 

La vida de Calabacín es una historia de niños maltratados dirigida a todo el mundo, adaptación de la novela de Gilles Paris, "Autobiographie d’une courgette", publicada en el 2001 y que ahora cuenta en el guión de Céline Sciamma, la joven directora francesa que no entiende de géneros y gran especialista de los insondables misterios de la infancia, tal como lo ha demostrado en su trilogía Lirios de agua (2007), Tomboy (2011) y Girlhood (2014). 

La vida de Calabacín nos hace reír y llorar a partes iguales, donde cada menor del orfanato encarna una herida diferente. Simon/Calabacín se conoce al dedillo los historiales de todos. Alice, con su rostro semioculto por el flequillo, tiende a sufrir movimientos compulsivos, pues sabe que su padre le hacía cosas malas, pero no cuáles exactamente. Jujube siempre necesita una tirita porque le duele la cabeza; mientras, su progenitora recibe tratamiento psiquiátrico. Bea está desamparada por una decisión política, ya que su madre fue expulsada del país y retornada a África. Ahmed se hace pis en la cama desde que su padre está en la cárcel, cárcel a la que llegó tras ser detenido por un atraco para conseguir dinero para poder regalarle unas zapatillas Nike a su hijo. Y a Camille, la última en llegar, su papá le enseñó a utilizar una pistola, antes de disparar contra la madre delante de la niña. En este ambiente marcado por el dolor y el sentimiento de abandono, Calabacín aprende a rehacer los vínculos de afecto, compañerismo y filiación. 

La vida de Calabacín ha cuidado el fondo y la forma, el contenido y el continente al tratar con mimo temas crueles. No es de extrañar que esté siendo todo un éxito de crítica y público en los festivales por los que ha pasado, pues es una apuesta diferente, valiente y pedagógica de cine para niños y adultos. Calabacín y los demás niños nos muestras una historia sorprendentemente universal, donde la salvación nos muestra que pasa por aprenderá a amar y a confiar en los otros

Y este mensaje nos llega a través de escenas para el recuerdo: 
- Un comienzo espectacular: un niño pinta una cometa y alrededor botes de cerveza... y luego entendemos el por qué: una trágica situación expuesta con poesía. 
- La llegada al internado y la presentación a la directora: "Le presento a Ícaro. Pero creo que prefiere que le llamen Calabacín". Y todos sus enseres son una cometa (que le recuerda a su padre) y un bote de cerveza (que le recuerda a su madre). 
- La confesión en tono de amistad del compañero que le hacía acoso al principio, una historia familiar a cada cual más trágica. La confesión de Simon a su amiga Camille: "A veces sueño que soy mayor y que estoy con mi madre. Ella sigue hablando sola y bebiendo cerveza. Y yo también bebo mucho. Me alegra saber que eso no pasará nunca".
- Y cuando Simon y Camille son adoptados por Raymnod surge una reflexión de Simon al ver llorar a Camille: "¡ A veces lloramos porque estamos contentos!". 
- Y la carta final (y colofón): "Querido Simón. Decías que el hospicio era para quienes no tienen a nadie que les quiera. ¡Pero te equivocabas, porque nosotros no te hemos olvidado! Y tampoco hemos olvidado a los demás". 

La vida de Calabacín no ganó el Oscar. Pero algunos críticos opinan que es la mejor película de animación europea (y del mundo) de 2016. Y que al verla se coge el riesgo de morir de ternura, con ese don de reivindicar la inocencia como implacable arma para conjurar el dolor, para reconstruir la infancia maltratada. Y con valor añadido que no podemos obviar: en la película subyace una defensa de las infraestructuras que, como los asistentes sociales, policías y orfanato, intentan compensar el desamparo al que se han visto sometidos estos pequeños a través de un trato humano que va más allá de cumplir el expediente administrativo. 

La vida de Calabacín es la de muchos... Y también sentimos que sus ojos grandes nos miran.

 

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