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sábado, 10 de octubre de 2020

Cine y Pediatría (561). “Quiero comerme tu páncreas”, un canto animado a la amistad y la pérdida

 

Si pronunciamos estos nombres (Goro Miyazaki, Yasuomi Umetsu, Mahiro Maeda, Ryutaro Nakamura, Noboru Ishiguro, Kazuya Tsurumaki, Yoshifumi Kondo, Kunihiko Ikuhara, Rintaro, Koji Morimoto, Shoji Kawamori, Shinichiro Watanabe, Yoshiaki Kawajiri, Hideaki Anno, Masaaki Yuasa, Momoru Oshii, Katsuhiro Otomo, Satoshi Kon, Hayao Miyazaki, Hiroyuki Okiura, Isao Takahata, Shin'ichirô Ushijima) todos coincidiremos en que son nombres japoneses. Muchos menos verán reflejados en ellos el elenco de grandes directores de anime, lo que ya es desde hace tiempo toda una cultura en Japón y a nivel internacional. 

Anime se usa para nombrar a los dibujos animados de origen japonés, un fenómeno cultural y de entretenimiento que goza de gran popularidad. Las obras de anime solían dibujarse manualmente desde sus inicios a principios del siglo XX, aunque en los últimos años se popularizaron las creaciones digitales. Aunque existen múltiples trabajos de anime con diferentes características, hay un estilo típico de la animación japonesa que empezó a forjarse en la década de 1960 en el que aparecen personajes con ojos muy grandes, labios finos y cabello extraño, con gran expresividad de los rostros lo que diferencia a estos dibujos de los más habituales en la animación occidental. El anime es un arte que está vinculado al manga (las historietas japonesas), el cosplay (el uso de disfraces) y otras disciplinas y tendencias. 

Hasta tal punto ha llegado la repercusión de este tipo de animación, que se han creado dentro de la misma una larga lista de especializaciones para poder satisfacer los gustos de todo tipo de público. Entre las especializaciones más significativas están, por ejemplo, el anime kodomo, que es el que está dirigido al público infantil en general; el anime shojo, que es el que está creado para satisfacer los gustos de las chicas adolescentes, o el anime seinen, que va dirigido a adultos varones y que se identifica por altos niveles de violencia y sexo. Pero son decenas los géneros temáticos en el anime. Y algunas películas de anime ya han formado parte de Cine y Pediatría, como Una carta para Momo (Hiroyuki Okiura, 2011) o La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1998).  

Y hoy llega una más, otra película de anime llena de mensaje y con un título muy particular: Quiero comerme tu páncreas (Shin'ichirô Ushijima, 2018), una película que nace de la novela homónima de Yoru Sumino publicada tres años antes y que fue todo un best seller. Y la película comienza así, con esta voz en off de Haruki, un solitario estudiante de secundaria que tiene en la lectura y en su trabajo en la biblioteca su peculiar refugio: “El funeral de mi compañera de clase, Sakura Yamauchi, tuvo lugar un día lluvioso. Algo poco apropiado para la clase de persona que había sido en vida. Como testimonio del valor de su vida no fueron pocos los que derramaron lágrimas durante el velatorio y el funeral; a ninguno de los cuales yo asistí. Permanecí en casa todo el tiempo. El último mensaje que le mandé era muy corto, de una sola línea. Desconozco si lo llegó a leer”. Y el mensaje decía lo siguiente: “Quiero comerme tu páncreas”. Y éste es el título de esta película de anime tan particular, que nada tiene que ver con un acto de canibalismo (es una creencia curativa) y nada que ver con una película violenta (pues en realidad se convierte en una sencilla historia llena de buenos valores). 

Porque esta película se convierte en una deliciosa película de dibujos poéticos y relajantes (por el trato que hace de la luz, las sombras, el viento, el mar, la lluvia, los fuegos artificiales o los sueños) y que se centra en la particular amistad de dos jóvenes estudiantes, Haruki, a quienes ya hemos presentado, y Sakura, la joven de 17 años que tienen una enfermedad del páncreas (no definida) por la que éste ha dejado de funcionar y por la que va a morir a corto plazo. Dos seres opuestos, cuya amistad no es comprendida por nadie: él callado, introvertido y asocial, ella vital, extrovertida y habladora. Haruki nunca ha tenido amigos, y todo cambia en el día que Haruki se encuentra el diario de Sakura titulado “Convivencia con la enfermedad” y en donde descubre este secreto de su enfermedad que nadie conoce, salvo sus padres. Y así ella le confiesa: “Mientras tú seas el único que conozca la verdad, podré seguir haciendo una vida normal”. Y así es como ella escribe una lista de cosas que le gustaría hacer antes de morir y las comparte con Haruki, aunque éste sigue siendo reacio a la amistad: “Lo mismo me da caer bien a los demás o no. Por eso, no me interesan los demás. Y a la gente tampoco le intereso yo”. Pero ella insiste y le envía este mensaje al móvil, con su vitalidad habitual (no exenta del miedo interior que le acompaña): “Vamos a seguir siendo amigos hasta que me muera”

Y así pasan los días, con Haruki siendo el sustento vital de Sakura, muy a pesar de él, quien sigue teniendo un mal concepto de sí mismo y tampoco hace mucho para cambiarlo: “Nadie quiere hablar con el-compañero-que-pasa-desapercibido”. Y en esa relación ella le explica el por qué de la expresión que da título a esta película: “He estado investigando y hay países en las que existe la creencia de que el alma de la persona devorada sigue viviendo de alguna manera en el interior de aquel que la devora”. Y cuando ella le habla de que su libro preferido es “El principito”, él le responde: “Se puede saber mucho de una persona por sus libros preferidos”. Y en los juegos que realizan sobre “verdad o reto”, ella le hace preguntas divertidas y él siempre cuestiones muy profundas, como “¿Qué significa para ti estar viva?”; y ella le responda: “Para mí estar viva es tener la posibilidad de conectar nuestro corazón con los de otras personas. Tratar de conseguir eso es lo que llamamos vivir. Conocer a alguien, querer a alguien, odiar a alguien, pasártelo bien con alguien, ir de la mano de alguien… Eso es vivir”

Y finalmente una noticia lo cambió todo. Y Haruki tardó mucho en afrontar la realidad. Y logró llorar. Y consiguió cambiar, que es lo que Sakura siempre quiso, que se abriera al mundo y a la amistad. Y así es Quiero comerte tu páncreas, la historia de dos amigos que se necesitaban y se dieron su tiempo, tan bella y romántica como los cerezos en flor. Una película del anime japonés que bien pudiera ser un cóctel entre A dos metros de ti (Justin Baldoni, 2019), por esa historia de amistad especial de dos adolescentes alrededor de una enfermedad como la fibrosis quística (que también afecta preferencialmente el páncreas, junto con el pulmón y otros órganos) y Vivir para siempre (Gustavo Ron, 2010), por esas cosas por hacer antes de morir de nuestro adolescente con leucemia.  

En los últimos años venimos gozando de estrenos puntuales de películas anime que nos llegan con cuentagotas a España. Y es así como Quiero comerme tu páncreas, la historia creada por Yoru Sumino, ha conseguido su objetivo: llegar al corazón de sus lectores y después, al de los espectadores. Un canto a la superación y a la vida. Y, donde más allá de la enfermedad y la posible historia de amor que sirve como contexto, el corazón de la cinta reside en Sakura y la manera que tiene de ver la vida y cómo entiende las relaciones que establece con las personas de su entorno, cómo nos dibuja la amistad y el manejo de la pérdida.

 

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