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sábado, 22 de febrero de 2020

Cine y Pediatría (528). “Parásitos” en la pobreza y en la riqueza


La película surcoreana Parásitos (Bong Joon-Ho, 2019) ha hecho historia en la 92ª edición de los premios Oscar al imponerse en la categoría de Mejor película, todo un hito para una cinta en lengua no inglesa. Esta comedia negra, que es una mordaz crítica a la división de clases y que fusiona diversos géneros a la perfección, se ha hecho además con la estatuilla a Mejor director, Mejor guión original y Mejor película extranjera. Y, aunque diez películas en lengua no inglesa anteriormente habían logrado la doble nominación - entre ellos La vida es bella (Roberto Benigni, 1997) y Roma (Alfonso Cuarón, 2018) –, ninguna se había llevado los dos premios hasta ahora. 

Porque Parásitos es una obra ingeniosa y demoledora sobre una familia pobre donde ningún miembro tiene trabajo y que trata de aprovecharse de otra familia rica, un argumento aparentemente sencillo para un film diferente que nos atrapa desde el primer momento y que ya se convirtió en todo un fenómeno desde que logró la Palma de Oro en el festival de Cannes, amén de un buen ramillete de premios en otros festivales. Los que no hayan visionado esta película quizás quedaron sorprendidos de que esta película fuera la gran triunfadora de la noche de los Oscar al imponerse a otras quizá más favoritas como 1917 de Sam Mendes, Érase una vez… en Hollywood de Quentin Tarantion o Joker de Todd Phillips, y en donde también competían Le Mans 66 de James Mangold, Historia de un matrimonio de Noah Baumbach, Mujercitas de Greta Gerwin y Jojo Rabbit de Taika Waititi. Pero cuando la ves, se disipan algunas dudas por lo peculiar de la propuesta. 

Parásitos es una de esas películas que no deja indiferente de principio a fin. Tarda poco en engancharte y no te suelta hasta un final arrollador. Con tal derroche de emociones, cabe reconocer a su director, Bong Joon-ho, cineasta surcoreano que se ha movido por muchos géneros y que se está labrando una de las carreras cinematográficas más sólidas del siglo: la comedia en Perro ladrador, poco mordedor (2000), el thriller policiaco en Memories of Murder (2003) y Mother (2009), el cine de monstruos en The Host (2006), o la ciencia ficción con aires distópicos en Rompenieves (2013) y Okja (2017, a la postre la primera película original de Netflix que concursó en Cannes). Pero todas tienen algo en común: además de cierto humor negro y más de un personaje patético, suelen ser frenéticos viajes repletos de puro entretenimiento, con base en la cruda representación de la realidad y el choque social. Y Parásitos, como la mayoría de trabajos de Bong Joon-ho, es una obra en constante metamorfosis desde la comedia negra, al drama familiar, pasando por el thriller psicológico. Y donde la habilidad del director reside en cómo transita en esos cambios tonales, y cómo nos parece una película divertida hasta que deja de serlo. 

Es Parásitos una furiosa crítica a las clases sociales y en ella somos espectadores de cómo llegan a interrelacionarse dos familias tan diferentes: la familia Kim y la familia Park. La familia Kim está integrada por un matrimonio sin trabajo que vive con sus dos hijos adolescentes (Ki-woo y Ki-jung) en el semisótano de una barrio pobre, y desde allí intentan sacar la cabeza, para lo que han desarrollado el ingenio y la capacidad de mentir. La familia Park la conforma una bella pareja de amables ricos e ingenuos egocéntricos, que viven con sus dos hijos (Da-Hye y Da-Song) en la burbuja de una moderna mansión que llegará a tener un gran protagonismo en la historia, una mansión, metálica y acristalada, fría, casi esquelética. Cada uno de ellos son parásitos a su manera, tanto en el sentido literal como figurado de la palabra: los que viven en el subsuelo conviven con una plaga de insectos y tienen el olor de la gente del metro, el “olor a pobre”, e intentarán salir adelante parasitando a los ricos; y los ricos mantienen su status quo parasitando los servicios de la gente pobre, pues son incapaces de realizar las tareas más elementales sin estos. Aún así todos los personajes son talentosos y dignos, y son tratados con distancia y respeto por el director. 

Así es como Ki-woo (Choi Woo-shik) se hace pasa por universitario ante la familia Park para poder ejercer de profesor de inglés de Da-Hye (Jung Ji-so), la hija adolescente. Y desde allí logra que su hermana Ki-jung (Park So-dam) se haga pasar por una profesora de dibujo y consiga dar clases particulares al hermano menor, Da-song (Jeong Hyun-joon), quien después de un trauma realiza unos dibujos muy particulares de un estilo picassiano. Y por ello Ki-jung le dice a la Sra. Park, una madre tan bella y rica como simple: “Y esto no son clases particulares. Es terapia artística. Por consiguiente, mi tarifa es mucho más alta”. Y una vez allí, las artimañas de Ki-jung consiguen que su padre, el Sr, Kim, entre como conductor de la familia, pues la Sra. Park está convencida de que “lo mejor es una cadena de recomendaciones. ¿cómo lo diría?: una correa de transmisión de confianza”. Y por ello, finalmente consiguen echar a la criada de confianza “por el bien de la salud y de la higiene públicas” y contratar en su puesto a la Sra, Kim. Y con ello, los Kim han parasitado a los Park. 

Pero todo se complica cuando aparecen otros dos personajes en escena, que no debemos desvelar. Y cabe recordar esa escena de uno de ellos con el móvil en la mano, diciendo: “Cariño, este botón de “enviar” es como un lanzamisiles. Si amenazamos con pulsarlo, estos no pueden hacer nada. Es como un misil norcoreano”. Pero este nuevo personaje que vive parasitando el sótano-búnker de la casa, también nos llega a decir: “En la vejez, el amor será mi consuelo. Se lo pido por favor. Déjeme vivir aquí abajo”. Porque dos familias que viven en el subsuelo parasitan a la que vive en superficie. Y la película se desarrolla sin condenar a sus protagonistas, pero tampoco justificarlos. Y donde los hechos llegan a ser con consecuencias tan diferentes: porque las lluvias torrenciales que dejan desolación en la familia pobre, se convierte en un espléndido día tras las lluvias en la familia rica. 

Y el final se precipita y descubrimos el motivo que llegó a provocar en el pasado el ataque epiléptico del pequeño Da-song y su obsesión por los dibujos que pinta. Un pequeño con un sexto sentido, pues él reconoce que el Sr. y la Sra. Kim, Ki-woo y Ki-jung huelen igual, porque como nos recuerda el Sr. Park: “Las personas que van en metro tienen un olor especial”. Al final, hijos y padres se ven inmersos en un final donde resuenan las palabras del Sr. Park: “¿Sabes cuál es el plan que no falla nunca? No tener un plan. ¿Sabes por qué? Si haces planes, nunca funciona como tú esperas… Si no tienes plan, nada puede fallar”. 

Una película especial que hay que ver y que cabe realizar nuestra particular interpretación, intentando dar respuesta a esa piedra panorámica que cambia el rumbo a la familia, el uso simbólico de la verticalidad (donde la familia Kim vive abajo, en el subsuelo, y la familia Park arriba, pues hay que subir una cuesta de camino a la mansión), al código morse de comunicación desde el búnker, a ese final onírico soñado de suplantación de casa y de vida, y donde todo empieza y finaliza en la misma casilla de salida, con un Ki-woo en el semisótano, al principio buscando la señal de la wifi, ahora descifrando el código morse. Y todo para una furibunda crítica a la división de clases, personajes parásitos de la pobreza y de la riqueza. 

Porque basten cinco datos escandalosos que nos proporciona Oxfam International para confirmar la desigualdad extrema global en nuestro planeta (también en Corea del Sur, también en España): 1) El repleto bolsillo de los multimillonarios: el 1% más rico de la población posee más del doble de riqueza que 6.900 millones de personas, de forma que casi la mitad de la humanidad vive con menos de 5,5 dólares al día; 2) Exiguos impuestos sobre la riqueza: tan solo 4 centavos de cada dólar recaudado se obtiene a través de los impuestos sobre la riqueza, y los súper ricos eluden al menos el 30% de sus obligaciones fiscales; 3) Servicios públicos infradotados: en la actualidad hay casi 260 millones de niños sin escolarizar (1 de cada 5), y es un hecho mayor en niñas que en niños; 4) Una esperanza de vida cercenada: cada día, 10.000 personas pierden la vida por no poder costearse la atención médica y cada año, 100 millones de personas se ven arrastradas a la pobreza extrema por los gastos médicos que deben afrontar; 5) La desigualdad es sexista: los 22 hombres más ricos del mundo tienen más riqueza que todas las mujeres de África, y el trabajo de cuidados ejercido por mujeres equivale a 10,8 billones de dólares anuales en la economía mundial. Porque esta desigualdad es un parásito enorme para el mundo. Y un mundo más justo es posible. Y vale la pena reflexionar sobre ello, también con el cine… 

Con Bong Joon-Ho a la cabeza, el cine coreano atraviesa tiempos de gloria a nivel de los festivales internacionales, gloria que todos recordamos que tuvo en los principios del siglo XXI con Kim Ki-duk (director que llegó a tener en cartel a la vez tres películas en España, allá por el año 2005, con El arco, Hierro 3 y Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera). Y con él se confirma el peso de los directores orientales que atraviesan fronteras, siendo el ejemplo más paradigmático el japonés Hirozaku Koreeda, a la postre el director más prolífico de Cine y Pediatría, con seis películas argumentales: Nadie sabe (2004), Kiseki/Milagro (2011), Tal padre, tal hijo (2013), Nuestra hermana pequeña (2015), Después de la tormenta (2017) y Un asunto de familia (2018). 

Lo dicho, con Bong Joon-Ho combatamos el parásito de la desigualdad de clases y combatamos y fumiguemos a los parásitos que nos rodean.

 

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