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sábado, 9 de octubre de 2021

Cine y Pediatría (613). “Lola” y su unicornio por estrella

 

La transexualidad y las personas transgénero han tenido su espacio en Cine y Pediatría, en algunas películas abordando historias reales llevadas a la ficción, en otras planteando una ficción tan real como la vida misma. Desde la filmografía de Estados Unidos hemos podido comentar Boys Don´t Cry (Kimberly Peirce, 1999),  Transamérica (Duncan Tucker, 2005),  3 generaciones (Gaby Dellal, 2015) y  Jake (Silas Howard, 2018). Desde la filmografía española la icónica película El viaje de Carla (Fernando Olmeda, 2014) y  Me llamo Violeta (David Fernández de Castro y Marc Parramon, 2019).  Y desde Bélgica tuvimos la oportunidad de disfrutar de Girl (Lukas Dhont, 2018)  y hoy llega Lola (Laurent Micheli, 2019), dos películas que nos vuelven a reafirmar sobre la altura del cine en francés. 

Porque si Transamérica fue una simpática “road movie” entre una madre trans y su hijo en un viaje por la América profunda, Lola se nos presenta como una impactante “road movie” entre un padre y su hija trans por los caminos belgas (entre franceses y flamencos) que llevan hacia el Mar del Norte. Un tour de forcé interpretativo de altura entre Lola (Mya Bollaers, en su debut como actriz trans) y su padre Philip (Benoît Magimel). 

Lola es una chica trans que nos presenta con su ambigua belleza, su pelo a dos colores, su mochila y su monopatín con un unicornio pintado. Ahora vive en un hogar de acogida con Samir, su único amigo, pues su padre no aceptó que su hijo Lionel ahora quisiera ser una chica; y por ello nos confiesa: “Con las hormonas y estando en el refugio me siento mejor. Conmigo, me refiero”. Sigue los controles médicos y escucha atenta la explicación de su doctora: “Desde ahora, tan solo seguiremos el protocolo. Habrá dos fases, como planeamos. Una en cinco semanas y la otra en diez. Primero aumento de pecho y castración y, después, reasignación”. 

Pero Lola, impulsiva y solitaria, no pasa por un buen momento, pues cuando le confirman que por fin puede someterse a la soñada operación de reasignación de género, su madre Catherine, que era su único apoyo a nivel emocional y económico en su disfuncional familia, fallece. Y cuando Lola acude al entierro, el padre le espeta: “No tienes decencia. Tu madre se avergonzaría de ti. ¿Cómo nos has hecho esto?...Mírate, ¿no te avergüenzas de aparecer así delante de tu familia y de tus amigos? Con pintas de travelo”. Una escena muy tensa tras dos años sin haberse visto padre e hija, una relación complicada seguida de momento convulsos hasta que deciden llegar a un acuerdo para cumplir el último deseo de Catherine: esparcir sus cenizas en la casa de su infancia situada en la costa belga del Mar del Norte.

Cumpliendo con este deseo, Philip y Lola, padre e hija (aunque su padre se resiste a no llamarle Lionel), emprenden ese viaje en coche junto al jarrón que porta las cenizas de la esposa y madre (que ambos echan mucho de menos). Un viaje más emocional que físico y que tendrá consecuencias imprevisibles. Un viaje donde la música de una seleccionada BSO amplifica la emoción de algunas escenas. Y baste recordar ese viaje en coche de noche mientras suena el “Vissi d´arte, vissi d´armore” de la ópera Tosca de Puccini, interpretada por la gran María Callas, y que nos regala un tempo especial a este viaje de despedida, de desencuentros y reencuentros tan creíble. 

Y es patognomónico el desencuentro que  tiene lugar en el club de alterne, donde el padre le dice: “¿Dónde estabas cuando cuidaba de mamá? Ni sabes que fue culpa tuya que cayera enferma. Murió por tu culpa”. Una declaración tan dura como errónea, pues la madre siempre cuidó de Lionel cuando era niño y de Lola cuando decidió ser mujer, porque la aceptó en todo momento, aunque al final fuera a escondidas para no enfadar al esposo. Y en esa noche, el padre confiesa a la madame del club lo que para él ha sido un infierno: “Empezó con pesadillas casi cada noche. Más tarde, un día empezó a romper su ropa, autolesionarse, a sufrir ataques pánico y crisis. Empezaba a llorar y a gritar por nada. Al final te vuelve loco. Un día llamaron de la escuela. Se había cortado los brazos con unas tijeras. Vimos psiquiatras. Lo intentamos todo para ayudarle. Pensábamos que todo pasaría. Pero no, tan solo empeoró. Empezó a escaparse y desaparecía durante días. Su madre y yo estábamos muy asustados. Y después, empezó a ponerse ropa de chica, a travestirse. Y yo solo perdí el control. No podía soportarlo… Tenía un hijo, no una hija”. 

Muy pocas veces Lola logra estar feliz y liberada. Si acaso cuando la animan a bailar al son de la canción “Karma Chameleon” del grupo Culture Club, muy apropiada al rememorar la estética glam y sexualmente ambigua de su líder, Boy George. O también la conversación con su padre en el coche mientras suena “What-s Up?” del grupo 4 Non Blondes, una canción que habla sobre la desesperación y pérdida, cuando Lola le pregunta a su padre: “¿La echas de menos?”. Y en algún momento suena la canción “Bird Guhl” del grupo Antony and the Johnsons, muy significativa, pues su líder, Antony Hegarty, es conocida desde 2015 por su identidad transgénero bajo el nombre de Anohni; y su desgarradora voz y letra sirve de clímax en ese túnel de lavado, donde no solo se limpia el coche sino algo del alma del padre. Tres canciones que marcan momentos muy especiales del viaje. 

Finalmente llegan al mar a cumplir el último deseo de la madre. Pero algo inesperado (y casi inexplicable) ocurre al incendiarse el coche con el jarrón de las cenizas dentro. Y cuando Philip encuentra un sobre que la madre tenía escondido con mucho dinero con la palabra CPRE, no sabe lo que es. Hasta que Lola le descubre que significa “cirugía plástica reparadora y estética”, y que su madre la estaba ayudando en los últimos meses en la reasignación de sexo, algo que el padre sigue sin comprender. Y por ello le pregunta: “¿Por qué quieres hacerlo? Aún eres un adolescente. Tan solo tienes 18 años. Es normal sentirse incómodo sobre tu cuerpo, tener complejos, no sé… Puede que cuando tengas 25 años lo veas todo diferente. Cambiarás de opinión”. Y Lola contesta sin vacilar: “No cambiaré de opinión. De todos modos, con operación o no, ya soy una mujer. Tan solo tienes que aceptarlo”. Y aún es más contundente la respuesta a si no tiene miedo al dolor de la operación: “El dolor físico no es nada comparado con todo lo que he sufrido en la vida”. 

Y la película llega a un final tan abierto como maravilloso, con esas palabras que escribió a su madre, toda una declaración de amor y de principios: “Mamá, contigo siempre pensé que todo era posible. ¿Te acuerdas del telescopio que me comprasteis por mi cumpleaños? Fue mi primer regalo. No solo por ver las estrellas, sino porque significaba que pasaríamos tiempo los tres. Noches enteras diciéndome el nombre de estrellas y constelaciones. Descubrimos mi favorita: Monoceros, el unicornio. Me dijiste que si quería creer en él, podía. Que lo importante en la vida era lo que creía, no lo que otros pensaran. Cuando miramos el cielo, solo vemos las estrellas. Pero también podemos ver formas mágicas: centauros, águilas, dragones, unicornios… Ahora sé que hay otras cosas detrás de las apariencias. Y eso es gracias a ti. Espero que estés mejor, estés donde estés. Siempre pensaré en ti y sé que volveremos a estar juntas. Te quiero”. 

Porque esta historia de Lionel/Lola es la de muchos. Y aunque la sociedad avanza en la integración y respeto a las personas transgénero, queda mucho camino aún por recorrer. Esperemos que menos que de aquí a las estrellas.

 

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