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sábado, 25 de junio de 2022

Cine y Pediatría (650) “Madres verdaderas”, la madre de Hiroshima

 

La cultura de Japón es diferente a la occidental. También su cine y como éste aborda los dilemas a los que nos enfrenta la vida. Y un buen ejemplo lo tenemos en el director más prolífico en Cine y Pediatría, Hirokazu Koreeda, con su particular manera de presentarnos la infancia y la familia. Hoy conoceremos a Naomi Kawase, directora de cine y escritora cuya obra gira en torno a los aspectos íntimos de la vida, la búsqueda de los orígenes y de la identidad. Con su primer largometraje, Suzaku (1996), se convirtió en la cineasta más joven premiada de la historia del Festival de Cannes cuando ganó el Premio Cámara de Oro. Luego llegarían otras, como El bosque del duelo (2007) o Una pastelería en Tokio (2015), quizás su película más conocida. Y hoy presentamos su última obra, Madres verdaderas (2020), película que representó a Japón como candidata a Mejor película internacional en los Óscar y que está fundamentada en la novela de Mizuki Tsujimura. 

Es Madres verdaderas un drama intimista sobre dos madres – y dos historias – conectadas entre sí: una madre adoptiva y otra madre biológica que quiere recuperar a su hijo. Una nueva visión de la adopción y el sentido maternal, que se suman a otras ya revisadas, bien con los valores positivos de En buenas manos (Jeanne Herry, 2018) o con la crítica de La adopción (Daniela Féjerman, 2015), bien a través de la historia real de Vete y vive (Radu Mihaileanu, 2005) o de la animación de Color de piel: miel (Laurent Boileau, Jung Henin, 2012), adopciones deseadas en La pequeña Lola (Bertrand Tavernier, 2004) y forzosas en Listen (Ana Rocha, 2020), entre otras muchas.     

Madres verdaderas nos presenta a los Kurihara, un matrimonio feliz que busca tener un hijo, pero no puede. Tras intentar diferentes posibilidades para conseguir ese hijo, deciden recurrir a una asociación de adopción. La pérdida, el origen familiar o la identidad son algunos de los temas presentes y que conectan con las propias experiencias de la directora, quien fue adoptada en su niñez. Allí donde regresa el dilema entre “nature or nurture”, sobre quién es nuestro verdadero hijo, alguien con el que pasamos todo nuestro tiempo o alguien con el que compartimos la sangre. 

Esta película intimista se nos narra a través de dos historias y con diversos flashbacks. Inicialmente conocemos a Satoko Kurihara (Hiromi Nagasaku), a su esposo Kiyokazu (Arata Iura) y al hijo de 5 años, Asato. Un salto temporal retrocede para contarnos los años previos de búsqueda de la maternidad. Y el dictamen ginecológico: “Cabe la posibilidad de que usted sufra azoospermia”, ante lo cual Kiyokazy, con esa forma de afrontar los problemas en el país del sol naciente, le dice a su esposa: “Satoko, las posibilidades de quedarte embarazada podrían ser nulas…Por tanto, considera el divorcio como una opción”. Intentan el camino de diversos métodos de reproducción asistida, mientras continúan sus vidas. Pero la posibilidad de tener un hijo biológico sigue en sus mentes, aunque intenten no hablar de ello. Un programa de televisión les reactiva la posibilidad de la adopción, en una agencia que se publicita como que no son los padres los que encuentras a los hijos, sino que son los niños y niñas los que encuentran a sus padres y la mejor familia. Y entre los cerezos en flor continúan sus dudas y asistimos a una agencia de adopción con la calidad y calidez de una sociedad como la japonesa. Y las condiciones de esta son tajantes: se puede elegir el nombre, pero no el sexo, y la condición es que uno de los progenitores adoptivos deje el trabajo para cuidar al niño. Y ante esta experiencia con otras familias adoptivas, Kiyokazu toma una decisión: “Quiero formar una familia, me alegra haber venido”. 

Y cuando les dan el bebé recién nacido en adopción, desde la agencia les dicen si desean conocer a la madre biológica. Y allí conocen a Hikari (Aju Makita), a quien le expresan: “Tú lo trajiste a este mundo y te estamos muy agradecidos”. Y de nuevo la historia salta a la actualidad, donde los Kurihara reciben una llamada: “Le llamo porque quiero recuperar a mi hijo…Si no me lo devuelven, páguenme. Si no, no les dejaré en paz y contaré la verdad a sus amigos, a sus vecinos, al colegio y a él también”

A partir de aquí conocemos la historia de Hikari y como, tras un noviazgo con un compañero de clase, llega el embarazo no deseado a sus 14 años, y es la madre la que dice llorando al ginecólogo: “Pero si tan ni siquiera ha tenido el periodo… Una niña no puede criar a otro niño”. Y los padres de Hikari encuentran en la agencia de adopción la mejor solución, en contra de ella misma: “No te arruines la vida, hija”. Hikari acude a un centro situado en una isla cercana a la ciudad de Hiroshima donde convive en un centro con otras jóvenes embarazadas para llevar adelante su gestación en la mayor privacidad posible, separadas de su entorno para evitar la vergüenza familiar y donde son preparadas para ser vientres de alquiler y dar en adopción a sus hijos a otras familias. Hikari regresa sin su hijo y sumida en la tristeza y con una idea en mente: “Tengo un hijo. Vive en un lugar de por aquí”. Ante la incomprensión familiar, regresa a la casa de acogida de Hiroshima. Es allí donde la trama se enreda, y su historia se cruza con la de los padres adoptivos. 

Dos historias paralelas: la de Hikari, la madre biológica, y la de Satoko, la madre adoptiva. Y en el encuentro de ambas, entre la madre que le dio a luz y la madre que le ha criado, leen la carta que Hikari dejó para su hijo a Sotoko en su primer encuentro: “Querido chiquitín. Siento no poder vivir contigo, pero nunca te olvidaré. Esté donde esté pensaré en ti y pensaré cuántos años tienes. Te deseo una vida muy feliz. Hikari… Por favor, no me borres”. Y entonces Satoko le dice al hijo: “Asato, ella es tu mami de Hiroshima”. Un final quizá solo posible en una cultura como la japonesa. Donde entre nubes, cielo, mar y cerezos en flor, la expresión más repetida es ”Lo siento”

Quizás no es Madres verdaderas la mejor película de Naomí Kawase, pero sí recrea uno de los asuntos esenciales de su universo fílmico, la maternidad y sus diferentes pesos emocionales y frustraciones mediante un relato cruzado y tramado alrededor de tres personajes clave: un niño, su madre adoptiva y su madre biológica. Y donde lo turbulento se transforma en sosiego. Como un cerezo en flor.

 

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