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sábado, 13 de enero de 2024

Cine y Pediatría (732) “El regreso” de la figura paterna

 

Actualmente, los festivales de cine de clase A son 15: Berlín (Alemania), Cannes (Francia), Venecia (Italia), San Sebastián (España), Moscú (Rusia), Karlovy Vary (República Checa), Locarno (Suiza), Varsovia (Polonia), Tallin (Estonia), Shanghái (China), Tokio (Japón), Goa (India). Montreal (Canadá), Mar Del Plata (Argentina) y El Cairo (Egipto), Como se puede observar, Europa predomina con nueve festivales, frente a los tres asiáticos, dos americanos y uno africano. Dentro de esta agrupación, los más destacados son Berlín, Cannes y Venecia, festivales en los que cualquier director de cine soñaría participar. 

Y hoy vamos a recordar algunas películas que ya tienen en su haber el León de Oro, el máximo galardón del Festival Internacional de Cine de Venecia, y que tienen a la infancia, adolescencia y familia como santo y seña: Juegos prohibidos (René Clement, 1952), La infancia de Iván (Andrei Tarkovsky, 1962), Adiós, muchachos (Louis Malle, 1987), Ni uno menos (Zhang Yimou, 1999), El círculo (Jafar Panahi, 2000), Las hermanas de la Magdalena (Peter Mullan, 2002), Roma (Alfonso Cuarón, 2018) y El acontecimiento (Audrey Diwan, 2021)        

Y a estas ocho películas premiadas, hoy sumamos una más: El regreso (Andrei Zvyagintsev, 2003), la ópera prima de su director y que llega desde Rusia, como cuatro décadas antes lo hiciera un compatriota suyo con La infancia de Iván, el gran referente del cine ruso, Andrei Tarkovski. Y ambos directores no solo comparten nombre, sino también su fascinación por el poder simbólico y fotogénico del agua, elemento omnipresente en la película El regreso, una gran película (no fácil de interpretar) de irresistible fuerza emocional sobre el amor, la pérdida de los afectos y el ingreso en la edad adulta. Porque la vida de dos hermanos (que se llaman Iván y Andrei, otro guiño) se ve sacudida de pronto por la aparición de su padre, que sólo recuerdan por una vieja fotografía de hace 10 años

El regreso comienza con unos niños saltando desde una alta torre al mar. Pero Ivan (Ivan Dobronravov), el hermano menor de Andrei (Vladimir Garin), no se atreve, Los demás lo dejan solo en la altura y su madre viene a buscarle: “Si me echo atrás me llamarán cobarde y gallina”. Y tras esa escena inicial, nos adentramos en otro viaje iniciático de este otro Iván, que va de esta torre sobre el agua a un trágico final en otra torre sobre la tierra. Y la historia se narra en cuatro días, de lunes a jueves. 

En aquel lunes la bella madre (Nataliya Vdovina) dice a sus dos hijos que el padre (Kostantin Lavronenko, quien encima se parece a Anatoli Solonitsyn, actor fetiche de Tarkovski) ha vuelto. Y ese regreso les trastoca, pues solo le recuerdan por una vieja fotografía de hace una década, cuando Iván era solo un bebé. La primera cena familiar es puro silencio y miradas. Y el padre hace brindar a todos con vino, también los niños. Y en la noche los hermanos le pregunta a su madre: “¿De dónde ha salido?”. Porque la vida de dos hermanos sufre un brusco cambio y no entienden dónde ha estado tanto tiempo y por qué ha vuelto ahora. Los chicos intentarán encontrar la respuesta a sus preguntas en una peculiar road movie de reencuentro con el padre, donde la agreste belleza de los ríos, lagos y bosques del norte de Rusia añade una peculiar dimensión a este revelador drama humano. 

Pero la convivencia es complicada, con un padre severo que pregunta a un inconforme Iván: “¿Te da vergüenza llamar “padre” a tu padre?”. Y la tozudez de Iván es respondida con dureza por el padre y el niño le grita: “Dime, ¿por qué viniste? ¿Para qué nos has traído contigo? ¡No nos necesitas! Estábamos bien sin ti, con mamá y la abuela”. Finalmente llegan a una isla desierta en medio de un lago, y ello tras un complicado viaje, remando bajo la tormenta. No entienden por qué están allí, pero comprenden menos por qué el padre les trata con tanto crudeza, incluso abofeteando a Andrei, momento en el que Iván, con un cuchillo en mano, le amenaza: “Basta, ¡aléjate de él! Podría quererte si fueras distinto, pero eres de lo peor. ¡Te odio!” No te atrevas a torturarnos ¡No eres nadie!”. Y en la huída sube a esa otra torre, y el padre le persigue y todo se precipita… 

En un final, que cabe no desvelar, se nos presenta una sucesión de fotos en blanco y negro de los dos hermanos, bajo peculiar banda sonora de Andrey Dergatchev, y en la última foto aparece la foto recuerdo del padre. 

Y es que el lenguaje visual de El regreso, con la impresionante fotografía de Mikhail Krichman, impacta incluso sin necesidad de comprenderla. Porque esta película no solo se enriquece de Andrei Tarkovski, sino que es posible visualizar otras referencias, desde pictóricas (la primera y la última imagen del padre emulan la perspectiva de "Cristo Muerto", la obra maestra de Andrea Mantengna) hasta otras cinematográficas, de Carl Theodor Dreyer (la escenas del de la cena) a Theo Angelopoulos (otro gran fan de la fotografía del agua), de Roman Polanski (por su capacidad de crear tensión claustrofóbica en espacios abiertos) a Michelangelo Antonioni (con una historia que emula La Aventura, película que el propio Zvyagintsev confiesa que le cambió la vida). 

Es El rechazo el itinerario de dos adolescentes con su padre reencontrado, con quien viven de forma concentrada todo el proceso de adoración-rechazo-destrucción-aceptación de la figura paterna. Un viaje de descubrimiento interior enmarcado en la relación de los personajes con su entorno cuya comprensión absoluta siempre nos resultará inabarcable. Así es el regreso de un padre con el trasfondo de la tundra rusa…

 

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