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sábado, 9 de marzo de 2024

Cine y Pediatría (739) “La consagración de la primavera” para la discapacidad y el sexo

 

En su larga vida, el compositor Igor Stravinski compuso una gran cantidad de obras clásicas abordando varios estilos como el primitivismo, el neoclasicismo y el serialismo, pero es conocido mundialmente sobre todo por tres obras de uno de sus períodos iniciales, el llamado período ruso: “El pájaro de fuego” (L'Oiseau de feu, 1910), “Petrushka” (1911) y “La consagración de la primavera” (Le sacre du printemps, 1913), tres obras solicitadas por el empresario Serguéi Diáguilev para los Ballets Rusos. Y hoy nos centramos en la última, una obra que describe la historia sucedida en la Rusia antigua alrededor del rapto y sacrificio pagano de una doncella al inicio de la primavera, la cual debía bailar hasta su muerte a fin de obtener la benevolencia de los dioses al comienzo de la nueva estación. Una obra innovadora en el ritmo, la melodía, la armonía y orquestación, quizás su primera obra claramente rupturista que, por la dificultad de su audición (especialmente para los oídos acostumbrados a los compases barrocos, neoclásicos y románticos), puede considerarse para el oyente como una obra inicial de la música clásica del siglo XX. Así es “La consagración de la primavera”, motivo de inspiración, también para el título de una reciente película española, también rompedora por la temática y su abordaje: La consagración de la primavera (Fernando Franco, 2022), un triángulo de personajes que nos muestran una realidad bastante oculta, cual es visibilizar la sexualidad en las personas con capacidades diferentes. 

Aborda este tema el sevillano Fernando Franco, con una larga trayectoria como montador, y que se ha introducido en la dirección a través del cortometraje y también el videoclip (del grupo Vetusta Moral y de Javier Corcobado). Su ópera prima en el largometraje fue La herida (2013), alrededor de la vida personal y laboral de una joven trabajadora social, y luego llegó Morir (2017), inspirada en la novela homónima de Arthur Schnitzler, una historia con escasos diálogos donde el cáncer trunca la estabilidad de una pareja feliz. Temas para pensar que se repiten ahora en esta su tercera película, La consagración de la primavera, aclamado drama intimista. 

Laura (Valèria Sorolla), adolescente de 18 años mallorquina que llega a estudiar Química en una universidad de Madrid y reside en un Colegio Mayor religioso, se nos presenta como una chica tímida y retraída y no cómoda con el ocio de sus iguales, pues no bebe, no fuma ni ha probado otras drogas, no le gustan las discotecas, más bien le agobian. Intenta adaptarse a su vida universitaria mientras lidia con sus inseguridades. De una forma casual – y quizás algo forzada en el guion – conoce a David (Telmo Irureta, en un papel que le valió el Goya a mejor actor revelación), un joven con parálisis cerebral y tetraparesia espástica, dependiente en su silla de ruedas, y quien vive con su madre Isabel (Emma Suárez). A partir de aquí se establece un triángulo muy particular, cuando Laura descubre que David y su madre luchan para que se sepa las personas con parálisis cerebral no son asexuados y que tienen las mismas necesidades que todos en este importante tema. Isabel le explica que ha tenido que recurrir a prostitutas y asistentes sexuales para que acompañen a David, y que hasta ella ha llegado a masturbarle. Es poco después cuando Laura toma una decisión muy particular: ser la asistente sexual de David. Y mientras le masturba, él le pregunta: “¿Me puedes abrazar?...¿estás bien?”. Y al salir de la habitación, Isabel le pregunta: “¿Cómo te ha ido?, ¿te has sentido cómoda?...Porque David está encantado, pero lo importante es que tú te sientas bien”

Con gran respeto e intimidad por ambas partes, pasan los días y se repiten los encuentros en la habitación de David, todos los jueves. “Desde que vienes, se le nota más feliz”, dice Isabel; y también Laura se siente más feliz. Y en sus encuentros les gusta escuchar música juntos y entre las distintas melodías una que oímos es “La consagración de la primavera”, con ese guiño al supuesto sacrificio ritual que nuestra joven virgen, Laura. Y ese final con las palabras de David: “No vas a volver”. 

Y es así que esta película valiente está llena de matices y virtudes, aunque circule al filo del rechazo y la entrega entusiasta de quien aprecie la osadía de hablar de lo invisible, pero necesario. Y todo ello con dos interpretaciones de bandera de dos jóvenes que se desnudan, física y emocionalmente: Valèria Sorolla venía con bagaje actoral en series de televisión; y Telmo Irureta, cuya vida en sí es de película y sobre una silla de ruedas (a los dos años una encefalitis le provocó sus graves secuela), ya había protagonizado cortos, monólogos y obras de teatro, pero tras este papel ha tenido gran impacto mediático. Y todos recordamos sus palabras al recoger el Goya: “Nosotros también follamos”. Porque el caso de Telmo Irureta es uno más de aquellos actores con discapacidad o capacidades diferentes que han sido premiados, y recordamos algunos otros nombres: Harold Russell (amputación ambos brazos) en Los mejores años de nuestras vidas (William Wyler, 1946), Marlee Matiln (sordera) en Hijos de un Dios menor (Randa Haines, 1986), Pablo Pineda (síndrome de Down) en Yo, también (Álvaro Pastor, Antonio Naharro, 2009), Jesús Vidal (miopía grave y ceguera ojo derecho) en Campeones (Javier Fesser, 2018), o Troy Kotsur (sordera) en CODA: Los sonidos del silencio (Sian Heder, 2021).   

No es la primera vez que la parálisis cerebral es protagonista en una película de Cine y Pediatría, y recordamos obras como Mi pie izquierdo (Jim Sheridam, 1989), Las llaves de casa (Gianni Amelio, 2004), Con todas nuestras fuerzas (Nils Tavernier, 2013), o uno de las cuatro historias de Camino a la escuela (Pascal Plisson, 2013). Pero en La consagración de la primavera, además, nos adentra con sentido y sensibilidad a la sexualidad de las personas con parálisis cerebral.   

 

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