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sábado, 2 de abril de 2022

Cine y Pediatría (638): “Libertad”… divino tesoro

 

El premio más codiciado de todo festival de cine es el de Mejor película. Y así ha sido también en los Premios Goya. Un galardón que ha viajado en su primera edición de El viaje a ninguna parte (Fernando Fernán Gómez, 1986) a la número 36, con El buen patrón (Fernando León de Aranoa, 2021). En este recorrido las películas que han obtenido mayor número de premios Goya son: Mar adentro (Alejandro Amenábar, 2004) con 14 estatuillas (de 15 candidaturas), ¡Ay, Carmela! (Carlos Saura, 1990) con 13 estatuillas (de 15 candidaturas), Blancanieves (Pablo Berger, 2012) con 10 estatuillas (de 18 candidaturas) y La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014), con 10 estatuillas (de 17 candidaturas). Y los directores que más veces han obtenido el premio Goya a la Mejor película son Pedro Almodóvar (con 4 galardones) y Alejandro Amenábar (con 3 galardones). Por otro lado, los directores noveles que han conseguido con su ópera prima el Premio a la Mejor película son Agustín Díaz Yanes (por Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, 1995), Alejandro Amenábar (por Tesis, 1996), Achero Mañas (por El Bola, 2000), Raúl Arévalo (por Tarde para la ira, 2016) y Pilar Palomero (por Las niñas, 2021). Las cinco también obtuvieron el Premio al Mejor director novel. 

Y algunas de estas películas forman parte ya de la familia de Cine y Pediatría, y hoy, como prolegómeno a la película que hoy nos convoca, las recordamos por orden cronológico: El Bola (Achero Mañas 2000),  Los otros (Alejandro Amenábar, 2001),  Camino (Javier Fesser, 2008),  Pan negro (Agustí Villaronga, 2010),  Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba, 2013),  La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014), y  Las niñas (Pilar Palomero, 2020).  Y también recordamos otras películas que consiguieron el premio de Mejor director novel: Alas de mariposa (Juan Bajo Ulloa, 1991),  Familia (Fernando León de Aranoa, 1997),  Eva (Kike Maillo, 2011),  A cambio de nada (Daniel Guzmán, 2011), Verano 1993 (Carla Simón, 2017),  Carmen y Lola (Arantxa Etxebarría, 2018) y la ya enunciada  Las niñas (Pilar Palomero, 2020). 

Y la película que hoy nos convoca cierra ese repóquer de directoras de cine españolas que se han llevado el Goya a Mejor director novel de forma consecutiva: Carla Simón por Verano 1993 (2017), Arantxa Echevarría por Carmen y Lola (2018), Belén Funes por La hija de un ladrón (2019), Pilar Palomero por Las niñas (2020) y este año Clara Roquet por Libertad (2021), quien también es guionista. 

Es Libertad una película llena de matices, pausada y sin subrayados, una historia que se desarrolla en verano en el chalé familiar de la familia Vidal con vistas a ese Mediterráneo de la Costa Brava, un guion entrelazado entre cinco mujeres: Ángela (Vicky Peña), la abuela asolada por el Alzheimer; su hija Teresa (Nora Navas, quien se alzara con el Goya a Mejor actriz de reparto), quien sufre ese deterioro de su madre y se nos insinúa en un matrimonio a la deriva; la nieta mayor Nora (María Morera), la adolescente de 14 años que es eje central de la historia, reclusa de sus miradas a todo lo que le rodea, a la deriva entre los juegos de niños que le parecen ridículos y las conversaciones de los adultos que le aburren; Rosana (Carol Hurtado), la solícita criada colombiana; y Libertad (Nicolle García, quien fuera nominada a actriz revelación), su hija pródiga, adolescente de 15 años que regresa tras muchos años sin ver a su madre, pero cuyo pensamiento no es otro que volver a irse. La llegada de la rebelde y magnética Libertad se convierte en la puerta de entrada a un verano distinto para Nora, y la forja de una amistad desigual (con esa diferencia de clase) le hace plantearse aspectos distintos a la zona de confort de la casa familiar, descubriendo aspectos de una libertad que añora y necesita. Como la libertad que quizás también necesitan el resto de mujeres protagonistas, cada una atrapada en su mundo e historia. 

“Yo me siento muy agobiada aquí. Necesito irme”, le dice Libertad a Nora. Y a través de diálogos y escenas pausadas y muy corrientes transcurre la historia y el verano, apostando por la fuerza (y la magia) de la sencillez al narrar este especial y pausado (como una tarde de estío) coming of age. Y en la fiesta de verano en honor a la abuela Ángela, esta realiza una premonitoria despedida en medio del guateque: “Me tengo que ir”. Y el final del verano llega y aboca en un final de matiz tan sencillo como la propia película, mientras suena la canción “Si supieras” de Manoella Torres. 

Y es que de nuevo, como ocurriera en otra reciente historia en Cataluña en un verano – hablamos de Verano 1993 – esta historia, con un lúcido retrato de la adolescencia y las diferencias de clase, también tiene mucho de autobiográfica. Y lo desarrolla sin estridencias, quizás una de sus virtudes. El contraste entre una Libertad criada por su abuela en Colombia, sin referentes paternos y con una independencia marcada por las escasas restricciones impuestas, y una Nora sumergida en un entorno protector de una familia acomodada en Cataluña. Y, tanto la chica emigrante como la burguesa, descubrirán algo cuando la vida adulta que acompaña al fin de la inocencia se abre paso en lo que dura un verano. 

Y Clara Roquet se apoya en la buena dirección de estas actrices, algunas veteranas, otras noveles. Y nos regala Libertad - rodada en Barcelona, Blanes, Lloret de Mar, Sitges, Vilanova i la Geltrú y Sant Andreu de Llavaneres -, una nueva aportación de esta estimulante ola de cineastas españolas. Una lúcida película sobre un verano que expira y una nueva conciencia que emerge: “Hemos sido muy felices aquí todos estos veranos, ¿verdad?”, pregunta Ángela a su hija. Y al igual que hemos recordado Verano 1993, no podemos olvidarnos de otra historia en otro verano lleno de conflictos y con las mujeres como epicentro: La inocencia (Lucía Alemany, 2019), con esa adolescente interpretada con brillantez por Carmen Arrufat, como aquí María Morera desprende naturalizada y sutileza. 

Es Libertad el titulo de esta película que hace referencia al nombre de la adolescente emigrante, pero que también juega con ese retrato sobre la libertad, término manipulado hasta la náusea y que cambia de significado según la clase social a la que pertenezcas, y al género y edad que se tenga. Una historia sutil llena de verdad y de realidad, en una sociedad que reflexiona sobre el concepto de libertad en un entorno económicamente complicado. Una ráfaga de aire fresco al cine español que los Premios Goya no han pasado por alto.

 

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