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sábado, 12 de agosto de 2023

Cine y Pediatría (710) “La pasión de Augustine” y por el cine de Quebec

 

La provincia de Quebec es, históricamente, parte del ser canadiense, aunque siempre diferenciada por su francofonía. Tal particularidad se refleja en cada ámbito de la vida quebequense y tal es el caso del cine, uno de sus productos culturales de gran envergadura a través de la cual la sociedad refleja parte de la realidad social e histórica. Asimismo, le sirve para diferencia su propia cultura de otras que se localizan en el resto de Canadá. 

Y podemos recordar algunos directores vinculados al cine de Quebec, como Denys Arcand (Jesús de Montreal, 1989; Las invasiones bárbaras, 2003; La caída del imperio americano, 2018) o Denis Villeneuve (Incendies, 2010; La llegada, 2016; Dune, 2021). También otros que ya forman parte de la familia de Cine y Pediatría, como Jean-Marc Vallée (C.R.A.Z.Y., 2005; Café de Flore, 2012; Alma salvaje, 2014), Xavier Dolan (Yo maté a mi madre, 2009; Mommy, 2014), Philippe Falardeau (Profesor Lazhar, 2011), Anaïs Barbeau-Lavalette (Inch’Allah, 2013), Louise Archambault (Gabrielle, 2013), Philippe Lesage (Los demonios, 2015) o nuestra directora de hoy, Léa Pool, de quien ya hemos hablado en La mariposa azul. En busca de un sueño (2004) y Mamá está en la peluquería (2008). Desde Canadá también llega el cine del gran Atom Egoyan (El dulce porvenir; 1997; El viaje de Felicia, 1999; Condenados, 2013) o del polémico David Cronenberg (Videodrome, 1983; Inseparables, 1988; Crash, 1996), pero su cine no se encuadraría dentro del cine de Quebec. 

Léa Pool es una cineasta afincada en esta región de Canadá, si bien nació en Suiza de padres europeos. Ella ha hecho tándem con la actriz de Québec, Céline Bonnier, en la que ésta ha representado en el papel de madre en dos roles bien diferentes. En Mamá está en la peluquería (2008) es la madre que abandona a su marido y tres hijos en aquel verano que ya fue inolvidable para ellos, retrato de las infancias zarandeadas por las rupturas matrimoniales. Y en nuestra película de hoy, La pasión de Augustine (2015) es la madre superiora de una congregación de monjas en un internado educativo de niñas de familias con dificultades en aquel Quebec de la década de los 60, una apasionada de la música clásica y de la docencia musical. 

Es La pasión de Augustine una historia quizás otras veces vista con retazos en la línea de Profesor Holland (Stephen Herek, 1995), Música del corazón (Wes Craven, 1999), Los chicos del coro (Christophe Barratier, 2004), Maroa (Solveig Hoogesteijn, 2004) o  El coro (François Girard, 2014), y también de las películas ya comentadas GabrielleProfesor Lazhar, allí donde las piezas musicales que la acompañan (Mozart, Bach, Beethoven, Scarlatti, Chopin, Purcell,…) contribuyen a que fuera todo un éxito de taquilla en Canadá. Un nuevo canto al valor de la docencia y, especialmente, de la docencia musical en la formación de los alumnos y sus valores. No es de extrañar la afirmación de una de las monjas: “Si Dios le debe algo a alguien es a Bach. No me queda duda”

La revolución cultural y social empieza a tomar forma en aquella década en la conservadora ciudad de Quebec, con los cambios propios de la política y también de los cambios en la Iglesia que está provocando el Concilio Vaticano II. Y estos cambios van a afectar también la Congregación del Sagrado Corazón, tal como les advierten: “Nuestra congregación se enfrenta a una enemigo formidable: el Estado, que recupera el control de la educación. Si queremos que la congregación sobreviva, hay que reformarla”. Y dos hechos cambian el devenir de los acontecimientos en el internado: la llegada de un nuevo piano Steinway & Songs y la incorporación de Alice (Lysandre Ménard, joven actriz y música canadiense), la sobrina de Augustine, con más capacidad para la música que para la disciplina. 

Los cambios que se devienen hacen que sean cuestionadas y peligre la supervivencia de la congregación. Pero Augustine, sus hermanas y las alumnas lucharán por salvar la escuela con lo que es su mayor valor: el amor que han cultivado por la música. Pero ni el apoyo que buscan en la prensa y la radio o la modernización de sus hábitos, evitan lo inevitable. Y la pieza final de piano, el “Tristesse” de Chopin, se convierte en el colofón que sirve de cura para las pérdidas que tía y sobrina, Augustine y Alice, acaban de sufrir. Y sentimos que regresan las palabras de Bach: “Es la forma especial de la música la que es capaz de mover el corazón”… y la que puede cambiar las vidas.

 

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