miércoles, 2 de septiembre de 2020

Vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro, versión COVID-19

 


En la comparecencia del día 27 de agosto del Ministro de Sanidad, Salvador Illa, se le vio perder su estudiada parsimonia y tono conciliador cuando hizo referencia a esos padres que llevan a su hijo enfermo al colegio, tal como se aprecia en el vídeo adjunto. Pero creo que le faltó definir lo que es “enfermedad” en ese hijo. 

Todos entendemos lo que es una enfermedad moderada-grave, también los padres (fiebre elevada, vómitos incoercibles, diarrea profusa, insuficiencia respiratoria con mal estado general, decaimiento general con mal aspecto y falta de apetito, convulsiones, etc.), quienes en esas ocasiones todos dejaran a sus hijos en casa y consultaran por ello. Pero me temo que la “enfermedad” a la que se pueda referir, según el protocolo de “sospecha de COVID” del documento Guía de actuación ante la aparición de casos de COVID-19 en centros educativos del 27/08/2020, es a un “cuadro clínico de infección respiratoria aguda de aparición súbita de cualquier gravedad que cursa, entre otros, con fiebre, tos o sensación de falta de aire”, pero también “odinofagia, anosmia, ageusia, dolores musculares, diarreas, dolor torácico o cefaleas, entre otros”, pues todos ellos pueden ser considerados también síntomas de sospecha de infección por SARS-CoV-2 (pág. 3 del documento). 

Según esto, cualquier presencia (y gravedad) de fiebre, tos, diarrea, dolor de garganta o dolor de cabeza (cinco motivos que suponen a buen seguro las tres cuartas partes de consultas en Atención Primaria y Urgencias de Pediatría) implicará la no asistencia a clase, la permanencia en casa de los padres (si trabajan, muchos deberán dejar de hacerlo para estar con sus hijos en casa, porque no lo van a dejar con los abuelos que son grupo de mayor riesgo) y entiendo que lo razonable será la consulta a un centro sanitario. El profesional sanitario, según el protocolo (y máxime si se conoce que los niños asintomáticos también pueden cursar con el coronavirus), le pedirá una PCR (salvo criterio clínico contrario, lo cual es lo razonable, pero ya no lo más habitual) y con ello se activará todo el protocolo de aislamiento de la familia hasta conocer resultado y todo el protocolo derivado y publicado. No dudo que la febrícula (entre 37 y 38ºC) vaya a ese cajón de sastre y con la misma dinámica, al menos en lo que se refiere a poder acudir a clase, pues dudo que pasen el control de temperatura. 

Así que cualquier niño que tenga fiebre (y febrícula), tos, diarrea, dolor de garganta, dolor de cabeza, según la guía de actuación (y como demuestra el enfado del ministro) mejor que no vaya a clase, aunque sea leve, aunque haya comenzado al levantarse, aunque pueda ser transitorio (como lo ha sido hasta ahora en su mayoría y los padres avisaban al colegio que lo vigilaran). Y cada mañana, cada familia tendrá que reprogramarse, porque cualquier niño o niña puede acostarse bien y se despierta tosiendo o con unas décimas, o con dolor de barriga y haya ido al baño un poco suelto, o parece que me duele la frente. Lo de toda la vida, vaya. Pero ahora, ojo, que con la dinámica de culpar a la ciudadanía de la mala cabeza (en este caso a esos padres irresponsables,… que lo debimos ser todos en algún momento) seremos condenados del desastre sanitario que asola España en esta crisis de la COVID-19. “¡Cómo no vamos a ir mal si los padres actúan así!”. Por si nos falla la memoria, durante el confinamiento - uno de los más severos del mundo - la ciudadanía española tuvo un exquisito cumplimiento de las normas y tuvimos las peores estadísticas de todo el mundo, se cuente por donde se cuente. Es decir, en abril, mayo y junio fuimos ejemplares y la gestión sanitaria de la crisis un desastre (no vale la pena recordar todos los aspectos en lo que se llegó tarde, mal y nunca). Y en julio y agosto parece que nos hemos desmadrado (la ciudadanía me refiero, porque la política sigue igual de mal y algunos de vacaciones). Será la “caló”… u otro virus, vaya usted a saber, lo que nos ha afectado el sentido, pero muchos no lo interpretamos así. El caso es que yo viajo y viajo y viajo, y no he visto ninguna actitud incorrecta nunca por parte de la ciudadanía y a cualquier edad. Esas actitudes incorrectas las conozco por los periodistas amarillistas que van a la mala anécdota, al escabroso detalle y crean la falsa sensación de que lo puntual es lo general: pero de ellos ya hemos hablado, y de las conclusiones precipitadas de que eso será el motivo de por qué seguimos igual de mal que al principio respecto a la gestión (cuando todos eramos muy cumplidores). Demos una vuelta a este punto y reflexionemos sobre eso sesgo de información.  

El Sr. Illa, con su intervención abajo adjunta, ve la paja en el ojo ajeno (los padres inconscientes) y no ver la viga en el suyo (una gestión muy mejorable). Reproduzco sus palabras a esos “padres irresponsables”, y hago suyas las frases para dedicarle este simulacro de lo que debiera ser el respeto a la Sanidad Pública, en todos los ámbitos, pero más en la mayor crisis sanitaria que recordamos.  Desde el respeto a su trabajo y desvelos, que no los dudo (como los del Dr. Fernando Simón, demasiado omnipresente, demasiado solo), sugiero revisar el texto en este contexto:

“Quiero decir, vamos a ver. Estamos como estamos. No concibo que un presidente o una presidenta nombren a un filósofo/político sabiendo que no está en condiciones para llevar el Ministerio de Sanidad, poniendo en riesgo la salud de su hijo y del resto de la ciudadanía que está trabajando. Francamente no lo concibo. De todo hay, pero no lo concibo. Por tanto, vamos a ver si somos todos un poco serios. Porque si no esto no tiene solución, vamos a ver… ¿A quién se le puede ocurrir nombrar a un filósofo/político sabiendo que no reúne condiciones para un Ministerio de Sanidad, cuando hay un conjunto de profesionales que permiten tomar otras decisiones más adecuadas? Siendo además el propio país. Vamos, si hay que sancionar esto… en fin”. 

Porque el Sr. Illa, filósofo de formación y político de profesión, padece el efecto Dunning-Kruger, pero de tanto actuar ya no lo recuerda.  Porque ya está bien de echar balones fuera e insinuar que la culpa viene de esa ciudadanía incívica (que los hay, como en todo, pero baste recordar que teniendo movimientos antivacuna en España, nuestro país lidera las tasas de vacunación en población infantil... luego los malos resultados no son por una causa única).

En otoño-invierno, los virus de siempre (virus respiratorio sincitial, virus de la gripe, rinovirus, muchos otros… y también, cómo no, el omnipresente coronavirus entre ellos, pero a muy menor escala) asolarán los domicilios y las escuelas de fiebre (febrícula), tos, diarrea, dolor de garganta, dolor de cabeza y otros supuestos considerados como “sospecha de COVID-19”. Por cierto, cada niño o niña menor de 5 años se conoce que tendrá entre 14 y 17 procesos al año de esos cinco procesos antes referidos, por lo que según protocolo, precisará entre 14 y 17 PCR al año y entre 14 y 17 periodos de de aislamiento con sus familias, bien hasta conocer el resultado de la prueba o de al menos dos semanas si la prueba es positiva. Y cabe conocer que ayer el Gobierno anunció que los padres solo podrán coger baja si su hijo da positivo en coronavirus, pero si el menor tiene que estar en su domicilio en aislamiento (pendiente del resultado de la PCR) o cuarentena de dos semanas por ser contacto estrecho de un positivo, o si se cierra el colegio, solo tendrán derecho a reducción de jornada y preferencia en el teletrabajo (siempre que sea posible, que será la menos de las veces). 

Que la situación es complicada, lo sabemos todos. Pero con lo que conocemos que ocurre todos los años en otoño-invierno con las enfermedades infantiles y con los protocolos actuales de actuación frente a la COVID-19, mantener la dinámica de las escuelas, de la vida familiar y de los trabajos será muy complicado. Y la culpa no será de los padres. Los padres bastante van a tener cada día para saber lo que pueden hacer con sus hijos, con su trabajo y con su vida. 

Y cabe dejar dos preguntas concretas, extensibles a la co-gobernabilidad de las Comunidades Autónomas, pues sería importante que fuera igual para todos: ¿quién ocupará el cargo de “coordinador Covid” en los colegios, un profesor o un sanitario – en este caso, sin duda, en la figura de la tan demanda enfermera escolar -? y ¿para hacer una realidad los “grupos burbuja” de convivencia estable y reducidos, cómo se va a duplicar la plantilla de profesores necesarios para ello? 

Porque todos somos responsables de vencer esta pandemia. Pero insisto, no todos somos responsables en la misma medida. No sigamos desviando el foco del problema y el foco de atención.

1 comentario:

Judith dijo...

Este año nos lo vamos a pasar pipa los papas... entre la responsabilidad, la necesidad de trabajar, la preocupacion por la salud de los hijos y el cargo de conciencia...