sábado, 13 de abril de 2019

Cine y Pediatría (483). “Captain Fantastic” y los hijos de Noam Chomsky


¿Quién es Noam Chomsky? En su biografía se indica que es un lingüista, filósofo, politólogo y activista estadounidense, actualmente un nonagenario profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Aunque es uno de los grandes lingüistas del siglo XX, su figura destaca principalmente por ser el teórico de la izquierda más importante de Estados Unidos, uno de sus más importantes pensadores, quien destaca por su fuerte crítica al capitalismo contemporáneo. Y hacemos esta reseña, pues una frase de Noam Chomsky ("Si asumes que no hay esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que hay un instinto hacia la libertad, entonces aún hay posibilidades de cambiar las cosas") domina una reciente película comercial. Pero no solo ese pensamiento, sino también su figura se convierte en el epicentro de un relato cinematográfico en el que incluso se celebra el día Noam Chomsky antes que la Navidad. Nos referimos a la película Captain Fantastic (Matt Ross, 2016), un film extraño y extraordinario, distópico y utópico, que aborda problemáticas contemporáneas y afilados discursos teóricos a través de un relato familiar con esencia de fábula moral. 

La escena inicial nos pone sobre la pista. Un joven caza un antílope en lo que es su bautizo de niño a hombre. Allí intuimos a un padre y sus seis hijos e hijas que viven en un bosque y sobreviven en la naturaleza mediante el autoaprendizaje. Un padre que les educa en todas las materias, también en la cultura, donde les manda leer e interpretar libros esenciales para su vida, desde “Lolita” a “Los hermanos Karamazov”, desde la Constitución de Estados Unidos al Manifiesto comunista de Marx y Engels. Una madre ausente - pero presente - que pronto descubrimos, tras una llamada de teléfono, que estaba enferma – descubriremos luego que sufría un trastorno bipolar - y se ha suicidado mientras estaba hospitalizada junto a su familia. Y el padre dice a su fratria: “Seguiremos viviendo de la misma forma. Somos una familia”. Porque estos padres hace muchos años que decidieron vivir dentro de la naturaleza y educar a su descendencia fuera de esa civilización corrupta por un sistema capitalista. Es decir, criar a los hijos al margen de la ciudadanía, del capitalismo y de los poderes fácticos, una crianza sin relación alguna con tus congéneres, enseñándoles ellos mismos cultura e historia, matemática y filosofía, idiomas y política, supervivencia física e intelectual. 

Y es así como este padre, Ben Cash (un Viggo Mortensen totalmente diferente en su papel y en su físico al que nos ha regalado en la oscarizada Green Book - Peter Farrelly, 2018 - ), se constituye en una mezcla conceptual de dos libros míticos: “La desobediencia civil” (1848) de Henry David Thoreau y la “La llamada de la naturaleza” (1903) de Jack London. Y la película en una mezcla Captain Fantastic una mezcla de dos películas con sabor independiente: Hacia rutas salvajes (Sean Penn, 2007) y Pequeña Miss Sunshine (Valerie Faris y Jonathan Dayton, 2006),  donde se atisba en la mitad del metraje una especie de “road movie”, pero no en coche o en furgoneta, sino en un enorme autobús descatalogado, lo que la hace más bizarra. Porque este padre y sus seis hijos de nombres únicos en el mundo e imposibles (Bodevan, Kielyr, Vespyr, Rellian, Zaja, Nai) viven una utopía de vida demasiado idílica para ser realidad, con un día a día dividido entre entrenar su físico (corren por el bosque, escalan en las montañas, cazan y pescan,…), entrenar su supervivencia (visten con pieles de animales y se orientan por las estrellas) y entrenar su intelecto (en política, ciencias y artes, también en idiomas, principalmente el esperanto). Por ello cuándo uno de los pequeños le pregunta, “Qué es cole?”, el padre le responde: “Agua envenenada”. Y también viven esa utopía de amor montados en ese autobús con un solo objetivo: salvar a la madre de ser enterrada en un funeral de una religión en la que no cree. 

Y en ese viaje se sorprenden de la obesidad de las personas que viven en la ciudad (a las que ven como enfermas), de la falta de cultura de los jóvenes, ahogados entre videojuegos y nuevas tecnologías. Y nosotros nos sorprendemos de cómo Ben explica a sus hijos temas como las relaciones sexuales o la muerte de su madre. O también de cuando nos lee los últimos deseos de su esposa, en el momento del funeral: “En caso de que muera, yo, Leslie Abigail Cash, como budista, deseo ser incinerada. Mi funeral, si tiene lugar, deberá ser una celebración del ciclo de la vida con música y baile. Después, es mi deseo expreso que mis cenizas sean trasladadas en un lugar cualquiera, preferentemente público, donde mis cenizas, de forma rápida y sin rituales, sean tiradas al váter más cercano”. 

No es de extrañar que, en algún momento, hasta sus hijos empiecen a dudar del padre y de la vida que han elegido para ellos. Bodevan, el mayor, que ha sido admitido en diversas universidades del país y ha renunciado a ellas le dice: “¡Soy un bicho raro por tu culpa! No sé nada sobre nada…”. Rellian quiere abandonar la vida de su padre e irse a vivir con los abuelos maternos. Vespyr sufre una accidente al caer del tejado en lo que bien pudiera considerarse un torpe requerimiento del padre. Y aunque en una carta su esposa le escribe “Que mis hijos lleguen a ser reyes filósofos me hace indescriptiblemente feliz”, Ben finalmente no quiere seguir arruinando la vida de sus hijos y les dice: “Ha sido un error. Precioso, pero un error”. 

Y por ello el padre se afeita y sus hijos le siguen de vuelta en el autobús, ya con el cadáver de la madre a la que incineran frente al mar con un rito de música y canciones, cumpliendo así su último deseo. Y ese final alrededor de un desayuno en la nueva granja familiar, ya cercanos a la civilización, y esperando que llegue el autobús escolar. Y los consejos del padre a Bodevan, que toma el camino de su vida: “Cuando te acuestes con una mujer, sé amable y escúchala, aunque no la quieras. Di siempre la verdad. Toma el camino honrado. Vive cada día como si fuera el último. Sé aventurero, sé osado, pero saboréalo, pasa rápido. No te mueras”

Captain Fantastic ofrece una crítica a la sociedad estadounidense en busca de construir un hipotético mundo mejor que aquél en el que vivimos. Pero quizás la vida tiene un propósito muy claro: la supervivencia, pero nunca solos, siempre juntos, donde el extremismo y la intolerancia no son buenos compañeros de viaje. Pero quizás la película acompaña al espectador al quid de la cuestión: desprenderse de lo innecesario y lo superfluo para poder encontrar lo esencial, y así trabajar por la vida que queremos. No en vano viene la cita de Noam Chomsky, una suerte de Papá Noel para los Cash: “Si asumimos que hay un instinto por la libertad, entonces habrá una oportunidad para cambiar las cosas”

Es Captain Fantastic una odisea particular para reflexionar. Y, de paso, conocer a Noam Chomsky. Y pone sobre la mesa una necesaria reflexión sobre el sistema educativo más adecuado para que los jóvenes salgan adelante, así como los límites del maltrato infantil (aún con la mejor de las intenciones). A partir de ahí nos queda decidir si seguimos celebrando la Navidad o el "Noam Chomsky Day".

 

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