sábado, 24 de octubre de 2020

Cine y Pediatría (563). “El niño que domó el viento”, una gota en el mar de las hambrunas


Un adolescente de 14 años de Malaui, por nombre William Kamkwamba, logró salvar a su pueblo en el año 2001 de una de las recurrentes hambrunas en ese país. Inspirado en un libro titulado “Using Energy”, este joven inventó un sistema de captación de energía eólica, lo que posibilitó bombear agua para el cultivo de alimentos en la sequía. Lo hizo construyendo un molino de viento sirviéndose de una simple bicicleta, de las partes oxidadas de un viejo tractor y de los manuales básicos de ingeniería que encontró en la biblioteca de su escuela, de la que sería expulsado cuando su familia de agricultores dejó de poder pagarla. Y esta historia real se hizo conocida mundialmente por su invención entre la precariedad, especialmente a través de una conferencia TED. Y en el año 2007, ya a los 19 años, logró volver a estudiar y se doctoró en Dartmouth, una de las universidades de la exclusiva Ivy League (una de las ocho universidades de élite estadounidenses con connotaciones de excelencia académica, selectividad en las admisiones y elitismo social, donde también se encuentran las universidades Brown, Columbia, Cornell, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale). Y Kamkwamba decidió recoger esta increíble historia en un libro autobiógrafico en el año 2009, “The Boy who Harnessed the Wind”, coescrito con el periodista Bryan Mealer, y que se constituye en una inspiradora historia sobre el poder de la imaginación y la fuerza de la determinación. Y fue una década después cuando se estrenó la película El niño que domó el viento (Chiwetel Ejiofor, 2019), distribuida por la todopoderosa Netflix. 

Y es este actor inglés, Chiwetel Ejiofor, un ejemplo más de actor devenido en director, y que conocemos especialmente por su nominación al Oscar por 12 años de esclavitud (Steve McQueen, 2013) y que debutara por otra interpretación relacionada con la esclavitud en Amistad (Steve Spielberg, 1997), quien se atreve a plasmar esta historia y libro en la gran pantalla. Y en El niño que domó el viento no solo se encarga de la dirección, sino también del guión y de interpretar al padre de nuestro protagonista. Los hechos nos trasladan a la hambruna de Malaui del año 2002, una de las peores hambrunas como consecuencia de la peor cosecha de maíz desde 1949, y que es conocida como la hambruna de Bakili Muluzi, por ser este el nombre del presidente del país en aquel momento y su mala gestión. Pues la política y los políticos son uno de los grandes males que asola África, verdadera plaga de dictaduras y corrupciones, sin atisbos de conseguir una democracia real y madura. 

La película es narrada en cuatro partes, cuyo nombre se expresa en español, en chichewa (idioma oficial de Malaui) y en inglés: Siembra (Kufesa/Sowing), Cosecha (Kukolola/Harvest), Hambruna (Njala/Hunger) y Viento (Mphepo/Wind). Y es que esta película es un ejemplo más de por qué toda película debe visionarse en su versión original subtitulada, pues en ella se mezcla sin solución de continuidad el chichewa y el inglés. 

William Kamkwamba (Maxwell Simba) vive con sus padres Agnes y Tryndell y dos hermanos (una hermana mayor, Annie, y un lactante), en un poblado agrícola con pocos medios, pero donde la enseñanza se nos muestra como importante. Una escuela de la que es expulsado, pese a su interés por acudir y su pasión por aprender, pues sus padres no pueden pagarla. Y la preocupación del Prof. Kachigunda, prometido de su hermana, es clara: “Muchos alumnos se van por culpa de la cosecha. Podrían cerrar la escuela. Aquí no nos queda nada”. Y donde la hambruna se suma a una tierra ya maltratada por la explotación de la industria tabaquera, con tala sistemática de árboles y la posterior desertización y facilidad para inundaciones. 

Y llega la hambruna y sus consecuencias para la población, donde se pelean entre ellos por conseguir grano o la poca comida que reparte el gobierno. Y las conversaciones en la familia rondan sobre esta grave situación. Y el padre les dice: “Podemos comer una vez al día. Habrá que decir cuándo”. Y la madre comenta sobre el padre: “Se está matando de hambre. Se está matando de hambre por no privar a los niños de comida”. Y en la necesidad surge el intelecto, y en principio nadie cree en la idea de William: “En Estados Unidos hacen electricidad con el viento. Y con ella haremos agua. Haremos un molino de viento. Primero uno pequeño para ver si funciona…”. Pero al final el padre confía en él y también sus amigos, y le ayudan a conseguir el milagro de obtener el agua del viento.

Emocionante el proceso. Emocionante la película. Y que termina con el personaje real de William Kamkwamba: “A William se le concedieron becas para que terminara la escuela en Malaui y para que estudiara en la African Leadership Academy de Sudáfrica. Después se licenció en Estudios Medioambientales en Darmouth College, USA. Agnes y Tryndell siguen viviendo en Wimbe. El primer y posteriores molinos que William construyó garantizan electricidad y cosecha a lo largo de todo el año. Annie nunca pudo ir a la universidad. Sigue casada con Mike Kachigunda. Tienen cuatro hijos y visitan Wimbe a menudo”. Y el dicho malaui: “Ngati Mphero Yofika Korse / Dios es como el viento, lo toca todo”

Y es que para entender la magnitud de la proeza de William Kamkwamba, hemos de ponernos en situación: una infancia en Malaui, un país africano dominado por la superstición, donde todos temen el poder del hechicero; una subsistencia sometida a las inclemencias meteorológicas y a las corrupciones habituales de la mayoría de los gobiernos, que echan al traste la cosecha del año y condenan a la familia, y al pueblo entero, a la hambruna; una educación inaccesible para la mayoría de los niños, que no pueden pagar las tasas; una existencia sin electricidad, que les obliga a depender de las lámparas de queroseno, que los asfixian, y de la madera, a kilómetros de distancia y cada vez más escasa… Y en medio de tanta penuria, un niño capaz de cambiar el destino de su familia y de su país gracias a su curiosidad e ingenio. Y con esta pequeña gran historia, la revista Time incluyó a Kamkwamba entre las “30 personas menores de 30 años que cambiaron el mundo”. 

Porque El niño que domó el viento es una bellísima película, real y extraordinaria como la vida misma. Y una oportunidad para conocer de primera mano lo que son las hambrunas, algo que en este primer mundo de sobrepeso nos suena a ciencia ficción. La ONU define la hambruna cuando al menos el 20% de los hogares de una zona se enfrentan a una grave falta de alimentos, las tasas de malnutrición superan el 30% o mueren al día por hambre dos o más personas por cada 10.000. Y para conocer su importancia basta recordar las mayores hambrunas del último siglo: Unión Soviética 1930-5 (hasta 8 millones de personas murieron como resultado del programa de industrialización masiva de Josef Stalin), China 1958-61 (entre 10 y 20 millones de personas murieron como resultado del Gran Salto Adelante de Mao Zedong, con una política errónea), Camboya 1970-9 (una década de conflictos y hambre con un saldo de 2 millones de muertes), Etiopía 1984-5 (1 millón de fallecidos y esta fue la hambruna que originó el famoso concierto Live Aid promovido por Bob Geldof), Corea del Norte, 1995-9 (más de 3 millones de fallecidos por una combinación de inundaciones y políticas gubernamentales erróneas), Somalia, 2011-12 (que mató a 260.000 personas). 

Y por ello El niño que domó el viento no solo nos recuerda una bella historia de superación e ingenio, sino que se convierte en un toque de atención para no olvidar que las hambrunas pueden matar más que una pandemia vírica. Y aunque esta historia solo es una gota en el mar de las hambrunas, bien vale la pena  recordarla.


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