sábado, 29 de enero de 2022

Cine y Pediatría (629) “El club de los cinco”, estereotipos adolescentes y símbolo generacional

 

La escritora inglesa Enid Blyton formó parte de la infancia de muchos los que hoy leemos este post, pues ella nos regaló una serie de libros bajo el título de “Famous Five” (y que en España se conoció como “Los Cinco”), un total de 21 títulos publicados a lo largo de las décadas de 1940, 1950 y 1960, en donde un grupo de dos chicos (Julián y Dick) y dos chicas (Jorgina y Ana), en compañía del perro Tim, ejercen como detectives ante numerosas situaciones en las que se combina el misterio y la aventura. 

Y utilizando el mismo número, cinco, en la década de 1980 apareció una película de culto y verdadero símbolo generacional que formó parte de la adolescencia de muchos: The Breakfast Club, que en España se tituló como El club de los cinco (John Hughes, 1985). El culto no solo fue a la película, al tratar, de forma bastante genérica y atemporal, los problemas alrededor de la adolescencia, sino a sus actores (especialmente a Molly Ringwald, quien tras esta película se convirtió en la chica más adorada del mundo) y a su canción principal, el tema “Don´t You (Forget About Me)” de Simple Minds, que llegó a ser una sintonía generacional. 

En el comienzo de El club de los cinco suena la canción “Don´t You (Forget About Me)”. Y en ese momento se remarca esta frase de David Bowie: “...Y estos niños sobre los que escupís mientras intentan cambiar sus mundos, son inmunes a vuestras consultas. Son muy conscientes de por lo que están pasando…” Un buen prolegómeno para esta película ochentera, con música ochentera y adolescentes universales. Y donde aparece la fachada del Shermer High School (lo que nos sitúa en el estado de Illinois) y una fecha: sábado, 24 de marzo de 1984. 

Y es ahí cuando conocemos que cinco estudiantes de secundaria (nuestro bachiller de entonces) - dos chicas y tres chicos – han sido castigados, por diversos motivos no especificados, a pasar el sábado en la biblioteca de su instituto, al parecer una práctica no ajena en los Estados Unidos. Tienen nueve horas para pensar en lo que hicieron, y así les dice un profesor (Paul Gleason): “Mediten sobre lo equivocado de sus conductas… Vamos a probar un método nuevo. Escribiréis un ensayo. No menos de mil palabras con las que describirán quiénes quieren ser”. 

Y durante el metraje posterior vamos conociendo a cada uno de ellos, que pertenecen a distintas clases sociales y tienen poco en común. Cada uno de los cinco parece reflejar un estereotipo adolescente: Brian (Anthony Michael Hall), el alumno ejemplar con excelentes notas y pocos amigos, quien conoce lo que es el acoso escolar; Claire (Molly Ringwald), la chica popular, snob y engreída, esa pija atrapada en su burbuja; John (Judd Nelson), el rebelde inadaptado en perenne conflicto con los adultos, con una familia complicada y poco amor por el estudio; Allison (Ally Sheedy), la rara que no tiene amigos, excéntrica solitaria y mentirosa silenciosa; y Andrew (Emilio Estevez), el estudiante y deportista ejemplar. En las horas de convivencia se van conociendo y superan sus diferencias al descubrir que comparten problemas, dificultades y frustraciones en las relaciones con sus padres y con la sociedad, y ello mientras desafían juntos la autoridad de ese cínico profesor encargado de vigilarlos. 

Y todo ocurre durante esas pocas horas y en las aulas del instituto. La parte inicial, donde cada uno saca los alimentos del almuerzo, es bastante significativa, pues es una forma indirecta de describir a cada uno de los adolescentes. Y entre conversaciones y conflictos van intimando y conociéndose. Y sus discusiones alternan con sus bailes (destacar ese número musical con la canción “We Are Not Alone” de Karla Devito) o cuando fuman marihuana y se desinhiben en sus sentimientos, y descubrimos que todos tienen una mochila detrás, con sus problemas personales y familiares: “Vamos a ser como nuestros padres… Cuando llegas a mayor se te muere el corazón” llegan a pensar. Esa es la originalidad de la película, sus diálogos universales y el entorno musical ochentero. 

Y finaliza con la misma canción de Simple Mind mientras los chicos salen del instituto una vez finalizado el castigo. Y los que eran unos desconocidos ahora son algo más amigos, y escriben esta carta dirigida al profesor: “Querido señor Vernon: Aceptamos que merecemos pasar un sábado castigados por portarnos mal. Pero está usted loco al forzarnos a escribir un ensayo sobre quiénes somos. Usted nos ve como quiere vernos. La definición más conveniente sería que hemos sacado en limpio lo que hay en cada uno de nosotros: un cerebro, un atleta, una irresponsable, una princesa y un criminal. Atentamente, le salud el Club de los Cinco”. Y ellos (y nosotros) se cuestionan respecto a lo que sucederá el próximo lunes por la mañana, con el dilema de si se saludarán en el pasillo o si se perderá la amistad de este peculiar sábado en el instituto. 

Y con esta aparente sencillez, esta película se convirtió pronto en mito popular y más tarde en genuino tótem del subgénero de la comedia y el drama adolescente, en el que encontró una serie de recursos expresivos de la que se nutrieron creadores más o menos radicales, como Todd Solondz con Bienvenidos a la casa de las muñecas (1995), Alexander Payne con Election (1998) o Wes Anderson con Academia Rushmore (1998), entre otros. Y es que se considera que esta es la mejor película del director John Hughes, la única que parece respirar una vocación de auténtico clásico del cine norteamericano, realizada antes de que se dedicara a producir películas del estilo Solo en casa (y sus dos secuelas), verdaderos bombazos de taquilla de los 90. Pero en El club de los cinco encuentra su fuerza en los diálogos y de ellos hace su motor, casi teatral, y en el que introduce algunos interludios musicales para un planteamiento con cierta moraleja: el que todos somos fruto de nuestra clase social y nuestra educación y, por supuesto, un vivo reflejo de esos padres que no solamente nos han educado, sino que no han contagiado sus miedos y sus frustraciones. 

John Hughes, como director o guionista, convertiría a Molly Ringwald en la adolescente más famosa de los 80 mediante una trilogía de películas: Dieciséis velas (1984), El club de los cinco (1985) y La chica de rosa (1986). Y ella influyó en aquella llamada generación X (esa cohorte demográfica que sigue a los “baby boomers” y que precede a los “millennials” o generación Y) y que la convirtió en la chica más conocida del momento, si bien Molly Ringwald terminó precozmente su carrera a los 18 años, el día que John Hughes dejó de hablarle sin darle explicaciones. Un reinado breve e intenso, como características propias de la misma adolescencia. 

El club de los cinco es una entrañable película juvenil que, para algunos críticos, ha sido el mejor ejemplo de cine sobre adolescentes que se haya hecho. Quizás sea una afirmación osada para mantenerla actualmente, dada la enorme profusión de películas alrededor de este tiempo de nuestras vidas, y ya conocéis que desde Cine y Pediatría hace tiempo que reivindicamos la adolescencia como género cinematográfico. Nuestra película de hoy se nutre de diálogos y de buena elección musical, acorde al carácter juvenil de la cinta y al ímpetu algo anárquico de estos cinco estudiantes. Es posible que hoy en día la película haya envejecido algo, pero en su momento fue todo un símbolo generacional. 

Y es así como ese número cinco ha marcado tiempos pasados de nuestra vida: la infancia con las novelas de la británica Enid Blyton, la adolescencia con esta película del estadounidense John Hugues. Y hoy lo rememoro…con los  cinco sentidos.


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