sábado, 4 de abril de 2015

Cine y Pediatría (273). “Insensibles”, el dolor como metáfora


La Insensibilidad congénita al dolor con anhidrosis o CIPA (del inglés: Congenital Insensitivity to Pain with Anhidrosis) o Neuropatía Hereditaria Sensitivoautonómica de tipo IV (HSAN, del inglés: Hereditary Sensory and Autonomic Neuropathy) es una enfermedad muy rara (1 caso por cada 125 millones de recién nacidos, principalmente descrito en Japón y de ahí la denominación también como síndrome de Nishida), de herencia autosómica recesiva provocada por daños en las vías nerviosas aferentes (que transmiten la información de entrada al sistema nervioso central) encargadas de transmitir la información sensorial correspondiente al dolor y a la temperatura. CIPA está causada por mutaciones en diversos genes, principalmente en el gen NTRK1 (del inglés: Neurotrophic Tyrosine Receptor Kinase). 

Una persona con CIPA es incapaz de sentir dolor y de detectar temperaturas extremas, tanto frío como calor. Por tanto, un paciente con CIPA presenta varios de los siguientes síntomas: episodios repetidos de fiebre, falta de sudoración, imposibilidad de detección de dolor y temperaturas extremas, heridas en la cavidad bucal, propensión a tener infecciones en los huesos, lesiones en las extremidades por automutilación y también pueden asociar retraso mental. La mayoría de estos pacientes no suelen alcanzar la edad de 10 años. 

Estaba claro que una enfermedad de estas características era una enfermedad propicia a su reflejo en la pantalla. Series televisivas de gran éxito internacional como Anatomía de Grey o House han tratado en alguno de sus episodios el tema de la insensibilidad al dolor, y para ello nos ha mostrado historias que dejan ver la dificultad que supone hacer frente a esta enfermedad. Y en la gran pantalla también cabría mencionar como la famosa trilogía "Millenium" de Stieg Larsson también contaba, en su segunda novela y película, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Daniel Alfredson, 2009), con el personaje de “el gigante rubio” que tenía rasgos de esta enfermedad, aunque con otras características fantasiosas. O la aparición de Renard, el malo de James Bond en El mundo nunca es suficiente (Michael Apted, 1999), aunque en este caso, la analgesia era atribuida a una bala alojada en el cerebro. 

Pero si alguien ha dado valor argumental al CIP, con las licencias creativas propias del cine, pero con bastante aproximación, ha sido la película española Insensibles (Juan Carlos Medina, 2013). Un thriller de misterio y personajes que guardan oscuros secretos del pasado, en una historia de terror y dobles lecturas sobre los oscuros secretos del pasado que a su vez guarda la sociedad española desde la Guerra Civil. Un sólido debut de Juan Carlos Medina, aunque aquejado de algunos excesos de guión, no infranqueables. 

David (Àlex Brendemühl) es un reputado neurocirujano al que descubren que padece un mieloma múltiple por una serie de análisis efectuados tras un accidente de tráfico. Necesita un trasplante de médula para sobrevivir y, en la búsqueda de donantes compatibles, intenta encontrar a sus padres biológicos. En ese camino va a tener que enfrentarse a una serie de informaciones sobre su propia vida que jamás habría sido capaz de imaginar y que se desencadenan porque se ocultan tras un velo de silencio y misterio. En esa búsqueda descubrirá que en los Pirineos, durante la Guerra Civil Española, un grupo de niños sufría un extraño y por entonces desconocido mal: eran niños insensibles al dolor físico y tenían las características propias de CIPA. 
Película con presente y pasado. El pasado nos traslada a un pequeño pueblo pirenaico donde muchos niños son insensibles al dolor, a cualquier tipo de dolor (el prólogo de la película ya impacta y pone la materia temática al descubierto). Niños que van a ser encerrados en un hospital psiquiátrico (porque se les considera un peligro para los demás y para ellos mismos) localizado próximo a Canfranc, y cuyas historias del pasado se cruzan con la historia del presente de David. 

Y todo ello con una puesta en escena que combina elementos de dos películas españolas de Agustí Villaronga: Tras el cristal (1987), por su ambiente siniestro y perturbador, y Pan negro (2010), por su perfume de posguerra rural. Y de nuevo la Guerra (y postguerra) Civil Española como ámbito propicio para el relato fantástico o el cuento gótico de terror: dos soberbias fantasías de Guillermo del Toro (El espinazo del diablo -2001- y El laberinto del fauno -2006-), la reciente El bosque (Óscar Aibar, 2012) o una obra de arte como El espíritu de la colmena (Victor Erice, 1973) dan buena fe de ello.

Pero es Insensibles una película que, apoyada en una enfermedad (aquí la definida como CIPA), fundamenta su argumento en el valor de la paternidad. Es la relación padre-hijo la que verdaderamente hace girar la rueda argumental y en los flashbacks que van desarrollando la historia de los niños parece plantearnos preguntas del tipo: ¿puede enseñarse qué es el dolor aunque no pueda sentirse?, ¿es el sufrimiento lo que nos permite desarrollar empatía hacia los demás? Y algunas de estas preguntas se pueden centrar en uno de esos niños, Benigno, quien llega a convertirse en Berkano, un personaje monstruoso.
Quizás Insensibles se comporta como una metáfora y como un símil a la memoria histórica de cómo la insensibilidad física o moral puede conducir a la creación de monstruos. Y la sentencia: "No remuevas el pasado. El pasado no existe"

 

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