miércoles, 12 de julio de 2017

La posverdad, la ciencia... y el "tótum revolútum"



Hay palabras que aparecen como de la nada y se hacen presentes en nuestras vidas sin saber cómo ni por qué (ni por qué no): pasó con selfie, luego también con la ciclogénesis, y ahora estamos con la posverdad. 

Esta semana pasada, en el encuentro de la XII Jornada MEDES, la postverdad apareció por doquier. Tal es así, que la Real Academia Española registrará en diciembre este sustantivo, que se usó por vez primera en español en 2003 y las políticas de Trump han popularizado. Posverdad (o mentira emotiva) es un neologismo que describe la situación en la cual, a la hora de crear y modelar opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales. 

Quizás todo empezó en la política, donde se denomina política de la posverdad a aquella en el que el debate se enmarca en apelaciones a emociones desconectándose de los detalles de la política pública y por la reiterada afirmación de puntos de discusión en los cuales las réplicas fácticas -los hechos- son ignoradas. Se resume como la idea en “el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”. Para algunos autores la posverdad es sencillamente mentira, estafa o falsedad encubiertas. Pero lo más importante (y preocupante) es que esta postverdad se está extendiendo más allá de la política, y afecta muchos otros campos y, entre ellos, también a la ciencia. 

Muchas reflexiones están surgiendo al respecto. Pero recogemos algunas que enfrentan a la posverdad y a la ciencia, en concreto las ideas que nos compartía hace unos meses María Blasco, directora del CNIO, y que fue una columna que tituló como "La ciencia contra las mentiras de la posverdad". Nos recordaba que el desprecio por la evidencia científica parece estar cobrando adeptos. 

Una serie de artículos en la revista Nature, una de las más prestigiosas del mundo de la investigación, denunciaba recientemente el peligro de la posverdad –el neologismo acuñado para definir las afirmaciones falsas de Donald Trump– para el avance de la ciencia y de la humanidad. La ciencia nos enseña a defendernos de las mentiras, de los datos falsos, de las manipulaciones y, en definitiva, de las tinieblas. La luz del conocimiento, y lo que es aún más importante, el reconocer que no sabemos todo y que tenemos que seguir haciéndonos preguntas y seguir buscando respuestas, es lo que ha hecho que avance la humanidad por el camino más justo e igualitario. Así, la actitud científica y la ciencia son un bien común, que trasciende a los complicados detalles de las investigaciones que ocurren en los laboratorios y que nos enseña un camino intelectual, el de la racionalidad, y un camino ético y moral, el del respeto por otras ideas y la flexibilidad de dar un paso atrás cuando no estamos en lo cierto. Sin embargo, esto que parece tan de sentido común, que parecía tan sólido en nuestra cultura, se tambalea a favor de mentiras, de manipulaciones de la realidad. Y conviene estar avisado y prevenido. Cualquiera puede mentir, y si lo hace con suficiente convencimiento, da igual si es cierto o no, lo importante es que guste a cuanta más gente mejor. Esto abre la puerta a los abusos, y empodera a algunos ciudadanos y dirigentes irresponsables. 

A pesar de las muchas falsedades utilizadas por las campañas del Brexit en el Reino Unido a millones de votantes no pareció importarles su falta de compromiso con la verdad, dándoles la victoria en las elecciones. Donald Trump dice, y no es el único, que el cambio climático no existe, y hay muchos que eligen creerle, aunque tal afirmación no tenga ninguna base empírica. Otros venden falsos remedios para tratar enfermedades y algunos (por desesperación) recurren a ellos poniendo en peligro sus vidas. Otros hablan de teorías conspiranoicas frente a las vacunas, no importa cuál y cómo, todas son sospechas de tener su "jardinero fiel" detrás.

La única forma de combatir esta posverdad es por medio de la ciencia. Entre los valores más importantes de la ciencia y de la investigación está cuestionar constantemente prejuicios y fantasías, que, a su vez suelen estar motivados por intereses particulares y casi nunca nobles. La ciencia nace pues en oposición a los mitos, nos recordaba María Blasco.

Como nos recuerdan editoriales sobre este tema, no estaríamos recordando hoy los grandes avances que se realizan cada día en la lucha contra el cáncer si los Griegos no hubiesen cuestionado a sus dioses y no hubiesen realizado las primeras autopsias para averiguar las causas de muerte de las personas. Gracias a estas autopsias, descubrimos que no eran las caprichosas criaturas mitológicas llamadas Parcas las que cortaban el hilo de la vida de los humanos y determinaban la muerte de cada individuo sin previo aviso, sino que existían las enfermedades, como el cáncer, que nos mataban. Y ese conocimiento, a su vez, llevó a que quisiéramos averiguar por qué se producían las enfermedades y a intentar evitarlas o curarlas. Y en ello estamos... y debemos mantenernos.

En este sentido, conviene recordar que hace apenas unos años, pocos creían que el sistema inmunológico sería importante para acabar con el cáncer. Afortunadamente, eso no frenó a algunos pocos científicos que creían en esto y que siguieron avanzando y, hoy en día, la inmunoterapia es la gran estrella de la investigación oncológica. Y tenemos nuestro propio ejemplo español con el trabajo pionero de Francis Mójica y Francisco Rodríguez-Valera descubriendo unas repeticiones del ADN de unas bacterias de las salinas de Santa Pola en Alicante. Aunque en su momento interesaron a muy pocos, han contribuido a una de la revoluciones de la biotecnología mundial, el "corta-pega de los genes" o sistema CRISPR-Cas. Y seguro que habrá más sorpresas en el futuro, ése es el poder de la ciencia, pues lo que guía el camino es la evidencia científica y la racionalidad, y ante la evidencia no se pueden interponer mentiras ni engaños; ante la evidencia, cualquier persona con un mínima educación científica se rinde.

A partir de esta aparente incongruencia entre la realidad y lo que se dice de la realidad, se acuñó la palabra posverdad, declarando así que en este nuevo panorama político y social los hechos ya no importan. Pero la posverdad no es algo nuevo. Las mentiras, siempre que estén envueltas en una institucionalidad que les dé una reputación (ya sea en periódicos, páginas de internet, centros de pensamiento, o estudios científicos marginales), crean dudas sobre lo que es verdad y lo que no es, poniendo al mismo nivel verdades y mentiras, y dando la impresión de que existe un debate al respecto. En el contexto actual, con un ciclo de noticias cada vez mas vertiginoso, la inmediatez y la fragmentación de comunidades resultante de las redes sociales, la posverdad surge de la dificultad del público general para distinguir entre lo que es verdad y lo que no es.

Y las redes sociales parecen la tormenta perfecta para sembrar la posverdad. Y por eso, también desde la ciencia tenemos que cuidar las redes sociales y declarar bien alto que es posible compartir combinando visibilidad y rigor científico. En fin, "pos estamos" apañados con la posverdad... pero no podemos cruzarnos de brazos, y menos en la ciencia. Y tampoco es bueno que campee a sus anchas por la política, pues eso nos afecta a todos, científicos y no científicos.

Porque la posverdad se convierte en un "tótum revolútum" peligroso. "Tótum revolútum" que quizás pueda servir a los correveidiles actuales de la política, pero que no debiéramos permitir que cruce el umbral de la ciencia. Pues ahí... perdemos todos. 

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