sábado, 17 de agosto de 2019

Cine y Pediatría (501). La mejor cura es la amistad… en tiempos del sida


El cine y el sida han tenido distintos puntos de encuentro. Los encuentros entre el cine y el sida en la infancia son más excepcionales. En Cine y Pediatría hemos podido encontrarlo alrededor de dos películas, una estadounidense, Kids (Larry Clark, 1995) y otra española, Verano 1993 (Carla Simón, 2017). Y también en nuestro primer post, la película coral En el mundo, a cada rato, concretamente en la historia El secreto mejor guardado (Patricia Ferreira, 2004), filmada en la India.

Y hoy recuperamos aquí una película poco conocida, una bonita historia de amistad en tiempos del sida. Su título original es The Cure (Peter Horton, 1995) y cuyas traducciones para España (Que nada nos separe) o para Latinoamérica (El poder de la amistad) nos pone en la pista de por dónde deriva la trama. Un agradable film, que salva con delicadeza una resbaladiza trama sobre lo que implica el sida en un hijo: la lucha, la angustia, el rechazo, el dolor y la muerte. Y que incluso nos permite soportar con dignidad un mensaje de sobras conocido: que la amistad puede ser la mejor medicina.

Dos niños que inician el camino de la adolescencia por diferentes caminos: Erik y Dexter. Son vecinos en una localidad de Minesota y ambos viven solo con sus madres y con sus distintas circunstancias.
Erik (Brad Renfro) tiene 13 años, y acaba de trasladarse a esta localidad tras la separación de sus padres. El chico está desubicado en el nuevo colegio y en un hogar donde la madre se ocupa más de su trabajo que de él. Conoce a su vecino a través de la valla que separa sus casas, un chico más joven que él llamado Dexter (Joseph Mazzello), quien también vive solo con su madre y con su enfermedad, pues está en tratamiento por sida, enfermedad que contrajo a causa de una transfusión de sangre. Todo en Dexter gira alrededor de su amorosa madre Linda (Annabella Sciorra), pues como ya sabemos nadie quiere acercarse a un enfermo de sida por el temor al contagio.

Cuando Erik salta la valla y conoce a Dexter surge poco a poco una historia de amistad, pues ambos encuentran algo que no tienen: Dexter el amigo que le niega la enfermedad, Erik esa madre que le niega la vida, pues Linda se comporta como tal con ambos, y se conmueve de que le quieran, pues quizá es lo que no tiene en su hogar, con una madre separada (no solo del padre, sino de él). Y cuando la madre de Erik conoce que tiene amistad con Dexter, le abofetea diciéndole. “Qué estabas pensando, dime. No es viruela, no es tosferina, es sida. ¿Qué estabas tratando de hacer, matarnos a ambos?”. Y les prohíbe que vuelvan a verse.

Pero Erik se interesa en la enfermedad de su nuevo amigo, sobre todo cuando Dexter le cuenta la preocupación de su madre: “Teme que no encuentren la cura a tiempo”. E inspirado en una película, decide emprender la búsqueda de una cura para el sida. Y para ello, Erik realiza experimentos “científicos” con distintos tipos de dulces y plantas, siendo Dexter el grupo de intervención y Erik el grupo control, y todo lo anota minuciosamente en su cuaderno de trabajo. Y cada infusión que prueba sabe peor que la otra, y Eik le anima: “Mi abuela dice que cuanto pero sabe, mejor es la cura”.

Cuando leen en la prensa que un doctor de Nueva Orleans ha encontrado la cura frente al sida, deciden escaparse y encontrar a este doctor. Y más que una “road movie” se transforma en una “boat movie” a través del río Misisipi. Y el viaje y las circunstancias del mismo hacen cimentar la amistad, mientras esquivan las adversidades del camino: “Mi sangre es como veneno. Es peor que el veneno de una cobra” resulta una amenaza válida para ahuyentar a los adversarios. Pero Dexter comienza empeorar y una pesadilla recurrente que lo atemoriza: perderse en la inmensidad negra del universo y hallarse solo (tal como se sentía antes de encontrar a Erik). A causa del estado de salud de su amigo, Erik se asusta y abandona el plan.

Y de regreso, Dexter es inmediatamente hospitalizado y allí permanece en compañía de su madre y de Erik. Y en la planta de hospitalización de Pediatría juegan a diferentes juegos, incluso la de hacerse el muerto… hasta que ocurrió de verdad. “Nunca debí dejar de intentar buscar la cura”, se reprocha Erik, y Linda le responde: “Lo hiciste. Toda la soledad y tristeza que había en su vida la olvidó. Y la olvidó por ti. Dexter fue muy feliz al tenerte como amigo”.

Y el final se precipita como los sentimientos. Cuando Linda, con lágrimas en los ojos y una rabia incontenible, le dice dos cosas a la madre de Erik: la primera, que el mejor amigo de su hijo había muerto y que Erik iba a ir al funeral (le gustase o no), la segunda, que si volvía a ponerle una mano encima, ella misma se encargaría de matarla. Y luego la escena del funeral y el intercambio de zapatos entre los amigos. Y como Dexter deja el zapato de Erik en el río, para que la corriente lo lleve, simbolizando el nuevo viaje para su mejor amigo. Y todo ello bajo la bucólica banda sonora de Dave Grusin, despidiendo esta sensible película de amistad… en tiempos del sida.

Una amistad entre Erik y Dexter, intepretados con solvencia por los jóvenes Brad Renfro y Joseph Mazzello. Un Brad Renfro que debutó a los 12 años con El Cliente (Joel Schumacher, 1994) y participó en películas como Sleepers (Barry Levinson, 1996) y Ghost World (Terry Zwigoff, 2001), pero una sobredosis de heroína finalizó a los 25 años lo que pudo ser una prometedora carrera de actor y músico. Y un Joseph Mazzello que debutó en Presunto inocente (Alan J. Pakula, 1990), continuó en un par de películas de la serie Parque Jurásico, y también en El inolvidable Simon Birch (Mark Steven Johnson, 1998) - una película con la que guarda un gran parecido nuestra obra de hoy, por unir amistad y enfermedad en la infancia -, La red social (David Fincher, 2010) y donde su última aparición ha sido como bajista de la banda Queen, John Deacon, en el biopic Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018).

Es Que nada nos separe (The Cure) una pequeña gran película que puede haber desapercibida y que reivindica que la mejor cura es la amistad… en tiempos del sida y en cualquier momento. Y que nos recuerda que vale la pena no olvidar esta película, pero sobre todo debemos tener en cuenta que el sida pediátrico no puede ser una enfermedad olvidada. Pues es cierto que desde su aparición en la década de los 90 el sida pediátrico ha llegado a ser muy poco frecuente en los países del Primer Mundo, gracias a los avances en prevención, diagnóstico y tratamiento, pero cabe no olvidar que en los países de baja renta (principalmente en África y Asia) se producen el mayor número de muertes por esta enfermedad: se contabiliza que alrededor de 500 niños mueren cada día en el mundo por sida infantil, unos 200.000 al año. Tal vez la existencia de más de 30 millones de adultos que viven con el VIH/sida en todo el mundo ha eclipsado la epidemia de sida pediátrico, lo que se ha traducido en una menor investigación a estas edades, unos servicios pediátricos insuficientes y unos regímenes de tratamiento antirretroviral inadecuados para ellos. Y en las sociedades de renta baja el sida pediátrico ha pasado a considerarse una enfermedad desatendida u olvidada. Porque sin tratamiento antirretroviral, hasta el 80% de los niños infectados por VIH mueren antes de cumplir los 5 años, con un progresivo deterioro del sistema inmune que les ocasiona infecciones bacterianas de repetición, fallo de medro y afectación neurológica, con una alta carga de morbilidad asociada y mala calidad de vida.

Y, aunque poéticamente en esta película decimos que la mejor cura es la amistad, está claro que la mejor cura en el sida pediátrico es la inversión en investigación y que el tratamiento antirretroviral llegué a todos los niños del mundo. Asimetría que hoy por hoy – y como muchas otras – es una dolorosa realidad.

 

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