miércoles, 26 de agosto de 2020

España y COVID-19: es tiempo de ciencia y buen gobierno. ¡No enfrenten a la ciudadanía!

 

El mundo tiene un serio problema con la pandemia COVID-19. Pero este problema no es igual en todos los países. Hay países que van mal (Estados Unidos, Brasil, México, Gran Bretaña) y países que van bien (Australia, Nueva Zelanda, Japón, Corea del Sur), y también países que no sabemos cómo van, ni lo sabremos (China), aspecto el de este último país que parece increíble que se permita y no tenga una crítica como se merece. 

La mejor o peor situación de cada país no es debido a que los ciudadanos de unos países sean mejor o peor que los de otros, sino a que la gestión de la crisis del coronavirus por los diferentes gobiernos y responsables de sanidad ha sido mejor o peor. De esto no creo que debiéramos tener la mínima duda, aunque quieran convencernos de lo contrario y enfrentarnos entre los ciudadanos por ello. De las maniobras de manipulación masiva nos ha hablado en el tiempo Noam Chomsky y deben ser bien conocidas.  

Y eso nos lleva al caso de España. España no va bien, nada bien. Y, aunque este es un problema en el que todos tenemos que contribuir a superarlo, la lógica es clara: no va bien porque nuestra gestión ha sido incorrecta. Y eso lo dicen los datos relativos (por número de habitantes) de la infección por SARS-CoV-2 en nuestro país: mayor porcentaje de infectados, mayor porcentaje de muertos, mayor porcentaje de ancianos infectados y fallecidos, mayor porcentaje de sanitarios infectados y fallecidos. Estos datos son contundentemente negativos en la evaluación que la Universidad de Cambridge para la primera oleada entre marzo y mayo, al considerar que España fue el país del mundo que peor gestionó la crisis del coronavirus: así lo pone de relevancia un Informe Anual sobre Desarrollo Sostenible que analiza el progreso de 33 países del OCDE y que incluye una clasificación con cinco indicadores que miden el comportamiento de los países al inicio de la pandemia y que está encabezado por Corea del Sur, con una calificación de 0,9 sobre 1. Por el contrario, España se encuentra en la cola de la lista con una nota de 0,39 puntos, junto con Bélgica (0,4), Reino Unido (0,43), Francia (0,46) e Italia (0,49). Ojo, y estos datos tan negativos en la primera oleada es cuando la ciudadanía fue ejemplar en el confinamiento, que no se nos olvide… Y a esta pésima situación sanitaria se suma la pésima situación económica, que nos sitúa como el sufre la mayor recesión de todo el mundo por la crisis del coronavirus.  

Con una crisis sanitaria y económica así, la crisis social está servida. Y con las “4D” que nos asolan (Desgobierno, Descontrol, Desconfianza y Desánimo), el camino al caos está servido. Con el inicio del curso escolar en breve, podremos definir el concepto caos con claridad a las pocas semanas de la misma. Porque no es tiempo de “influencers”, es tiempo de ciencia y buen gobierno. Qué lejos estamos de la coherencia y calma que solicitábamos desde este blog a principio de marzo frente al coronavirus. 

Buscando las causas por las que España encabezó el número de muertes e infecciones en la primera ola COVID-19 en Europa y ahora sigue el mismo camino en la segunda, se han sugerido algunas explicaciones, pero que el autor Alfonso Cuasi analiza como no convincentes: 

1.- España tiene una población más envejecida que otros países europeos. Italia, Grecia, Alemania, Portugal, Finlandia, Bulgaria, Suecia y Letonia tienen un porcentaje de población de más de 64 años mayor que España. Por lo tanto, no parece ser la causa.  
2.- En España hay más precariedad laboral y trabajo sumergido que en otros países europeos. Es una hipótesis muy interesante, pero entre las regiones más afectadas en la primera y segunda olas destacan Madrid, Cataluña y País Vasco, que no parecen compartir las mayores tasas de paro y precariedad. Más bien son las regiones con mayor riqueza, por lo que tampoco parece el motivo.  
3.- España realiza más test diagnósticos de COVID-19 que otros países europeos. Los datos del ECDC muestran que la tasa de test por cada 100.000 habitantes de España es superada por bastantes países europeos. Entre las gráficas de la situación de cada país europeo hay una denominada "weekly testing rate" que muestra el ratio semanal de test por cada 100.000 habitantes.  
4.- Los ciudadanos españoles son menos respetuosos con las normas para la prevención de la infección que los ciudadanos de otros países europeos. Siempre está la tentación de atribuir la responsabilidad de la situación a los ciudadanos, pero ¿hay algún dato que lo pueda apoyar? Seguro que no: somos ciudadanos ejemplares, pero tampoco esencialmente distintos, al menos, a los países del sur de Europa (y el ejemplo de Portugal o Grecia es llamativo, a ellos les ha ido bien). Si la observación del confinamiento fue "ejemplar" por la mayoría de los ciudadanos, no hay muchos motivos para pensar que los mismos ahora se han vuelto tan descuidados. 

No es de extrañar que broten propuestas para mejorar esta crisis desde la espontaneidad de científicos y técnicos preocupados por el problema, que intentan que se les oiga y se cuente con una gestión consensuada para el global del país (con las peculiaridades que pueda aportar la situación de cada Comunidad Autónoma). He aquí una de interés, matizada:  

1. Información uniforme, detallada y transparente. 
Es imprescindible publicar no solo el número de casos positivos de PCR, sino también el número de PCR que se realizan diariamente, el número diario de nuevos hospitalizados en planta y en UCI, e informar, además, de su distribución geográfica por municipios o comarcas, así como por clases de edad. Esa información daría confianza dentro y fuera de España y facilitaría su interpretación epidemiológica. 
Esto es clave. La atención de la prensa y, por tanto, de la opinión pública y de los responsables y políticos está centrada en el número de casos. Eso es incorrecto, porque el número de casos detectados no es solo en función del número real de infectados, sino también del esfuerzo de muestreo, es decir, del número de pruebas, así como de la selección de esas muestras. Ahora se hacen más pruebas que en marzo y se realiza (aunque con muchas variaciones) el trazado de casos que debería haberse hecho al principio de la epidemia. En consecuencia, se detectan más casos. Una forma de corregir ese sesgo es dividir el número de positivos diarios por el número de pruebas realizadas ese día, lo que nos daría una “prevalencia de PCR”. Pongamos el ejemplo de Castilla y León: en marzo, esa prevalencia de PCR era de en torno al 44%, en junio del 0,91% y desde julio viene subiendo alcanzando el 1,13%. Por tanto si con un 44% era la primera oleada, con un 1,13% (aunque ascendente) no sé si es prudente hablar de una segunda oleada en esta comunidad autónoma. Algo diferente ha sido en Aragón o el País Vasco, y de ahí la importancia de la información detallada. 
Además, nos fijamos más en los casos que en los hospitalizados, y puede incluso que los hospitalizados no lo sean por los mismos criterios ahora que antes. Porque en la actualidad, el número de hospitalizados es 10 veces menor que en abril, aunque este dato siempre llama a la prudencia. Similar evolución, por fortuna, ha seguido la gravedad e ingreso en las UCI. Por ello, todos los datos son importantes, muy importantes para conocer la situación con objetiva globalidad. 

2. Mantener las medidas preventivas. 
No queda ninguna duda, pues además es el único recurso que actualmente tenemos para luchar contra este virus: no olvidar las dudas que plantean las pruebas diagnósticas, los tratamientos con baja evidencia científica y la ausencia de vacunas, para dimensionar lo anterior. De ahí que las medidas de prevención continúen siendo las “3M”: metros de distancia física, higiene de manos y mascarilla (al menos a partir de una edad) y que los peligros están en espacios “3C": cerrados, concurridos y cercanos. 

3. Trazado, PCR y aislamiento. 
Es urgente aumentar el esfuerzo en el trazado de contactos y procurar su aislamiento. El esfuerzo actual no es igual en todas las Comunidades Autónomas y resulta francamente mejorable. Los servicios de Atención Primaria merecen apoyo, pues son los más adecuados para este esfuerzo de trazado, que debería integrar a todos los profesionales de la sanidad. Y no olvidar lo que va a suponer estos protocolos de aislamiento para las personas y los trabajos, y más teniendo presente que con el tiempo, casi todos formaremos parte de ese aislamiento, como positivos o como contactos. 

4. Más ciencia y menos ruido. 
Más información científica y técnica y menos “infoxicación” por redes sociales. Más científicos, técnicos, gestores y políticos rigurosos y menos “influencers” (sobre ello hablaremos en breve, pues este tema es delicado). 

5. Cambiar el mensaje. 
Al poner continuamente el acento en los nuevos casos y los rebrotes, proyectamos una imagen negativa de esta enfermedad y somos responsables de la COVIDofobia. La infodemia y la COVIDofobia es una mala combinación, como ya hemos publicado.  Conviene cambiar el mensaje: debería hablarse mucho más de los casos hospitalizados que de los diagnósticos. Si cada vez hay menos hospitalizados, las cosas van mejor. Y si los hospitalizados son menos graves e ingresan menos en las UCIs, las cosas van mejor. En ninguna enfermedad – ni circunstancia de la vida – existe el riesgo cero. Ha habido momentos en el mes de junio el que la mortalidad en carretera ha superado la mortalidad por la COVID-19, y no hemos ido contando cada fallecimiento en carretera ni hemos cerrado las mismas. Y estos datos son importantes: porque actualmente España es de los países que más casos notifican por 100.000 habitantes, pero no está entre los cuatro que reportan más mortalidad en los últimos 14 días (Rumanía, Bulgaria, Luxemburgo y Bélgica). ¿Por qué mirar solo al dato malo? 
Repito: datos globales y no sesgados. El miedo no es un buen método de gestión y para superar la crisis, y menos el amarillismo periodístico. 

En España (y en el mundo) es tiempo de ciencia y buen gobierno. No es tiempo de enfrentar a la ciudadanía por un aspecto de distracción que no se merece, cuando su comportamiento fue (en la primera oleada) y es (en la segunda oleada, con las lógicas excepciones ante las “4D” reinantes) de un cumplimiento a las normas modélico. 

La crisis por la pandemia COVID-19 es responsabilidad de todos. Pero la responsabilidad no es igual para todos. Algunos han sido elegidos para el gobierno y buen gobierno nacional y autonómico. Y cobran por ello. Y ese sueldo no es para que pongan el foco del problema en la ciudadanía, la misma que les paga con sus impuestos. 

La conclusión es clara, por mucho que se utilicen las estrategias ya definidas por Chomsky para desenforcar el problema y sus responsables: unos malos datos en la crisis del coronavirus es responsabilidad de una mala gestión de su gobierno.

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