sábado, 17 de mayo de 2025

Cine y Pediatría (801) “Hijo de Caín”, jaque mate a la maldad

 

Los personajes de Caín y Abel, los dos primeros hijos de Adán y Eva, cuya historia es narrada en el libro del Génesis, no solo es un relato del primer asesinato, sino una alegoría sobre la naturaleza humana (Caín representa la inclinación hacia los celos, la ira y la violencia, mientras que Abel representa la bondad, la humildad y la fe), la elección entre el bien y el mal, así como el pecado y sus consecuencias dentro de la compleja dinámica de las relaciones familiares. Y esta aproximación bíblica nos introduce en la película Hijo de Caín (Jesús Monllaó, 2013), en lo que fue su ópera prima en el largometraje (y hasta el momento la única película que ha dirigido) y que adapta la novela “Querido Caín”, de Ignacio García-Valiño. 

La historia nos presenta a Coral (María Molins) y Carlos (José Coronado), un matrimonio muy bien acomodado que atraviesa una crisis familiar provocada por su hijo Nico (David Solans), un inquietante adolescente superdotado y obsesionado con el ajedrez, que manifiesta un comportamiento poco sociable con su entorno en general y con su padre en particular, con el que prácticamente no tiene ningún tipo de comunicación. Esta situación preocupa a sus padres, que incapaces de resolver el conflicto y alarmados por la escalada de agresividad que comienza a mostrar Nico deciden contratar a un psicólogo icomo última alternativa para ayudar al hijo y evitar enviarlo a un internado. Julio (Julio Manrique), el psicólogo, usará el ajedrez como eje de su terapia, una apuesta arriesgada donde Julio se lo jugará todo convencido de su capacidad para bucear en el interior de Nico y descubrir el origen de su conducta. 

En una de las primeras escenas vemos que Nico tiene en sus manos el libro “El pequeño tirano” de Raymond Gibson, en donde nos acerca al conocido como Síndrome del emperador, la manera en que se define a aquellos hijos que se comportan de forma tirana con sus padres, desafiando su autoridad, exigiendo constantemente y, en algunos casos, siendo agresivos; un síndrome que se caracteriza por una falta de empatía, poca tolerancia a la frustración y una tendencia a dominar la dinámica familiar. Algo que veremos que no será ajeno a nuestro protagonista y por ello los a madre le dice a su marido: “Carlos, Nico no es normal”, a lo que el padre responde: “Tiene 14 años. A ese edad ningún chico es normal”. Pero una serie de hechos hacen más disruptiva la situación en la familia y en las clases, hasta el punto que el director del colegio expresa a sus padres. “Ya era muy extraño de pequeño. Ahora es muy extraño y muy mezquino”

Es en ese momento cuando aparece Julio, y este se intenta ganar la confianza de Nico con una afición común de ambos por el ajedrez. Y así le explica Julio a Nico: “El 11 de mayo de 1997 un ordenador de IBM ganó al campeón del mundo de ajedrez. De seis partidas, el ordenador, que se llamaba Deep Blue, ganó tres y empató una. Aquello fue el final de una época. Hasta ese día se consideraba que el ajedrez era una mezcla entre arte y deporte, una cuestión de inteligencia, de memoria y de talento… Pero la IBM desmanteló Deep Blue y nunca permitió que volviese a jugar. Tenían miedo, miedo al talento”, pues él también fue un gran jugador de ajedrez antes de abandonarlo. Y ajedrez y psicología se unen en la trama, también con la aparición de la niña Laura (Abril García), nueva campeona de España de ajedrez. Y poco a poco Nico y Laura se transforman a ritmo de enroque, apertura española, gambito de dama y defensa siciliana en nuestros modernos Caín y Abel. 

Pero la maldad de nuestro Nico/Caín también se extiende a su familia, y difama a su padre bajo la sospecha de una actitud incestuosa con su hermana pequeña. Pero es algo que conviene no desvelar al espectador por los giros de guion de este thriller en lo que es un jaque mate a la maldad que nos demuestra este adolescente superdotado con una fascinación inquietante por el ajedrez y una personalidad compleja y enigmática. 

Porque Hijo de Caín es una película dura en la que el espectador asiste a la progresiva aniquilación de todos los personajes. Si en la película estadounidense En busca de Bobby Fisher (Steven Zaillian, 1993) el niño prodigio del ajedrez, Joshua Waitzkin, nos regala un jaque mate a la inocencia, en la película española Hijo de Caín, nuestro Nico nos ofrece un jaque mate a la maldad. Un personaje con rasgos psicópatas que nos acerca al Niles de El otro (Robert Mulligan, 1972), al Dan de la película estadounidense El niño que gritó puta (Juan José Campanella, 1991), pero sobre todo al Kevin adolescente de la película británica Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011). Porque a veces se nos refiere que la infancia es al hombre y la mujer lo que el paraíso originario es a la sociedad actual, una época en la que no existía la maldad. La vigencia del mito de la infancia bondadosa es indiscutible y el cine se refiere a los niños casi siempre bajo la óptica que hace de ellos el reservorio de los valores más excelsos, lo cual no es óbice para que resulten la mayoría de las veces violentados por los adultos, quienes encarnan de este modo la esencia del mal. Pero no siempre es así, y películas como las referidas también nos recuerdan que el mal puede acantonarse en la infancia y  adolescencia.

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