sábado, 8 de septiembre de 2012

Cine y Pediatría (139): El “Iceberg” de la adolescencia


La sombra de un coche a través de un campo de encinas; oímos una brusca colisión y, tras el fundido en negro, los restos de una matrícula en la vereda de un río. Sacan el coche del fondo del río con una grúa. Un hiato de tiempo y vemos a un adolescente con una gran cicatriz en el cráneo que juega con un coche eléctrico en el cementerio… Por la matrícula del coche (SA-0405-U), intuimos que debemos estar en campo charro y que las aguas son del río Tormes. 
Así comienza Iceberg (Gabriel Velázquez, 2011), el tercer largometraje de este salmantino que regresa a su tierra para contarnos una historia con tintes autobiográficos, para filmar la historia que más le ha apetecido contar en su vida: cuatro silenciosas historias de adolescencia que se cruzan en un río durante el invierno a su paso por una pequeña ciudad. Porque a Gabriel Velázquez le gusta la infancia y la adolescencia: ya en su cortometraje Soldaditos de latón (2001) tuvo como protagonista a un niño de 8 años y en su anterior largometraje (Amateurs, 2007) la protagonista era una adolescente de 16 años. Y en esta película juega con la metáfora del iceberg y la adolescencia, una metáfora que viene a indicar lo poco que los adolescentes dejan ver al exterior de su inmensa vida interior, con esa fría estela que van dejando tras de sí los sinsabores y las esperanzas rotas en el camino de la infancia a la vida de los adultos. 

Iceberg es una película con tres marcadas características: es una película sólo de (y con) adolescentes, es una película sin apenas diálogos y es una película eminentemente charra. 
-En Iceberg no aparecen adultos Es la historia de cuatro adolescentes en momentos críticos de sus vidas y sin figura paternas a su alrededor, cuatro adolescentes que son actores debutantes (elegidos entre un casting de más de 4.000 jóvenes) y qué nos muestran cómo dejan de ser niños y aún no son adultos. Adolescentes solos en su iceberg, solos y sin la guía de sus padres. 
-En Iceberg hay una economía del lenguaje humano pocas veces reconocida en el cine. Las primeras (y escasas) palabras aparecen superado los 13 minutos de metraje, tras la presentación de los cuatro protagonistas. Escasos diálogos, pero abundante sonido: el que proporciona el ruido ambiente de la naturaleza que les rodea, esencialmente el río. 
-En Iceberg se hace un homenaje a la ciudad del director. Como se nos dice al final de la película, es una "película rodada en el río Tormes, Salamanca, dedicada a todas sus gentes". Hasta en la música apreciamos reminiscencias de la música tradicional charra. 

Esta película nos presenta el iceberg de cuatro adolescentes, un iceberg del que solo asoma una mínima parte de toda la densidad que albergan en las profundidades de sus vidas. Cuatro adolescentes que han iniciado el camino hacia la madurez y que lo realizan de la peor forma posible: sin referentes paternos.  
Mauri (Jesús Nieto) tiene 13 años y se encuentra conmocionado y con cicatrices (físicas y morales) tras acabar de perder a su padre en un accidente de coche en el que él también viajaba. Todavía no sabe cómo reaccionar ni cómo canalizar el dolor, pero no puede dejar de visitar el lugar donde ocurrió todo, donde todavía quedan restos del suceso y donde encontrará el anillo de su padre. Mauri, en realidad, revela más heridas que la demuestra la gran cicatriz en su cabeza. 
Rebeca (Carolina Morocho) tiene 12 años y vive en un internado, pues sus padres están a miles de kilómetros de distancia. La mayor parte del tiempo se siente sola y sufre el que sus padres no estén cerca, por lo que está desubicada y se revela. Un día acude con amigas a una fiesta; allí conocerá a un chico con el que perderá la virginidad, aunque los recuerdos de esa noche son demasiado confusos y ahora tiene que hacer frente a un posible embarazo. 
Jota (Víctor García) tiene 18 años y vive solo, pues sus padres son feriantes; él se encarga del embarcadero de la familia y lo hace con su amigo de 17 años, Simón (Juanma Sevillano), con el que pasa sus días pescando, bebiendo y paseando en motocicleta, sin hacer prácticamente nada más, casi como una vida de ermitaños. 
Silenciosas historias en el mundo de la adolescencia, un mundo que es como un iceberg y del que solo asoma una pequeña parte del enorme universo que se oculta tras ella. 

Con esta película Gabriel Velázquez recibió la Mención especial del jurado en la 49ª edición del Festival de Gijón, en donde se premio un cine de escasos (pero suficientes) recursos para narrar las tribulaciones, miedos y anhelos de una adolescencia desprotegida: la de cuatro adolescentes cuyos pasos se cruzan en algún momento alrededor del río, y que le sirve al director para revivir recuerdos de su infancia. Y todo ello con una estructura narrativa de niveles casi espartanos: pocos personajes y escasa acción, planos de larga duración, sonidos naturales del campo, renuncia a diálogos dramáticos o explicativos,… 
Una película de adolescentes y de la adolescencia, ese iceberg de nuestras vidas. Y en donde Gabriel Velázquez nos recuerda el mensaje de Jean Jacques Rousseau: "La adolescencia es como un segundo parto. En el primero nace un niño y en el segundo, un hombre o una mujer. Y siempre es doloroso". 

Cine y Pediatría dedica hoy, con esta película esencialmente charra, un homenaje al cine en Salamanca, y lo hace en el día en que la ciudad está de fiesta por celebrar sus Ferias y Fiestas anuales. La vinculación de Salamanca con el cine tiene una fecha esencial de encuentro: mayo de 1955, momento en el que tienen lugar las conocidas como Conversaciones de Salamanca, impulsadas por Basilio Martín Patino. Fueron un encuentro de profesionales provenientes de todos los sectores de la industria cinematográfica, de los organismos del Estado, de la crítica y el sector intelectual del momento, con dos objetivos claros: realizar un repaso a todo lo que se estaba haciendo en el cine español y proponer abrir nuevos horizontes creativos e industriales. El cine no es ajeno a Salamanca y buena muestra de ellos son sus directores: además de Basilio Martín Patiño (Nueve cartas a Berta, 1966; Octavia, 2002), también podemos citar a José Luis García Sánchez (La corte de Faraón, 1985; Siempre hay un camino a la derecha, 1997), Antonio Hernández (Lisboa, 1999; En la ciudad sin límites, 2001) o Chema de la Peña (De Salamanca a ninguna parte, 2002; Sud Express, 2006). Hoy reconocemos a Gabriel Velázquez y disfrutamos de Iceberg, de la reflexión sobre la adolescencia y de sus adolescentes.

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