sábado, 22 de abril de 2017

Cine y Pediatría (380). “Macondo”, más acá del realismo mágico


Macondo es el pueblo ficticio descrito en las novelas "Cien años de soledad", "Los funerales de la Mamá Grande", "La Hojarasca" y "Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo" del colombiano, premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, para siempre ya el creador del realismo mágico en la prosa. Realismo mágico que centra su preocupación estilística en mostrar lo irreal o extraño como algo cotidiano y común, algo así como una actitud frente a la realidad.
Pues bien, de ese pueblo ya un poco de todos como es Macondo, surge una película con ese título. Pero esta cinta no viene de Colombia y no nos habla de un idílico país caribeño, sino que es una película de Austria y nos traslada a una barrio de acogimiento de exiliados chechenos en una localidad del país centroeuropeo y que se conoce así, como Macondo. Porque este impactante barrio de refugiados de Macondo se haya situado en el distrito de Simmering, en Viena.

Macondo es la ópera prima de Sudabeh Mortezai, una directora austríaca de ascendencia iraní, una película del año 2014 prácticamente desconocida en nuestro país. Y con ella tenemos una oportunidad para adentrarnos, aunque sea de soslayo, en la realidad de Chechenia y lo que ha significado en la historia el conflicto checheno-ruso, que perdura desde siglos entre el gobierno de Rusia (el ex Imperio Ruso y la ex Unión Soviética) y varios nacionalistas de Chechenia y fuerzas islamistas. Se cuenta que las hostilidades formales parten del año 1785, aunque los elementos del conflicto se remontan a tiempos mucho más lejanos, y abarca conflictos durante la Guerra Civil Rusa, durante la Segunda Guerra Mundial, hasta el más reciente en la década de los noventa: tras la desintegración de la Unión Soviética, los separatistas chechenos declararon su independencia en 1991; a finales de 1994 estalló la Primera Guerra Chechena y después de dos años de lucha las fuerzas rusas se retiraron de la región; en 1999 comenzó la Segunda Guerra Chechena y concluyó al año siguiente con las fuerzas de seguridad rusas estableciendo el control sobre Chechenia.

Macondo tiene de protagonista a Ramasan (Ramasan Minkailov, de una contención interpretativa que sorprende), un niño checheno de 11 años quien, debido a la complicada situación en la que se encuentra su país, se ve obligado a vivir junto a su madre y sus dos hermanas pequeñas en una comuna en Viena, un equivalente honesto de lo que pudiera ser un campo de refugiados. Su padre ha muerto en el campo de batalla y le toca asumir el papel de cabeza de familia.

Una nueva película (y otra visión) sobre las infancias privadas de un pedazo de inocencia por los conflictos bélicos. No es de extrañar que veamos que en la escuela Ramasan dibuja tanques y casas ardiendo y que tenga una pregunta en mente: "¿Quién mató a mi padre?, ¿cómo lo mataron?". Un padre que sigue vivo en el recuerdo del hijo por la foto del salón y por el regalo de un reloj de su padre (que no funciona). Porque su padre murió luchando contra los rusos y su figura ausente es sustituida espontáneamente por el hijo y, como buen joven musulmán, cuida y vigila tanto a su madre como a sus hermanas. Pero desde el momento en que aparece el personaje de Isa (Aslan Elbiev), conocedor de su padre, el vacío manifiesto y generalizado parece rellenarse, aunque ese augusto rostro de su padre que cuelga de un marco de madera en casa no le ayuda en exceso en su día a día.
El encuentro con Isa cambia la vida a Ramasan, para bien y para mal. Para bien porque le ayuda a superar sus miedos (contra los monstruos imaginarios y los lobos del bosque): "Los lobos no son tan peligrosos. Somos peligrosos nosotros", le aconseja. Y para mal porque no soporta que su madre baile con él, porque eso podría significar la suplantación de su padre ausente: "Mi madre me dice que no me fie de los desconocidos", le llega a confesar.

Película minimalista, que aborda el drama de los refugiados que huyen de la guerra, centrando la atención en una familia chechena que se encuentra en Macondo, donde la realidad (pasada, presente y futura) se nos antoja muy poco mágica. Sin estridencias ni sentimentalismo fáciles, se describen los sentimientos de Ramasan ante la situación que le toca vivir, mientras deambula por la vida entre intentar que les concedan los papeles de la residencia y la tentación de cometer algún pequeño hurto ante la pobre economía les acucia. Y al final, un final abierto en donde vemos a Isa arreglando una radio y Ramasan se sienta a su lado, callado, y comienza a ayudarle, reconociendo el error de algunos sentimientos.

No es habitual el cine que llega desde Austria a Cine y Pediatría. De hecho, hasta la fecha, solo una película procede de allí, pero sí que podemos decir que fue una película (de hecho un telefilm) con algo de realismo mágico, pues es el post más visionado (con más de 33.000 visitas) de las 380 entradas que hoy cumplimos: hablamos de El milagro de Carintia (Andreas Prochaska, 2011), una película basada en un hecho real sobre cómo se viven las tragedias médicas entre familias y sanitarios, con un hospital de guardia como telón de fondo, y muchos temas bioéticos en la retaguardia. Y que recordamos por muchas cosas, pero también por una frase al inicio y final de la historia: “Emile Zatópek dijo una vez: si quieres correr, corre una milla; si quieres conocer una vida nueva, haz un maratón”.

Y hoy hemos conocido el maratón de muchas familias chechenas con Macondo, en un entorno que no es el que nos describiera el gran García Márquez. Pero hoy esta película procede dedicársela a los amigos de la Sociedad Colombiana de Pediatría, sociedad que esta misma semana ha celebrado su primer centenario. Y, especialmente a dos amigos pediatras, al Dr. Juan Fernando Gómez y al Dr. Hernando Villamizar... y ellos bien sabe por qué.

 

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