Blog personal, no ligado a ninguna Sociedad científica profesional. Los contenidos de este blog están especialmente destinados a profesionales sanitarios interesados en la salud infantojuvenil
sábado, 25 de mayo de 2024
Cine y Pediatría (750) “La guerra de los Lulus”, una fábula durante la Primera Guerra Mundial
jueves, 18 de enero de 2024
Niños viviendo una guerra
Según Save the Children, uno de cada seis niños en el mundo vive en una zona de conflicto (Afganistán, Myanmar, Etiopía, Yemen, Ucrania entre otros muchos). En 2021, vivían en una zona de conflicto 449 millones de niños. La mitad, unos 230 millones, lo hacían en las zonas de guerra más mortíferas. Cada año, mas de 100 millones de personas, de las cuales 40 millones son niños, se ven obligadas a desplazarse por conflictos, violencia, violaciones de derechos humanos y persecución.
En la actualidad la reciente guerra en Gaza, nos muestra el horror de miles de niños huyendo, heridos y muertos.
Aunque el dolor y miedo de millones de niños es inimaginable, este documento trata de ofrecer ayuda a las familias con menores que se enfrentan a este horror.
Desde el mismo recuerdan:
“La experiencia de vivir la guerra o huir de ella tiene como resultado la angustia, el dolor, el sufrimiento. El desarraigo. Y la huida obligada de las raíces que sustentan tu vida. Y también la muerte. también la penuria, la escasez, la indigencia. Abandonar lo tuyo, a los tuyos, el suelo que te ha visto nacer, en el que juegas, en el que creces, en el que vives. Dejar todo lo tuyo, de la noche a la mañana”.
Vivir en un contexto de guerra: Cómo ayudar a los
niños que viven una guerra o huyen de ella
Es importante adaptar el mensaje a la edad del niño y antes de hablar con ellos pensar lo que se les quiere transmitir.
En el caso de los más pequeños (0-3 años:
En esta etapa, los niños suelen tener miedo por la pérdida brusca, la separación de los cuidadores, los ruidos fuertes, las heridas, la oscuridad y los extraños.
Al hablar con ellos:
- Intentar ser concretos en los mensajes, utilizando frases cortas y sencillas para explicarles lo que esta pasando
- Adaptar el lenguaje a su edad
- Utilizar cuentos como medio para explicarles lo que está sucediendo
- Permanecer a su lado, darles afecto y que sientan que estamos con ellos, que se sientan cuidados.
- Mantener sus rutinas lo más controladas posible
- No centrar la comunicación en el miedo, si no en lo que está sucediendo, en lo normal de su reacción y en estrategias para combatirlo
Los niños de 3 y 6 años
- Preguntarles cómo se sienten
- Contestar a sus dudas con mensajes concretos
- Dar una explicación ajustada a su pensamiento mágico, sin generar miedo
- Asegurarles que les vamos a cuidar en todo lo que necesiten
- Darles instrucciones claras que permitan que se comporten de forma automatizada: bajar al refugio, coger su muñeco
- Usar pequeñas distracciones
- Generar emociones positivas: cantar o jugar
Por ejemplo: “ahora vamos a coger tu chaqueta y el muñeco y nos vamos a ir al refugio, ya sabes que tenemos que ser muy rápidas, te ayudo”.
Los niños de 6 a 11 años
Son capaces de captar emociones propias y de los demás, y su pensamiento va siendo cada vez más lógico. Entre los 6 y 8 años, suelen sentir miedo al separarse de sus padres o cuidadores, miedo al daño físico, a la oscuridad, a las tormentas, al estar solos y a los seres imaginarios como fantasmas y brujas. Entre los 9 y 11 años ya suelen sentir miedo a la muerte.
- Mantener conversaciones en las que se compartan
sentimientos, (yo también tengo miedo cuando suenan las sirenas, ( “todos los
tenemos, es normal, pero podemos ir a protegernos al refugio”)
- Mantener conversaciones en las que se les informe de lo que está pasando y contestar a las preguntas que ellos tengan
- Mostrarse disponible para contestar a sus dudas o preocupaciones
- Evitar entrar en detalles innecesarios
- Evitar centralizar toda la conversación en lo que está sucediendo en este momento
En los adolescentes (a partir de los 12 años)
- Tratarles como iguales en los que confiamos plenamente
- Ofrecerles información real sobre lo que sucede, respetando hasta donde quieran saber
- Preguntarles por sus emociones y compartir las nuestras que sean similares
- Preguntarles por sus dudas
- Incluirles en la búsqueda de soluciones y preguntarles sobre su opinión para resolver problemas, valorando muy positivamente sus propuestas y llevándolas a cabo cuando sea posible.
- Tratar de facilitarles espacios o momentos en los que puedan comunicarse con sus iguales
En resumen el documento trata de ayudar a que, quienes más sufren,
puedan gestionar estos difíciles momentos por los que están pasando.
Otra parte importante que aborda el documento, es como hablar a los niños de la guerra desde las casas, cuando los niños ven imágenes y escuchan noticias. Sirve de ayuda a los padres para explicarles que es una guerra y comunicarse con ellos adaptando los mensajes a la edad de cada niño.
sábado, 28 de octubre de 2023
Cine y Pediatría (720) “Nacido en Gaza”, la herida que no cicatriza en la infancia
sábado, 6 de mayo de 2023
Cine y Pediatría (695) “Bienvenidos” al cine de Elem Klimov, “Ven y mira”
sábado, 17 de diciembre de 2022
Cine y Pediatría (675): “Sestrenka, Mi hermana pequeña” y los niños de la guerra
sábado, 14 de mayo de 2022
Cine y Pediatría (644) “Anton, su amigo y la revolución rusa”, Ucrania en el recuerdo
sábado, 24 de julio de 2021
Cine y Pediatría (602) “La guerra de papá“ es la guerra de todos
sábado, 30 de mayo de 2020
Cine y Pediatría (542). “La infancia de Iván”, elegía antibélica en el alma de un monstruo
El cine en blanco y negro en Cine
y Pediatría tiene un apartado especial. Y lo tiene por una razón: porque estas
películas argumentales elegidas son joyas de séptimo arte maceradas por la
ciencia y la conciencia con dos aliados, el tiempo y la opinión de críticos y
público (no siempre coincidentes). Y hoy viene a esta página una más, desde la
Rusia en esta ocasión: La infancia de Iván (Andrei Tarkovsky, 1962).
Andrei Tarkovsky es un director
más de aquellos que odias o amas. Porque no todo el mundo aprecia sus películas
visionarias, no fáciles de dirigir quizás por su largo metraje, quizás por el
esfuerzo de reflexión al que nos somete. Pero es patente que fue un director de
grandes directores: Ingmar Bergman, su mejor alumno, le consideraba el mejor
director de todos los tiempos, y Akira Kurosawa y Roberto Rosellini le adoraban
por encima de todas las cosas. Con los espectadores ya hay controversia y la
valoración de sus obras oscila de fascinantes a insoportables. Y su legado
fueron siete largometrajes, que comenzó con nuestra obra de hoy y continuó con
Andrei Rublev (1966), Solaris (1972), El espejo (1975), Stalker (1979),
Nostalgia (1983) y Sacrificio (1986).
Y hoy en Cine y Pediatría nos
convoca el primer largometraje del joven Andréi Tarkovsky, que se había
graduado en la escuela de cine con su cortometraje de tesis El violín y
la apisonadora (1960), y que fue llamado por los estudios Mosfilm para
continuar una película cuyo primer director, Eduard Abalov, había sido
despedido. Trabajo de encargo, por lo tanto, pero que el joven director supo
convertir en propia esta obra y donde ya dejó patente su particular talento, estilo
y fuerza cinematográfica. La infancia de Iván fue todo un hito en su momento y
fue alabada por otros directores y por la crítica: por el uso imposible de la
cámara, por su esmerada fotografía rondando el expresionismo, por la poesía y
lirismo de sus imágenes, por el tratamiento sonoro, con esa música omnipresente
como tercer personaje dramático invisible. Con La infancia de Iván había nacido
un director único y las pantallas del mundo se preparaban para esa llegada: de
hecho, es la primera película en la historia del Festival de Venecia que,
siendo una ópera prima, ha ganado el León de Oro (lo hizo ex-aqueo con Crónica
familiar de Valerio Zurlini).
Basada en una novela corta de
Vladimir Bogomolov, “Ivan, a story”, la película retrata la vida de un niño
huérfano de 12 años, por nombre Iván (Nikolai Burlyayev, quien trabajara con
Tarkosvski después en Andrei Rublev), durante los días de la Segunda Guerra
Mundial tras perder a sus padres por la guerra y quien, para sobrevivir, trabaja para el ejército ruso espiando a los
alemanes. "Y yo estoy solo. Usted lo sabe. No tengo a nadie… No tengo más
amo que yo" se rebela Iván cuando le quieren internar en una escuela.
Porque hay centenares de
películas centradas en esta contienda militar, pero aquí estamos ante una de
esas películas de guerra donde los combates y maniobras militares quedan fuera
de campo y en la que lo que importa es lo que sucede en el interior de los
personajes. Y nos plantea una dualidad entre ese niño-adulto totalmente
integrado en la guerra y el mundo de sus sueños, cuatro en concreto, donde
desplegará todo el potencial poético de esta historia triste. Esa dualidad
entre los sueños de Iván de una feliz infancia pasada alrededor de su idílica
madre y la pesadilla de la cruda realidad. Una realidad plagada de frío, agua,
barro, polvo, ruinas, trincheras, disparos y bombardeos. “Dios mío, ¿cuándo terminará
todo esto?”, dice un abuelo perdido entre los escombros de lo que fue su hogar
y al que solo le resta una gallina de compañía.
Se establece una dualidad que va
a estar presente en todo el cine tarkovskyano: entre el mundo interior y el
exterior, convirtiendo al mundo interior en el más auténtico, y el exterior en
el más falso, o por lo menos el más alejado a quienes verdaderamente somos. Y
en ese camino, Tarkovsky se empeña en buscar y encontrar los pequeños destellos
de belleza sin renunciar a la crudeza de la Segunda Guerra Mundial: la icónica
escena del romance en el bosque de abedules, Iván corriendo por encima del agua,...
momentos en los que la realidad se entremezcla con lo onírico para, por un
momento, olvidarse del conflicto bélico.
Porque La infancia de Iván es muchas cosas
dentro del cine soviético de la época, y muchas cosas más dentro del cine
europeo de los años sesenta, a pesar de lo reducido de su producción y de que
no estamos ante una película gigantesca como sí lo será Andrei Rublev. Y lo es
por su fortísima singularidad narrativa, que la sitúa muy por delante de su
época y por representar el nacimiento de una mirada y un estilo muy personales,
que seguiría evolucionando en sus siguientes películas. Pero en sí misma, su
visionado es un inolvidable puñetazo en el estómago, un viaje por la locura y
el horror de la guerra, aunque los combates estén en off. Pero basta un
comentario de unos militares (“Hay que enviarle a la retaguardia. La guerra no
es cosa de niños”) o una pintada en una pared (“Somos 8 jóvenes menores de 19
años. Dentro de una hora nos llevarán a matar. Venguenos”) para saber de qué se está hablando.
Un poderoso debut que se erige en toda una
demostración de talento, vigor y sensibilidad cinematográfica. Porque el género
bélico nunca había encontrado formas tan líricas ni tan abstractas de filmar el
alma de ese monstruo. Allí donde Iván se cruza con el teniente Galtsev, con el
capitán Kholin, Gryaznov, Masha,… y donde Iván acaba siendo un monstruo
destrozado por la guerra, un niño cuya infancia ha quedado irremediablemente
perdida, devastada. Y ya no es un niño. Y menos a medida que la imágenes se
hacen más crudas a medida que avanza la película – no más crudas que la
realidad – y aparece la reflexión: “¿Será posible que esta no sea la última
guerra en la Tierra?”.
En La infancia de Iván no existe
glorificación de la actuación del ejército soviético ni calificación del
enemigo nazi, que casi ni se menciona. En todo caso la película constituye una
proclama en contra de la guerra y de los horrores que ella produce,
especialmente por convertir el alma pura de un niño en el alma de un monstruo. Una
hermosa elegía antibélica que finaliza con ese cuarto sueño onírico del juego
del escondite final en la playa frente a un árbol seco… Y The End. Diríase
Joaquín Soroya en blanco en negro. Pero estamos en el cine y hablamos de Andrei Tarkovsky.
sábado, 18 de enero de 2020
Cine y Pediatría (523). “La guerra de los botones”, la guerra contra la autoridad
Antes de la película clásica de Yves Robert, Jacques Daroy dirigió en 1936 una versión, bajo el título de La guerre des gosses, en que las bandas de escolares de dos pueblos diferentes están enfrentadas y el conflicto llega a tal magnitud que los padres terminan involucrándose, Pero después aparecerían otras versiones, ya en color:
- En 1994, la versión británica dirigida por John Roberts donde la acción se traslada a las localidades de Ballydowse y Carrickdowse, en donde reza la leyenda: "La mayoría de las guerras duran años; ésta tiene que acabar antes de la cena".
- Y en el año 2011, dos versiones en un mismo año en la cartelera de Francia, algo inaudito: la dirigida por Yann Samuell y la dirigida por Christophe Barratier (cuyo nombre nos suena especialmente por su obra más conocida, del año 2004, Los chicos del coro), si bien esta última adquiere el título original de La nouvelle guerre des boutons y que tiene una localización temporal diferente al original, pues se ubica durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), donde otra contienda se libra en campo francés: dos bandas de chicos de dos aldeas próximas luchan por el dominio de su territorio, mientras en el mundo real reina una guerra con el pensamiento intransigente de los nazis en contra de los judíos. Es una historia que muestra lo peor y lo mejor de las personas, y que contó con actores tan acreditados como Laetitia Casta, Guillaume Kaned o Gerard Jugnot.
Aunque la novela (y las películas) pueda parecer una comedia para niños, junto a la sencillez e ingenuidad del relato, incluye referencias de interés general. Explica cómo se organizan los grupos sociales, los valores que los articulan (lealtad al grupo), concepciones que los inspiran (igualdad), normas obligadas de conducta (disciplina de grupo), distribución de cargas colectivas (aportaciones personales), infracciones sancionables (revelación de secretos) y castigos (azotes con vara). Los oponentes que caen prisioneros son objeto de escarmiento que afecta a lo que consideran el bien más preciado de una persona, el honor. Y la deshonra se inflige mediante el corte de botones, ojales, cintas, cordones y tirantes de las prendas de vestir, lo que provoca sentimientos de vergüenza ante los iguales y de indefensión ante la familia. En sí, la obra constituye un documento sobre la vida en aldeas rurales a principios de los 60 en Francia. Ya hemos comentado que René Clément hizo un ejercicio similar en 1951 con Juegos Prohibidos, también un notorio film de enorme contenido pedagógico. Y ambas cintas buscan lo mismo, y tienen en su haber un ambiguo mensaje antibelicista, pero Clément optó por una vertiente mucho más cruda y dramática, todo lo contrario que nos propone Yves Robert con esta magnánima obra.
La semana pasada hablamos de la novela "Mujercitas" y de sus varias versiones cinematográficas. Y esta semana lo hacemos con la novela "La guerra de los botones" y las películas que de esta historia han surgido. Una historia de hombrecitos... que realizan un guerra particular. Una guerra que puede parecer un juego, pero que bien pudiera ser la guerra contra la autoridad (mal entendida).
Y esta película va dedicada a Antonio Aragüez, un ilustrador amigo que nos la recordó hace poco en el grupo de Facebook, Cine solo Cine, y lo hizo con la sensibilidad del artista que es. Porque Antonio es el creador de la mascota de nuestro Servicio de Pediatría, Alacan, y se merecía esta dedicatoria "de cine".
sábado, 2 de noviembre de 2019
Cine y Pediatría (512). “El viaje de Fanny” y el viaje a ninguna parte
Tras la Segunda Guerra Mundial, en Europa occidental el desprestigio de las ideas nacionalistas y los nacionalismos generaría la aparición del proyecto territorial y político de la construcción de una Europa unida y supranacional, la construcción de la Unión Europea. Otra cosa bien distinta se asoció en lo que se llamaría “tercer mundo” (Asia, África) a movimientos de liberación nacional y/o anti-imperialistas y que estaría en la raíz de alguno de los espinosos problemas internacionales de la posguerra: procesos de decolonización o conflicto árabe-israelí.
El nacionalismo reaparecería en las últimas décadas del siglo XX en la desarrollada y próspera Unión Europea (con particular incidencia en Irlanda del Norte - con el recuerdo del IRA -, Bélgica y España - con el recuerdo de ETA -), pero también en la formación de nuevos estados en la Europa del este tras el colapso del comunismo en 1989 y la desintegración de la Unión Europea y de Yugoslavia (conflictos que han creado el término “balcanización”).
Las guerras nunca traen nada bueno. Los guerras por los nacionalismos tampoco. Y es paradigmático el importante número de películas que nos devuelven la mirada inocente de la infancia ante el nacionalsocialismo alemán, ya por siempre conocido por el terrible nombre de nazismo. Basten algunos ejemplos que ya forman parte de la familia de Cine y Pediatría: Juegos prohibidos (René Clément, 1952), El niño y el muro (Ismael Rodríguez, 1965), El diario de Ana Frank (George Stevens, 1959), El tambor de hojalata (Volker Schöndorff, 1979), La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1998), Hijos de un mismo Dios (Yurek Bogayevicz, 2001), Napola (Dennis Gansel, 2004), El niño con el pijama de rayas (Mark Herman, 2008), Rutka: un diario del Holocausto (Alexander Marengo , 2009), La cinta blanca (Michael Haneke, 2009), La llave de Sarah (Gilles Paquet-Brenner, 2010), Lore (Cate Shortland, 2012), La ladrona de libros (Brian Percival, 2013), La profesora de Historia (Marie-Castille Mention-Schaar, 2014), La infancia de un líder (Brady Corbet, 2015), entre otros.
Y hoy llega una película más sobre esta temática, y lo que la infancia perdió en aquella Segunda Guerra Mundial. Una película que comienza con estas palabras impresas, mientras la primera escena nos muestra a distintos niños y niñas que reciben cartas en los jardines de una institución: “Durante la Segunda Guerra Mundial, en Francia, los padres judíos confiaron sus hijos a diversas organizaciones que los acogieron y se encargaron de mantenerlos a salvo de las amenazas… Basado en el relato autobiográfico de Fanny Ben-Ami publicado por ediciones de Seuil”. Así comienza nuestra película de hoy, cuyo título es El viaje de Fanny (Lola Doillon, 2015).
Basada en el libro “Le voyage de Fanny”, la película cuenta la historia de Fanny (Léonie Souchaud), una niña de 12 años de origen judío que, tras la ocupación del territorio francés por parte del ejército alemán en 1943, es confiada por sus padres con sus dos hermanas pequeñas a una institución, al igual que muchos otros niños. En la película realizamos un viaje con ella, sus dos hermanas - Georgette y Erika - y otros cinco niños a través del país, con la intención de escapar de la persecución de los solados nazis y poder atravesar a una frontera sin peligro.
La temática no resulta novedosa y parece haber sido vista otras veces, con la crudeza que reviste el hecho de que sea niños los protagonistas del dolor que deja la guerra de los adultos. Por ello, es El viaje de Fanny un film sencillo y sincero que resalta el valor de la esperanza, pero no obvia el dolor de los totalitarismos nacionalistas. Y que en su temática esta película francesa nos recuerda la temática de la película alemana Lore, pues en ambas las hermanas mayores, Fanny y Lore, adquieren la cruda e impropia responsabilidad de salvar a sus hermanos en medio de la inmundicia del nazismo.
Y por ello en nuestra película de hoy no es de extrañar que los niños se pregunten: “¿Tú ya has visto al monstruo?”. Y mientras cambian de lugar y de residencia temporal, nuestra angelical (y fuerte) Fanny sigue mirando a través de sus prismáticos para recordar la realidad que le abrazaba (la de esos padres que no volverá a encontrar) y en búsqueda de un futuro que desea (ni más ni menos que el que nunca se debiera robar a la niñez)…
Y nuestros pequeños héroes consiguen llegar a su destino a la frontera Suiza, donde ellos salvaguardan la vida y donde los espectadores nos quedamos con el colofón final: “Fanny Ben-Amy vive actualmente en Israel. Las tres hermanas vivieron en Suiza hasta el fin de la guerra. En 1946 regresaron a Francia, pero nunca más volvieron a ver a sus padres. El personaje de la Sra. Forman está inspirado en la Sra. Lotte Schwart (Directora del Castillo de Chaumont) y en la Sra. Weil-Salon. Están entre las numerosas personas dispuestas a dar su vida por salvar a los niños. Desde 1938 a 1944, varios miles de niños fueron salvados de la deportación por la OSE (Ouvre de Secours aux Infants), que los sacó de los campos, los ocultó, los pasó por las fronteras de Italia, de Suiza y de España, desde donde los enviaron a Estados Unidos”.
Es El viaje de Fanny – como el resto de películas reseñadas – una lección de historia y una lección de vida. Más nos valdría aprender bien esta lección para no volver a suspender como sociedad. Porque hay demasiados viajes que no llevan a ninguna parte… o llevan inevitablemente a la confrontación y a la guerra entre civiles. Que los niños padezcan los errores de los adultos es doloroso, pero que los adultos pongan a la infancia en medio de sus objetivos políticos es intolerable, cruel y soez.