sábado, 26 de septiembre de 2020

Cine y Pediatría (559). “Skin”, tatuajes de odio a flor de piel

 


“Estamos aquí para decir que no odiamos a nadie. No odiamos ni a los amarillos, ni a los negracos, ni a las tortilleras. No los odio, tienen derecho a vivir. Pero nosotros decimos: “No en nuestra tierra americana”. Y tan solo deberíamos hacer que se larguen”. Y con esta arenga inicial se marcan las señas de identidad de una película inspirada en el caso real de Bryon Widner, un 'skinhead' que intentó abandonar la senda del supremacismo blanco y que para ello tuvo que borrar las decenas de tatuajes que le decoraban su cara. La película lleva por título Skin (Guy Nattiv, 2019) y se suma a todas estas películas que ya en Cine y Pediatría se han asomado al problema alrededor de los grupos neonazis y supremacistas: Semillas de Rencor (John Singleton, 1995),  American History X (Tony Kaye, 1998), This is England (Shane Meadows, 2007),  La Ola (Dennis Gansel, 2008), Neds (Peter Mullan, 2010),  o Skin (Hanro Smitsman, 2008).  Cabe no confundir esta última película holandesa del año 2008 con la actual película estadounidense del año 2019, ambas con el mismo título original y ambas basadas en hechos reales. En la primera el protagonista es el actor neerlandés Robert de Hoog y en la que nos convoca hoy es el actor británico Jamie Bill, el que fuera el niño protagonista de Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000), actualmente irreconocible entre sus tatuajes. 

La película se estructura en cuatro localizaciones a partir del año 2009 (Columbus, Ohio; Fort Wayne, Indiana; Richmond, Virginia; y Nashville, Tennessee) y en cuatro momentos a lo largo de dos años, momentos marcados por las fases de eliminación de los tatuajes de su cara y cuerpo: Día 1, eliminación 1, barbilla; Día 60, eliminación 4, nudillos; Día 145, eliminación 19, frente; día 612, última eliminación. Y entre medias viaja hacia adelante y hacia atrás para reconocer que Bryon "Pitbull" Widner vive en una familia especial, donde sus padres no son sus padres, sino que son dos descendientes de origen vikingo y dirigentes del Club Raza y Razón, dedicados a reclutar niños y adolescentes de la calle con problemas familiares a los que implantar sus ideas y cuyo bautismo comienza con el rito del rapado de pelo. Ellos constituyen el grupo de los Vinlander y expresan claro su objetivo: “Para mantener el país blanco y puro se formó esta familia vikinga”. La orfandad suplida por el clan, el amor suplido por el odio. 

En una vida llena de violencia ha crecido Bryon, hasta convertirse en el joven violento supremacista blanco que es, educado en el odio racial, y quien ve trastocado su universo al enamorarse de Julie (Danielle Macdonald), quien cuida sola de sus tres hijas (Desi, Sierra e Iggy Pop). Bryon trabaja de tatuador y el dinero que gana va al clan, y a medida que intenta consolidar su relación (“Me gusta que seas parte de nosotras”, le expresa Julie) se da cuenta de que su familia vikinga no se lo va a permitir. Y para ello tienen que trasladarse de localidad y allí se casan (Bryon, Julie y las tres hijas, todas de negro, hasta el perro que les acompaña), pero el negro destino les acompaña. Porque esa familia irreal, ideológica (bajo la ideología del mal), somete al individuo y con el sometimiento intenta no dejarle escapar. Porque el negro lo domina todo en esta violenta película: escenas oscuras, trajes oscuros, tatuajes negros, noches oscuras, actos oscuros,… Y en el camino de cambio y redención debe recibir la ayuda de Daryle, una activista afroamericano, y de una agente del FBI, quienes conocen este mundo: “Estos jóvenes tan solo tienen tres opciones: morir jóvenes, pudrirse en la cárcel o empezar a hablar”. 

Y continúan huyendo para intentar huir de su pasado, con el miedo como compañero de viaje. Pero por mucho que huya no puede librarse de su pasado y los tatuajes le delatan. Es por ello que para regresar a una vida normal debe retirar sus tatuajes, especialmente los de la cara. Y en las escenas que se mezclan con la narración de la historia cada disparo de láser refleja el dolor de retirar cada tatuaje, como un impacto a los remordimientos. 

Y resuenan la pregunta de Julie a Bryon: “¿Cuál fue el primero?...¿te arrepientes de alguno?” Porque cada tatuaje conlleva una historia, generalmente una historia que deja su cicatriz. Porque la piel sirve al director de metáfora, pero también nos indica que la piel no deja de ser superficie y por más tatuajes y cicatrices que se lleve un cuerpo, el cambio de vida es posible (aunque el odio que subyace a veces tarde más en desaparecer). Y de ahí las lágrimas finales… 

Y de ahí el colofón de la película: “Daryle Lamont Jenkins aún lleva el proyecto One People, un grupo anti-odio que ayuda a los supremacistas blancos que intentan dejar el movimiento y expone a los que siguen activos. Con las ayuda de Daryle y el SPLG, Bryon Wynder abandonó el movimiento y soportó casi dos años de cirugías para eliminar sus tatuajes. Con la colaboración de Bryon, el FBI detuvo a criminales clave del movimiento del poder blanco. Bryon cursa actualmente la carrera de psicología criminal y da charlas por todo el mundo sobre la inclusión mediante la historia. Daryle y él siguen siendo buenos amigos”. 

Posiblemente no sea la mejor película sobre el tema, pero dado el auge que la xenofobia está experimentando en todo el mundo, una película como esta resulta del todo pertinente. Allí donde la violencia tiene en el arrepentimiento su redención. Y que nos enseña que sí es posible eliminar el odio tatuado a flor de piel.

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