
Un poco antes de que la polémica médica se desentrañara, y como era de prever, la película se trasladó al cine: El hombre elefante (David Lynch, 1980). David Lynch es un peculiar director, perfecto para adaptar el guion de este peculiar personaje: y para ello, se apoyó en los libros “El Hombre Elefante y otras reminiscencias” de Sir Frederick Treves y “El Hombre Elefante: un estudio de la dignidad humana” de Ashley Montagu.
Pero la cuestión no es contarlo, sino contarlo bien y conseguir una película que fue un éxito crítico y comercial. Recibió ocho nominaciones a los premios de la Academia, incluyendo Mejor película (si bien no consiguió ninguna, porque se topó en el camino con películas rivales de la talla de Gente corriente -Robert Redford, 1980- o Toro Salvaje -Martin Scorsese, 1980-).
En el cine de David Lynch, como él ha reconocido, hay una mezcla de autores admirados, tanto en la literatura (Franz Kafka) como en la pintura (Francis Bacon) y, sobre todo, en el cine (Stanley Kubrick, Federico Fellini, Luis Buñuel, Werner Herzog y Roman Polanski). Con esos referentes en mente, no es difícil imaginar que de su ingenio hayan nacido películas tan intrigantes como Eraserhead (1977), Terciopelo azul (1986), Twin Peaks (la serie y la película de 1990), Mulholland Drive (2001) o Inland Empire (2006).
Sin embargo, con El hombre elefante logra ser más comedido, casi clásico. Para ello contó con una magnífica fotografía en blanco y negro (para aumentar el dramatismo) y con un elenco de actores típicamente británicos, lo mejor del teatro y cine inglés de la época (casi todos con títulos honoríficos de la corona): un irreconocible John Hurt se pone en la piel de “el hombre elefante”, Sir Anthony Hopkins aborda el papel del Dr Treves (más comedido que en su inolvidable Dr Hannibal Lecter en El silencio de los corderos -Jonathan Demme, 1991-) , Anne Bancroft como la actriz Madge Kendal (muchos años después de ser, para siempre y para muchos, nuestra Mrs Robinson en El graduado -Mike Nichols, 1967-), Sir John Gielgud como gobernador del hospital, Dame Wendy Hiller como la supervisora señora Mothershead, entre otros.
Merrick se revela gradualmente como un ser sofisticado e inteligente. Inolvidable la escena en que es invitado a tomar el té en casa del Dr Treves, junto con su esposa, en donde se sincera con ellos al enseñarles una foto de su madre, una hermosa mujer: “Yo debí ser una gran decepción para ella. Si pudiera encontrarla y ella pudiera mirarme con amor, aquí y ahora quizá me amaría tal como soy. Yo me he esforzado mucho por ser bueno”. También de gran emoción es la visita que recibe de la célebre actriz de teatro Madge Kendal, pues, mientras interpretan con su lectura una parte de Romeo y Julieta, ella le da un beso y le dice: “Señor Merrick, usted no es un hombre elefante, usted es Romeo”. A partir de aquí, John Merrick es presentado a la sociedad londinense, en el que comprobamos sus gustos y modales exquisitos.
Pero la película se aboca a un final no feliz. Su antiguo amo lo encuentra y lo devuelve al circo, con maltratos incluidos. De nuevo, como ocurriera en Freaks (Tod Browning, 1932), los “fenómenos” del circo le liberan y le dicen: “¡Que tengas suerte!, nosotros la necesitamos más que nadie”. En la escena en que es perseguido y acorralado por una multitud furiosa en la estación de tren, grita: "¡Yo...yo no soy ningún monstruo, no soy un animal, soy un ser humano! Soy...un hombre". Cuando la policía encuentra a Merrick, le permiten regresar al hospital, el único lugar seguro para su alma y corazón. En su honor, la señora Kendal organiza una obra musical en el teatro; al final de ella Merrick recibe una emocionante ovación de todos los asistentes a la función. Esa noche, de vuelta en el hospital, Merrick da las gracias a Treves por todo lo que ha hecho y de forma consciente elimina las almohadas que le han permitido a dormir en posición vertical, se acuesta en su cama, y muere (posiblemente asfixiado por obstrucción de sus vías respiratorias superiores, de ahí que en algún momento nos diga: “Quisiera poder dormir como la gente normal”). Muere consolado por una visión de su madre, en un final lleno de sentido y sensibilidad.
Muchos mensajes los que dos “freaks” (Merrick –Joseph en la realidad, John en la ficción- y el propio Lynch) nos transmiten en El hombre elefante. Más allá de la eterna diatriba entre la belleza interna y externa, la película es un alegato a la empatía, el compromiso y la amistad entre un doctor y su paciente. “¿Puede usted curarme?”, le pregunta Merrick al doctor Trevis, a lo que éste responde “No, nosotros podemos cuidarle, pero no podemos curarle”. Es un mensaje que es válido para cada día de nuestra profesión como pediatras: curar a veces (la medicina tiene límites claros en la salud y enfermedad), aliviar a menudo (la medicina paliativa como soporte en enfermedades crónicas y terminales), cuidar siempre (cuidados que no se limitan a los fármacos y que incluyen el valor de la palabra y el compromiso).
Visto de esta manera, el verdadero valor médico de la película El hombre elefante va más allá de saber si la afección de Merrick fue una neurofibromatosis o un síndrome de Proteus, mucho más allá. Es un canto a la dignidad humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario