Es tradicional en este proyecto de Cine y Pediatría que cada entrada centenaria se corresponda con una película que tenga un especial valor o impacto, y así lo hicimos con películas como la danesa Pelle el conquistador (Bille August, 1987), la francesa La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013), la siria Silvered Water, Syria Self-Portrait (Wiam Bedirxan, Ossama Mohammed, 2014), la belga Aves de paso (Olivier Ringer, 2015), o la estadounidense La ballena (Darren Aronofsky, 2022). Y hoy, en esta entrada número 800 vamos a hablar una de las películas míticas del cine indio y del cine internacional, una trilogía que es una metáfora visual de la infancia, juventud y madurez: la Trilogía de Apu del director Satyajit Ray.
Cierto que el cine indio sigue siendo un gran desconocido para Occidente, aunque en el caso de Satyajit Ray, con 29 largometrajes y varios documentales en su filmografía, quizás represente al realizador por excelencia de la India, quien tuvo su trono desde la década de los 50 y durante más de tres décadas. Admirable y admirado, resuenan las palabras de Akira Kurosawa quien nos decía que “no haber visto el cine de Ray es como existir en este mundo y no haber visto el sol o la luna”. Y es que se cuentan con los dedos de la mano los directores que han dejado una huella tan profunda como el cineasta bengalí, un autor de culto, hábil orfebre de la composición visual y poeta de la imagen. Sus tesoros cinematográficos se concentran en la década de los 50 y 60, donde aparecen obras como El salón de música (1958), La diosa (1960), Teen Kany (Dos muchachas-Tres muchacha) (1961), La gran ciudad (1963), Charulata. La esposa solitaria (1964) El cobarde (1965) o El héroe (1966). Pero donde todo empezó con su impactante ópera prima, Pather Panchali (La canción del camino) (1955), el inicio de la Trilogía de Apu, que cabe recordar que se financió recurriendo a los propios ahorros del director, con precariedad de medios y grandes dificultades, por lo que tardó tres años en concretarse.
Satyajit Ray creció en Calcuta con ambas culturas, bengalí y occidental, pues en la primera mitad del siglo XX la ciudad estaba llena de militares estadounidenses y allí se proyectaba todo Hollywood. Fue un enamorado del cine americano, pero también del neorrealismo italiano, del cine soviético y de los documentales de Robert J. Flaherty, aunque la mayor influencia fue la del poeta y filósofo Rabindranath Tagore, en cuya escuela se formó. Fue un maestro enamorado del séptimo arte que envolvió sus imágenes de exotismo, observando detenidamente la condición humana, por lo que todas sus películas destilan importante carga social. Y así expresa el amor a su oficio: “El cine es más bello que la vida: no hay atascos ni tiempos muertos y avanza como un tren que atraviesa la noche”.
¿Y qué tiene de especial La trilogía de Apu? Supongo que muchas cosas y ello se ha analizado desde distintos puntos de vista a lo largo de la historia. La trilogía está constituida por tres películas en blanco y negro, basadas en las novelas autobiográficas de Bibhutibhushan Bandyopadhyay en lenguaje begalí: Pater Panchali (La canción del camino) (1955), 115 minutos de metraje, abarca los años de la infancia del protagonista y especialmente su relación con las dos mujeres más importantes de su vida: su madre y su hermana; Apajarito (El invencible) (1956), 105 minutos, se centra en la adolescencia, la relación con su padre, su profesor y en particular con su madre, además de tomar contacto con el mundo adulto; y Apur Sansar (El mundo de Apu) (1959), 117 minutos, con un Apu idealista, ya maduro, quien al terminar sus estudios debe de enfrentarse al mundo, al matrimonio y a la paternidad. Un paseo por la infancia, juventud y madurez con una idea que se repite: las cosas en la vida son cíclicas y, por lo tanto, no nos queda otra que aprender de ellas, bien sea el amor, la soledad o la muerte. Y ello a través de planos y secuencias llenas de belleza plástica, con la naturalidad que ya nos directores como Jonh Ford o Jean Renoir, y que nos permite transitar por un camino tan realista como poético, apoyados por la fotografía de Subrata Mitra y la música de Ravi Shankar, donde ambas se combinan para trasladarnos a la India en ese camino de crecimiento, pérdida y búsqueda del significado de la vida para Apu.
Adentrémonos un poco más en cada una de las partes de la trilogía...
- Pather Panchali (La canción del camino). La infancia
Nos introduce en la vida de una familia pobre en una aldea rural de Bengala a principios del siglo XX: "En este remoto rincón, lejos del bullicio de la ciudad, vivían dos niños. Durga, la mayor, y Apu, su hermano pequeño. Su mundo era pequeño, pero lleno de maravillas". El padre Harihar Ray (Kanu Banerjee) es un sacerdote y poeta con sueños de una vida mejor, pero sus ingresos son escasos; su esposa, Sarbojaya Ray (Jaruna Benerjee), se encarga de las tareas del hogar y de criar a sus dos hijos: Durga (Runki Banerji), la hija mayor, traviesa y cariñosa, y Apu (Subir Banerjee), el hijo pequeño, curioso y observador. También vive con ellos Indir Thakrun (Chunibala Devi), una anciana pariente de Harihar, a la que Sarbajaya resiente por suponer una carga económica adicional.
La película retrata la vida cotidiana de la familia, donde Durga y Apu comparten juegos y travesuras, disfrutan de la naturaleza y se maravillan con las pequeñas cosas, como la llegada ocasional de un vendedor ambulante o el sonido lejano del tren. Cuando la situación económica de la familia se vuelve más precaria, el padre tiene que ausentarse durante largos periodos en busca de trabajo y la tensión aumenta en el hogar, especialmente entre Sarbajaya e Indir. El punto de inflexión viene marcado por la muerte, primero de Indir y posteriormente de Durga, y el dolor por la pérdida de esta última hace que la familia decida abandonar su hogar ancestral y mudarse a Benarés con el pequeño Apu, en busca de un nuevo comienzo con la incertidumbre del futuro.
Pather Panchali (La canción del camino) captura la belleza y la dureza de la vida rural, la inocencia de la infancia y los lazos familiares frente a la adversidad. Nos marca el inicio de la conmovedora historia del crecimiento y las experiencias de Apu.
- Aparajito (El invencible). La juventud
Ya en la ciudad sagrada de Benarés, Sarbajaya trabaja como sirvienta para una familia adinerada, aunque añora su hogar y la vida sencilla del campo, mientras Apu (Pinaki Sengupta) explora la vibrante ciudad. El padre fallece poco tiempo después y somos espectadores de la creciente dependencia mutua entre madre e hijo. Pero también como Apu siente la necesidad de buscar nuevos caminos y muestra gran curiosidad por el aprendizaje, destacando en la escuela. El amor materno luchando contra la necesidad de dejar caminar solo a su hijo.
La película da un salto temporal y nos presenta a un joven Apu (Smaran Ghosal) que acaba de conseguir una beca para estudiar en Calcuta, donde queda fascinado por la gran ciudad. En Calcuta, Apu se sumerge en sus estudios, y se distancia cada vez más del mundo rural y de su madre, cuyas cartas se vuelven menos frecuentes y más llenas de añoranza. Finalmente, Sarbajaya enferma gravemente. Apu regresa al pueblo, pero llega demasiado tarde. Consumido por el dolor y el remordimiento, se enfrenta a la pérdida de su último lazo familiar directo, y de poco valen algunos consejos: "No llores, Apu. Los padres no viven para siempre. Lo que tiene que pasar, pasa".
Aparajito (El invencible) explora el tema del crecimiento y la separación, el choque entre la tradición y la modernidad, y el doloroso proceso de la individuación.
- Apur Sansar (El mundo de Apu). La madurez
Un Apu ya en su madurez (Soumitra Chatterjee) instalado en Calcuta, sueña con ser escritor, pero vive con dificultades económicas y se dedica a trabajos esporádicos. El destino hace que conozca a Aparna (Sharmila Tagore), con la que acaba casándose para evitar el escándalo y deshonra familiar que supuso que fuera rechazada por su novio en el último momento. “Mi padre murió cuando tenía 10 años. Mi madre murió cuando tenía 17. Tuve una hermana mayor… No tengo nada, ni casa, ni trabajo siquiera. Mi futuro es muy vago. ¿Qué voy a hacer contigo’…”, pregunta a la esposa con la que le han obligado a casarse y que no se conocen. Él que iba a una boda con su amigo Pulu y, sin querer, se viene con la novia. Pero, contra todo pronóstico, surge un profundo amor entre ellos, a través de una vida sencilla repleta de complicidad y donde Aparna apoya las ambiciones literarias de Apu y le brinda la estabilidad emocional que nunca antes había tenido. Sin embargo, la felicidad se ve truncada cuando regresa la muerte a su vida: Aparna muere al dar a luz a su hijo, Kajal. Devastado por la pérdida, Apu se sume en una profunda depresión y aislamiento, abandona a su hijo recién nacido y se marcha, vagando sin rumbo durante años.
La película da un salto temporal y nos traslada al reencuentro de Apu con su hijo Kajal, quien ya tiene 5 años y vive con sus abuelos maternos. Apu lucha por conectar con su hijo, quien inicialmente lo rechaza. La película culmina con una escena emotiva donde Apu logra finalmente abrazar a su hijo, simbolizando la reconciliación y la aceptación de su papel como padre. Aunque la sombra de la pérdida de Aparna siempre estará presente, Apu encuentra una razón para vivir y reconstruir su mundo junto a su hijo. El abrazo final, aunque lleno de cicatrices emocionales, ofrece una poderosa sensación de esperanza y reconciliación.
Apur Sansar (El mundo de Apu) es una poderosa conclusión para la trilogía, explorando temas profundos como la naturaleza inesperada del amor, el devastador impacto de la pérdida, la dificultad de la paternidad y la redención a través del amor filial, la continuidad de la vida a pesar del dolor, la complejidad de la condición humana.
La Trilogía de Apu en su conjunto ofrece una visión profunda y poética del ciclo de la vida, con emotivas enseñanzas traducidas en poéticas imágenes que nos llevan a reflexiones profundas sobre temas universales: la belleza y la fragilidad de la infancia, el amor incondicional y a menudo sacrificado de los padres, el dolor de la pérdida y el proceso del duelo, la búsqueda de la identidad y el lugar en el mundo, la tensión entre las tradiciones y la modernidad, la resiliencia del espíritu humano ante la adversidad, sí como la importancia de las conexiones humanas y el amor para encontrar sentido en la vida. Y todo ello en una de las más bellas metáforas visuales que haya regalado el séptimo arte a ese ciclo de la vida que transcurre por la infancia, juventud y madurez.
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