Desde sus inicios, el cine ha servido como un poderoso espejo de la sociedad, sus valores, sus conflictos y sus inquietudes más profundas. En este vasto lienzo cinematográfico, la figura de Dios, la complejidad de la fe y la influencia omnipresente de la religión han ocupado un lugar central, evolucionando a la par de las sensibilidades culturales y los avances tecnológicos del medio.
Porque Dios, la fe y la religión han estado presentes en la historia del cine desde sus inicios. Y en el camino se han marcado obras muy emblemáticas, donde el cine bíblico toma mucho cuerpo, y que va desde La Pasión de Cristo (Albert Krchner, 1897) a La Pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004), y en el camino obras como La túnica sagrada (Henry Koster, 1953), Los diez mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956), Ben-Hur (William Wyler, 1959), Rey de Reyes (Nicholas Ray, 1961), La historia más grande jamás contada (George Stevens, David Lean, Jean Negulesco, 1965), Jesús de Nazaret (Franco Zefirelli, 1977) o La última tentación de Cristo (Matin Scorsese, 1988).
Y en el camino, directores con convicción en sus ideas religiosas, como el citado Mel Gibson o el considerado como el directo católico por antonomasia, el gran John Ford. Pero hoy nuestra aproximación es al cine religioso desde la visión de directores no creyentes, directores que, desde su agnosticismo o ateísmo, se han acercado al fenómeno religioso de un modo, en algunos casos, brillante. He aquí nueve nombres clave.
- Carl Theodor Dreyer, cuya cima filmográfica son sus tres largometrajes más místicos, aparte de varias películas notables, como Gertrud (1964): La pasión de Juana de Arco (1928), Dies irae (1943) y Ordet (La palabra) (1955).
- Luis Buñuel, cuya percepción de la religión iba ligada al pecado, donde catolicismo está presente en la obra de este turolense universal. Su mejor film sobre temática religiosa es Nazarín (1959), pero luego llegarían Viridiana (1961), que incluso se acerca al sacrilegio, o Simón en el desierto (1965). Sobre las creencias de Buñuel es célebre su sarcástica frase: “Soy ateo, gracias a Dios”.
- Roberto Rossellini, cuya aproximación al género religioso fue muy prolífica, probablemente por haber nacido en un país tan arraigado en la fe como Italia: Francisco, juglar de Dios (1950) y Juana de Arco (1954), son ejemplos. No fue hasta el final de su carrera cuando volvería a la temática cristiana, y lo hizo con la miniserie Los hechos de los apóstoles (1969) y su último film sería El Mesías (1975).
- Robert Bresson, en cuyo cine “bressoniano” tiene dos películas que le hacen miembro indispensable en este listado de directores místicos: Diarios de un cura rural (1951) y El proceso de Juana de Arco (1962).
- Ingmar Bergman, prototipo de director cuyo tema clave es la existencia de Dios. Y en más de una de sus obras se hacen presentes conflictos de orden religioso: El séptimo sello (1957), Fresas salvajes (1957), El manantial de la doncella (1960), así como en la conocida como “la trilogía del Silencio de Dios”: Como en un espejo (1961), Los comulgantes (1963) y El silencio (1963).
- Pier Paolo Pasolini, un director marxistaal que debemos la aproximación más popular de un realizador ateo al cristianismo con El evangelio según San Mateo (1964). Lo curioso es que la Santa Sede llegaría a incluir esta película en su lista de los mejores títulos de temática religiosa.
- Andrei Tarkovsky, cuya breve e inquietante filmografía, tiene como Dreyer un denominador común. Y si en el danés era la transfiguración, en el ruso es la peregrinación, con películas como La infancia de Iván (1962), Andrei Rublev (1966), Solaris (1972), Sacrificio (1986) y Stalker (1979).
- Woody Allen, de qien sabemos cuáles son sus obsesiones y la religión es una de ellas. Por ello sus películas están repletas de diálogos al respecto y con judíos y católicos enzarzados en conversaciones tan divertidas como en ocasiones trascendentales, y lo vemos en El dormilón (1973), Alice (1979), Broadway Danny Rose (1984) o Hannah y sus hermanas (1986).
- Terrence Malick, donde la clave de su cine es la de poner al espectador frente a las grandes cuestiones que afronta el ser humano: el bien y el mal, el pecado y la redención, el deseo de amar y la incapacidad de dar amor, la belleza y violencia del mundo, la búsqueda de la salvación y la caridad cristiana. Y el ejemplo paradigmático fue El árbol de la vida (2011), pero también en toda su corta e intensa filmografía: Malas tierras (1973), Días de cielo (1978), La delgada línea roja (1998), El nuevo mundo (2005), Deberás amar (2012), o Vida oculta (2019).
Pero habría otros directores para no olvidar en este listado, como Liliana Cavani (Francisco de Asís, 1966; Francesco, 1989), Margarethe Von Trotta (Visión. La historia de Hildegard Von Bingen, 2009), Roland Joffé (La misión, 1986; Encontrarás dragones, 2011), Jean-Pierre y Luc Dardenne (El hijo, 2002; El niño de la bicicleta, 2011), Bruno Dumont (La vida de Jesús, 1997; La humanidad , 1999; Hadewijch, 2009), Xavier Beuvois (De dioses y hombres, 2010), Jessica Hausner (Lourdes, 2009), entre otros.
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