sábado, 15 de marzo de 2014

Cine y Pediatría (218). “Leonera”, maternidad entre rejas


En Argentina se llama “leonera” a un lugar de tránsito y, por lo general, se utiliza para designar las zonas de las prisiones por las que los presos deben pasar para ser trasladados, bien dentro o fuera de ellas. Y con esa premisa, uno de los máximos exponentes del nuevo cine argentino surgido a mediados de los años 90, Pablo Trapero, nos presenta su película del año 2008, bajo ese título: Leonera. Una película cruda, realista y humana, como es el cine de Trapero, desde su debut con Mundo grúa (1998) o sus posteriores obras, como El bonaerense (2002), para muchos considerada su mejor obra. 

Leonera es una película carcelaria con la maternidad entre rejas como tema clave. Se trata de una película que deja al desnudo la crudeza y lo inhóspito del sistema carcelario argentino (sin duda, como la inmensa mayoría de sistemas carcelarios), especialmente porque el director ha decidido rodarlo íntegramente en centros penales reales (por ejemplo, el centro de Olmos, el de Los Hornos, el de San Isidro y la cárcel de mujeres de San Martín) y porque incorpora en la filmación a internas e internos reales en calidad de extras. 

Julia Zárate (Martina Gusmán, esposa del director y productora de la película) es una joven universitaria que se ve envuelta en el asesinato de uno de sus dos amantes (Nahuel y Ramiro) que vivían con ella, por lo que es acusada de homicidio y sentenciada a prisión preventiva en un penal de Argentina. Está embarazada de uno de los dos hombres, por lo que es alojada en un pabellón especial para mujeres en esa condición y para madres con niños menores de cuatro años de edad, tal como indica la ley local. Tiene que afrontar sola la experiencia de la maternidad entre rejas, habiendo perdido su libertad sin que tengamos claro su verdadera participación en el crimen. 
Y ese nacimiento de su hijo Tomás le permite abrigar con el tiempo una nueva ilusión, a pesar de que sabe que a cierta edad lo separarán de ella. Asimismo, encuentra en el trato con las internas del penal actitudes de hostilidad y de solidaridad que fortalece su fe en las personas, especialmente con Marta, otra reclusa que crió a dos hijos en la cárcel. Pero también tendrá una enemiga a las puertas, su propia madre, quien quiere hacerse cargo ella misma del nieto, pues considera que la cárcel no es un buen lugar para su crianza y desarrollo. 
Y es ahí donde surge toda la defensa de la madre por su retoño y ese lazo de pertenencia y amor inquebrantable madre-hijo, aunque en el aire se extiende una duda: ¿Qué es lo mejor para un niño, crecer fuera de la cárcel separado de su madre o en ese ambiente junto a ella?. Ella sabe, desde un principio, que la cárcel no es el lugar que desea para ver crecer a su hijo, y de ahí surgen emociones y reflexiones sobre un tema con demasiados planteamientos sociales y éticos en el camino. 

Leonera es una obra cruda y conmovedora, en donde la redención que Julia no pasa expresamente por el dolor y por el castigo, sino por el amor que entrega a su hijo y a sus compañeras de reclusión. Película carcelaria con mujer protagonista, cuyo lanzamiento coincidió casi en el tiempo con la película española El patio de mi cárcel (Belén Macías, 2008), pero en Leonera se nos muestra lo que significa las cárceles para embarazadas y madres, y lo hace con mayor profundidad  de que lo hiciera en su momento una gran película como AzulOscuroCasiNegro (Daniel Sánchez Arévalo, 2006). Porque según Pablo Trapero, “la maternidad, la soledad, el amor, la reclusión y la esperanza son los ejes de esta película"

Y, al final de la película, el fondo de una canción que Pity Alvarez, líder del grupo de rock bonaerense "Intoxicados", canta acompañado por un coro de niños, una canción que habla de la inocencia: 
“Duérmete niño 
estaré a tu lado cantándote esta canción. 
Haré un esfuerzo para no dormirme antes que vos 
no sé si estoy soñando o estoy despierto. 
Pero este momento es perfecto, es perfecto 
veo tu inocencia dormirse sin dejar alerta. 
No hay nada más importante 
que mañana levantarse e ir a jugar. 
¿Cuándo he perdido yo ese angelito 
con alas que puedo ver en vos?  
Duérmete niño, duérmete niño”.

Lo cierto es que, tal como nos cuenta el libro de Concepción Yagües Olmos, "Madres prisión. Historia de las Cárceles de Mujeres a través de vertiente maternal", los muros de las prisiones españolas custodian oficialmente a unas 64.000 personas, de las cuales un 8% son mujeres. Menos conocido es el hecho de que este sistema penitenciario acoge también a un número nada desdeñable de niños de edades comprendidas entre los cero y los tres años: 200, aproximadamente, son los hijos de las internas que comparten internamiento con sus madres, y que rara vez se reflejan en las estadísticas.

Porque hay pocas cosas que resulten tan sorprendentes como el oír hablar de las vivencias de los niños en la prisión. Y este tema es uno de los que mayor debate genera entre los diferentes responsables de las políticas sociales y penitenciarias de cualquier país: la eterna disyuntiva entre quienes abogan por la necesidad de permanencia de los menores con sus madres como un hecho biológico imprescindible y beneficioso o, al contrario, quienes asumen como irrefutable la influencia negativa de la prisión, forzando la búsqueda de cualquier alternativa, aún a riesgo de que esta separación conlleve romper el vínculo con la madre biológica de forma definitiva.

Porque la maternidad en prisión se constituye en una verdadera leonera para nuestra sociedad y para nuestras conciencias.  

 

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