Las películas sobre personas trans, a lo largo de la historia del cine, han evolucionado desde representaciones a menudo distorsionadas y estereotipadas hasta convertirse en una herramienta poderosa para la visibilidad, la empatía y el cambio social. El cine trans ha ayudado a sacar a la luz a una comunidad históricamente marginada, lo que contribuye a normalizar su existencia, pues el espectador puede entender mejor sus luchas, alegrías, miedos y esperanzas, lo que fomenta la empatía y derriba prejuicios. Es un cine que muestra la diversidad de identidades y la complejidad de la vivencia de género, cuestionando el binarismo. Y un paso más allá lo tenemos con las películas documentales, pues conllevan estos aportes a un nivel más profundo y directo, al dar una dimensión de realidad y testimonio que el cine de ficción, aunque valioso, no puede replicar del todo.
Los documentales, por su propia naturaleza, suelen dar la palabra directamente a las personas trans y a sus familias, donde se abordan las problemáticas sociales y políticas que enfrenta la comunidad trans, como la discriminación laboral, la violencia, la transfobia institucional o las barreras legales. Un enfoque que contrasta con la historia del cine de ficción, donde a menudo los roles trans eran interpretados por actores cisgénero, perpetuando estereotipos. El formato documental es una herramienta educativa muy poderosa, pues pueden ser utilizados en centros docentes o foros para sensibilizar y educar a la población sobre las realidades trans, desmintiendo mitos y proporcionando información veraz sobre temas como las infancias trans o los procesos de transición, así como un gran diversidad de experiencias que pueden enriquecer la comprensión del público.
Ejemplos de películas documentales sobre la transexualidad proceden de muy diversos países. Sirvan de ejemplo las siguientes películas estadounidenses: Suited (Jason Benjamin, 2016), la visión de la trastienda de la sastrería de Brooklyn especializados en confeccionar ropa para personas transgénero; La vida y muerte de Marsha P. Johnson (David France, 2017), alrededor de esta activista trans; Disclosure: Ser trans en Hollywood (Sam Feder, 2020), donde se examina la representación trans tanto en el cine como en la televisión; Man Made (T Cooper, 2018), centrada en el único campeonato de culturismo transgénero en el mundo; Haciendo la calle (Zackary Drucker, Kristen Lovell, 2023), la historia de prostitutas transgénero en un barrio de Nueva York; etc.
Pero también encontramos ejemplos en otras latitudes. Sirvan de ejemplo la película española Vestida de azul (Antonio Giménez Rico, 1983), sobre seis transexuales en la España de los ochenta; la película portorriqueña Mala Mala (Antonio Santini, Dan Sickles, 2014), sobre el poder de transformación contado a través de los ojos de nueve personas trans en Puerto Rico; la película argentina Reina de corazones (Guillermo Bergandi, 2016), la historia de diez mujeres trans que pertenecen a una cooperativa de teatro, quienes, por medio del arte, pretenden visibilizar sus luchas y realidades; las películas brasileñas Laerte-se (Lygia Barbosa, Eliane Brum, 2017), una de las viñetistas más brillantes de Brasil, quien tras pasar casi 60 años viviendo como hombre, decide mostrarse ante el mundo como mujer, e Indianara (Marcelo Barbosa, Aude Chevalier-Beaumel, 2019), sobre esta revolucionaria en defensa de las personas transgénero; las películas colombianas Wërapara (Claudia Fischer, 2022), sobre mujeres trans indígenas en ese país, y Alma del desierto (Monica Taboada Tapia, 2024), sobre una mujer transgénero wayúu al final e su vida; las películas mexicanas Las flores de la noche (Eduardo Esquivel y Omar Robles, 2020), alrededor de un coreógrafo trans que forma comunidad con las juventudes de su localidad, La felicidad en la que vivo (Carlos Morales, 2020), basada en una mujer trans de 87 años que sueña con crear un hogar de ancianos para la comunidad LGBTTI + de personas mayores, y Kenya (Gisela Delgadillo, 2022), activista trans que se enfrentó al sistema de justicia de México tras el asesinato de su mejor amiga,…
Y la infancia y adolescencia trans es protagonista de alguno de estos documentales, como los siguientes títulos: Real Boy (Shaleece Haas, 2016), la historia del rito de iniciación de Bennett Wallace, un adolescente transgénero en búsqueda de su propia identidad como músico, amigo, hijo y hombre; Transhood (Sharon Liese, 2020), filmado durante más de cinco años en la ciudad de Kansas, donde se sigue a cuatro niños transgénero, a partir de los 4, 9, 12 y 15 años, mientras se acercan o pasan por la adolescencia; o La vida soñada de Georgie Stone (Maya Newell, 2022), que sigue la andadura de niña a adolescente de esta activista por los derechos de las personas trans. Y entres estos, ya algunas de estas películas documentales forman parte de Cine y Pediatría y han sido analizadas: They (Anahita Ghazvinizadeh, 2017) desde Qatar; Me llamo violeta (David Fernández de Castro, Marc Parramon, 2019) desde España; Una niña (Sébastien Lifshitz, 2020) desde Francia; y Gabi, de los 8 a los 13 años (Engeli Broberg, 2021) desde Suecia.
Y hoy llega la película italiana Hacia mi nombre (Nicolo Bassetti, 2021), otro genuino ejemplo de que es posible visibilizar a las personas del colectivo LGTBIQ+, así como mirar con ellas, en lugar de mirar hacia ellas. El milanés Nicolo Bassetti no solo es director, sino también productor, guionista y fotógrafo de este relato coral donde los cuatro jóvenes trans (Leonardo, Raffaele, Nicolò y Andrea) comparten con la audiencia fragmentos de su vida en Bolonia junto con sus respectivas parejas. Un proyecto personal que en realidad es un regalo a su hijo trans, quien le asesoró durante el rodaje. Y la película se ha promocionado porque Elliot Page se ha constituido en padrino de honor por sus buenas críticas a este documental: “Nunca he visto una película como esta, no puedo esperar a compartirla con vosotros”. Recordemos que Elliot Page es una actor trans que se declaró como tal en el año 2020, pero que antes nos dejó como Ellen Page películas tan significativas como Hard Candy (David Slade, 2005) y Juno (Jason Reitman, 2007).
Una película que comienza con este texto: “2017. Extracto de una sentencia del Tribunal de Milán. En nuestro ordenamiento jurídico no hay cabida para un tercer género que contemple la presencia de caracteres sexuales primarios y secundarios tanto masculinos como femeninos, por mucho que ampliemos la definición de ser humano”. Y Hacia mi nombre nos cuentan la historia de su transición de género, experiencias diferentes en cada uno de ellos, pero que les ayuda a entenderse y a sentirse menos solos. Los cuatros nos comparten sus reflexiones más profundas, como la elección de sus pronombres, la terapia hormonal, las decisiones sobre la cirugía y el trato con las instituciones. Porque en el sistema estrictamente binario en el que vivimos, la decisión de determinar la propia identidad de género se convierte en un acto de subversión, y así lo expresa uno de ellos al comienzo: “Una transición de género es uno de los actos inofensivos más subversivos“. Pero el documental también hace hincapié en la diversidad de identidades, en esa heterogeneidad de personas que conforman el colectivo trans y que, por lo tanto, no se les puede englobar a todas bajo la misma etiqueta. Algunas querrán hormonarse, otras no. Algunas querrán operarse, otras no. El único denominador común que comparten es que quieren ser felices mostrándose tal y como son, pudiendo expresar su identidad de género sin miedo a ser juzgadas u oprimidas.
Una película de historias personales, de voces que deben ser escuchadas. He aquí algunas de esas reflexiones:
Nicolò/Nico nos explica: “Para pedir el cambio legal del nombre, debo tener un informe psicológico y un informe endocrinológico. Cuando los tenga, puedo ir a un abogado y pedirle que solicite el cambio de nombre y el permiso para las posible operaciones quirúrgicas”.
Raffaele/Raffi nos confiesa: “Este tipo de expectativas de género que percibía antes al ser unachica atípica, pero que se rebelaba contra esa clase de prisión, es algo que todavía percibo, ya que cualquier desconocido me ve como un chico. La gran contradicción es que antes era demasiado masculino, es decir, como chica no encajaba en los cánones femeninos, y ahora no soy suficientemente masculino para los cánones. Antes era demasiado, ahora no soy suficiente. Así que, sea como sea, nunca encajo”.
Leonardo/Leo expresa: “He vivido 30 años como mujer y quiero vivir el resto con mi nuevo nombre. El nuevo nombre, que se elige y se anuncia, no el amuleto de una presunta masculinidad. Es un proyecto de vida, una esperanza. Una combinación de sonidos que, cuando alguien lo pronuncia en alto, te recuera todo lo que siempre has sido”.
La identidad de nuestros cuatro protagonistas no solo se ve conformada por su género, sino por todas las piezas que han ido recogiendo en el camino de sus vidas. Los cuales son reconocidos por su nombre, aquel que ellos mismos han elegido tener. Porque lo que no se nombra, no existe. Pero la existencia nunca debe ser impuesta, sino siempre construida y elegida por una misma.
La película finaliza con un largo colofón donde se describe cuál ha sido el futuro posterior de cada uno de nuestros cuatro protagonistas. Y se remata con estos datos para la reflexión: “Las personas trans representan alrededor del 1% de la población mundial, es decir, casi 80 millones de personas. En ningún lugar del mundo tienen los mismos derechos que los demás ciudadanos. Al contrario, se les discrimina de forma sistemática. En muchos países, se enfrentan a la cárcel y a la muerte”.
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